Julio de 2006. La actividad corporativa en torno al sector inmobiliario es frenética. Sin solución de continuidad se suceden las operaciones. En un solo día, la Comisión Nacional del Mercado de Valores recibe la comunicación de dos grandes transacciones. Reyal se hace con Urbis por algo más de 3.300 millones de euros y Grupo San José compra Parquesol (que acababa de salir a bolsa) por casi 1.000 millones. Pero la fiesta no había hecho más que empezar.
En aquellos días no se hablaba de otra cosa en el sector que del atrevimiento de un emergente Luis Portillo, que desde una modesta embarcación, casi de recreo, como era Inmocaral, acometía el abordaje de un buque como Colonial. Primero fue una ampliación de capital de 2.000 millones, una cifra que multiplicaba por más de cuatro la capitalización de Inmocaral en aquellos momentos. Posteriormente llegó la oferta por la inmobiliaria controlada entonces por La Caixa. En total, más de 3.700 millones.
A la vuelta del verano esperaban nuevas sorpresas. La promotora Martinsa, que ni siquiera estaba presente en bolsa, llegaba a un acuerdo con Manuel Jove para comprarle Fadesa, la compañía que el empresario gallego había creado de la nada y había llevado con éxito al parqué. Otros 4.000 millones que añadir a una espiral compradora que aún vería un último episodio, ya a comienzos de 2007, cuando la Colonial integrada con Inmocaral rizaba el rizo y compraba Riofisa por otros 2.000 millones.
A todo esto cabe añadir la lucha sin cuartel por el control de Metrovacesa entre su presidente de entonces, Joaquín Rivero (junto a su socio Bautista Soler) y la familia Sanahuja. Ofertas y contraofertas que no tenían problema alguno en encontrar financiación para adquirir por más de 80 euros acciones que ahora difícilmente superan la barrera del euro.
Primeros síntomas de la crisis
Todo parecía preparado para una carrera sin límites por repartirse el apetitoso pastel inmobiliario español. Martinsa-Fadesa, Reyal Urbis junto a unas reforzadas Colonial, Metrovacesa y San José. Nuevos gigantes a los que les falló estrepitosamente el escenario. Precisamente cuando todos terminaron de ponerse a punto, la crisis comenzaba a reflejar sus primeros síntomas.
Aun así, ni el más pesimista entre los pesimistas auguraba lo que estaba a punto de venirse encima de unas operaciones realizadas al límite del riesgo. Con un fuerte apalancamiento, con la única garantía de las acciones adquiridas, en algunos casos con equipos directivos no habituados a moverse en cifras tan respetables.
El escenario se vino abajo con estrépito, hasta el punto de que el preconcurso de Reyal Urbis viene a ser un último episodio de una tragedia en varios actos. Martinsa-Fadesa fue la primera de las grandes en ir a concurso pero después la mayoría de los protagonistas de aquel verano de locura fueron desfilando por el patíbulo. Nozar y Domingo Díaz de Mera (que había intervenido en la construcción de la gran Colonial), los Sanahuja, Portillo… y el turno parece llegarle a Reyal. Colonial y Metrovacesa se salvaron por los pelos aunque, en realidad, han pasado a estar controladas por la banca acreedora de sus antiguos dueños, que acaban de ser mencionados.
Seis años después, buena parte del dinero que la banca prestó para realizar estas operaciones sigue formando parte de la deuda de las inmobiliarias. Y la parte restante ha tenido que ser cobrada en títulos que vagan por el mercado como zombies, en la mayoría de los casos por debajo del euro.
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