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La larga travesía de los empleados de Repsol que tuvieron que huir de Libia

Fue a mediados de julio. El Aeropuerto Internacional de Trípoli, asediado por la lucha armada entre los islamistas de Misrata y el Ejército Nacional Libio, echó el cerrojo. De inmediato, las embajadas y el personal de seguridad de las empresas extranjeras que trabajan en el país hicieron saltar las alarmas. Entre ellas, estaba Repsol.

La petrolera puso en marcha la operativa para sacar a sus trabajadores del país a toda velocidad. Ante la imposibilidad de salir por aire, había dos alternativas: ir por carretera hasta Túnez o escapar por mar. Los evidentes riesgos que entraña un viaje de cuatro horas por el desierto libio hicieron descartar el coche. La huida en barco era la mejor opción. Repsol, en contacto con el Ministerio de Exteriores español, inició los trámites para enviar uno y rescatar a los nueve empleados españoles que se encontraban en Trípoli, pero tardaría 20 horas en recogerlos.

Una espera demasiado larga en medio de la creciente ola de ataques para unos empleados que, a pesar de estar concienciados de la peligrosidad de su puesto –acuden a trabajar en carros blindados-, vivieron momentos de gran nerviosismo.

La francesa Total ofreció entonces a estos trabajadores tomar un carguero hasta una plataforma petrolífera (offshore) en medio del Mediterráneo. No se lo pensaron dos veces y prácticamente sin ni siquiera recoger sus pertenencias y sin poder sellar sus pasaportes se embarcaron. Tras parar en la plataforma, donde sí pudieron regularizar su salida de Libia, y más de 20 horas de travesía, llegaron a Túnez. De allí volaron a Madrid, vía París.

Hace tres años y medio, Repsol, junto con Sacyr, también tuvo que evacuar a sus empleados en Libia

La fuga sin duda evitó males mayores, porque sólo cinco días después los guerrilleros asaltaron el complejo de Repsol en Trípoli.

Pero aún había otro frente abierto: evacuar a los 15 trabajadores de la compañía española desplazados a los campos de producción, situados en medio del desierto. El peligro, en aquel momento al menos, no era tan latente. La lucha se había focalizado –aún hoy lo hace- en las ciudades, especialmente en Trípoli y Bengasi, las dos urbes más pobladas de Libia.

Los pozos quedaban al margen, pero los riesgos estaban muy cerca. Repsol contrató un avión de la aerolínea Jetair que, en Malta, aguardó a recibir el visto bueno para poder aterrizar en una pista próxima a los campos y sacar de Libia a sus trabajadores.

En febrero de 2011, cuando las revueltas en Libia contra el régimen del general Gadafi se recrudecieron, Repsol, en colaboración con Sacyr, también presente en el país, fletó un avión para evacuar a los trabajadores de ambas compañías y otros españoles. La historia, por tanto, se ha repetido tres años y medio después.

Ha pasado casi un mes y medio desde que los trabajadores de Repsol abandonaron Libia y no hay ninguna previsión de que puedan volver en el medio plazo. Algunos de ellos siguen gestionando desde Madrid, dentro lo posible, la actividad en el país africano.

Observan, ahora desde la lejanía, el devenir de un país que casi tres años después del derrocamiento y asesinato de Gadafi sigue sumido en el caos. Repsol, con intereses mayúsculos en Libia, aguarda con enorme preocupación la resolución de un conflicto que amenaza su permanencia y, en definitiva, su cuenta de resultados.

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