Al día siguiente de que Sacyr Vallehermoso se adjudicara la construcción del tercer juego de esclusas del Canal de Panamá, como cabeza de un consorcio (“Grupo Unidos por el Canal”) participado por la italiana Impregilo y la belga Jan de Nul, entre otras, Florentino Pérez, esa salsa picante que no puede faltar en ningún condimento político-empresarial español de cierto nivel, se explayaba ante un amigo de esta guisa: “Nosotros [la UTE formada por ACS, FCC y Acciona] íbamos muy por encima de precio, y cuando se abrieron las plicas y vimos que habíamos perdido, empezamos a dar saltos de alegría porque sabíamos que de haber ganado hubiéramos palmado pasta en esa obra…” Ganó Sacyr, como todo el mundo sabe, con una oferta por importe de 3.118 millones de dólares (unos 2.243 millones de euros), 1.068 millones de dólares menos que los presupuestados (4.186) por la norteamericana Bechtel, la mayor ingeniería del mundo y gran favorita, y casi 3.000 millones menos que 5.981 ofertados por el otro consorcio español.
La alegría de Floro, con todo, debía ser fingida o más bien cínica, porque en Sacyr cuentan con lujo de detalles que, tras haber perdido la puja, del grupo C.A.N.A.L. (el liderado por ACS) llegó una misiva dirigida a la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) criticando con dureza la ocurrencia de poner la obra de ingeniería más importante del mundo en manos de una empresa como Sacyr, que prácticamente “estaba en quiebra técnica”. Oportunamente puesto al corriente de lo ocurrido, Luis del Rivero, entonces capo de Sacyr, se encaró con Pérez censurando de mala manera una iniciativa doblemente perversa por venir de un colega español. Esta fue la respuesta que ofreció el galán de ACS: “Tienes razón, Luis, no sé a qué tuercebotas se le puede haber ocurrido mandar una carta como esa”.
Vale el tópico de la historia de una muerte anunciada: obra complicadísima, oferta temeraria a la baja, aparición de complicaciones técnicas y geológicas sin cuento, y enfrente una Autoridad del Canal muy estricta, acostumbrada a trabajar durante mucho tiempo con los norteamericanos en Panamá y, por tanto, nada bizcochable. De modo que cuando los señoritos de Sacyr acudieron a plantear el correspondiente “modificado”, como es práctica habitual en toda obra civil española que se precie, los señores de la ACP respondieron con una peineta a lo Bárcenas. “Lo de los modificados de obra es una de las lacras del sector de la ingeniería civil española, que está muy mal acostumbrada y piensa que esas prácticas son exportables”, asegura el presidente de una de las grandes del sector. “Ocurre que al otro lado de la mesa, representando a la Administración, se sientan los mismos ingenieros de caminos, formados en las mismas Escuelas de Caminos, y entre ellos se consienten esas cosas según la fórmula del hoy por ti, mañana por mí”.
“Tienes razón, Luis, no sé a qué tuercebotas se le puede haber ocurrido mandar una carta así”
Como era de prever, los costes de esta obra faraónica de la que se ha completado ya casi el 70% se han disparado por encima de los 1.600 millones de dólares (casi 1.200 millones de euros), lo que equivale al 50% del coste total del proyecto, hasta el punto de que Sacyr, que no está precisamente para tirar cohetes, que hoy vale en Bolsa apenas 1.489 millones (¡menos de la mitad del montante de su oferta por la obra del Canal!), que se ha visto obligada a refinanciar su deuda con la banca, que este año tiene que atender -como ha relatado aquí Raúl Pozo- vencimientos superiores a los 900 millones y que en 12 meses tendrá que renovar el crédito de 2.400 millones que soporta su participación en Repsol (10%), se ha visto obligada a parar la máquina y lanzar la señal de abandono de buque. “O Manuel Manrique [actual presidente de Sacyr] está loco o tiene algo pactado, de forma que todo sería una mise en scène, porque en otro caso no se entiende”, apunta la misma fuente. “Para Sacyr es la muerte, el fin del negocio. Problemas de este tipo no son extraordinarios: el aeropuerto de Berlín, por ejemplo, ha triplicado su coste y aún no se ha acabado. Pero estas cosas no se ventilan en público, no se airean, porque el daño reputacional para la firma es brutal y, por ende, para todo el sector de la obra pública y de la ingeniería española”.
Tras meses de tira y afloja con la ACP, Sacyr y su socio italiano se han atrevido a lanzar un órdago de gran repercusión internacional: paro la obra y nos damos 21 días para analizar la situación y llegar a un acuerdo que reconozca, en todo o en parte, esos sobrecostes. Una decisión ciertamente agónica para la constructora española, cuya trascendencia ha disparado todo tipo de especulaciones, todas apuntando a las razones finales que han llevado a un tipo tan apocado como Manrique a tirarse desde el puente del Estrecho de Mesina (que, por cierto, también iba a construir Sacyr y Del Rivero cuando, en los dulces tiempos de Zapatero, y con Zapatero como gran aliado, ambos eran los Reyes del Mambo del universo mundo). Casi todas apuntan a que esa iniciativa tiene que haber sido inspirada por la banca acreedora, que, ante el marrón de tener que seguir financiando esa obra a pérdidas, habría decidido no poner un duro más y parar la sangría. El Santander, jefe de filas del sindicado, desmiente esta versión.
De cómo hacer añicos el prestigio de una buena constructora
Dicen que a Manolo Manrique, que en los días de vino y rosas del boom fue capaz de pagar 8.000 millones de pesetas por las mil hectáreas de “El Santo”, la mejor finca -herencia que el general Martínez Campos, restaurador de la monarquía de Alfonso XII, dejó a sus herederos- de Madrid y alrededores (Aldea del Fresno), finca que luego ha tenido que malvender, se encontraba de crucero por el Caribe cuando el 31 de diciembre estalló la noticia. Su antecesor en el cargo, el citado Del Rivero, se hallaba en su casona de Hoz de Anero, Cantabria, muerto de risa, disfrutando de su venganza contra quienes le quitaron lo que era suyo, porque Sacyr fue obra suya y con él llegó a ser una gran empresa constructora antes de que, seducido por el esplendor de los salones capitalinos, este buen ingeniero de caminos se volviera tarumba, porque locura o libro de caballerías fue meterse de hoz y coz en el proceloso mundo del capitalismo castizo madrileño, con compañeros de viaje como Matías Cortés y otros, hasta terminar convertido en el brazo constructor del irresponsable Zapatero, con el que protagonizó asuntos tan vergonzantes como el intento de asalto al BBVA de Francisco González o la entrada en tromba en Repsol. “Esto no hubiera pasado con Luis al frente de Sacyr, porque Luis se hubiera instalado en Ciudad de Panamá y hubiera negociado hasta la extenuación sin moverse de allí”. Parece que los planes originales de Luis no contemplaban cilicio semejante: simplemente se trataba de quedarse con la obra a cualquier precio, porque, como se decía entonces en la firma, “ya se apañará después Luis con lo que venga detrás”.
“Lo de los modificados de obra es una de las lacras del sector de la ingeniería civil española, muy mal acostumbrada"
“Eso no es verdad”, se defienden quienes formaron piña con el de Murcia. “La de Panamá no era una operación para ganar dinero, sino para probar una serie de técnicas nuevas y hacer de Sacyr una empresa de referencia en el mercado de la obra civil; la prueba es que, desde el punto de vista de la tecnología, la oferta fue la mejor”. Don Luis, empresario modelo del zapaterismo, era el hombre que estaba para un roto y para un descosido, como cuando ocurrió el accidente del AVE en la estación de Sants. Zapatero llamó a Luis y Luis corrió a echar una mano y quitar de en medio a Juan Miguel Villar Mir (OHL), porque ya me encargo yo de todo, “y Luis iba todos los fines de semana a Barcelona a ver la obra, que es lo que tendría que haber hecho ahora Manrique con Panamá…” En premio a tanto desvelo, el Gobierno Zapatero logró para Luis la obra del Canal de Panamá, operación en la que jugaron papeles estelares el exsecretario de Estado de Presidencia, Bernardino León, y el entonces presidente de Seopan y antiguo responsable de la Oficina Económica de Moncloa, David Taguas, como muy bien cuenta en este mismo diario Javier Ruiz. Zapatero hizo más: eliminó a Panamá de la lista de paraísos fiscales (octubre de 2010), facilitando así la repatriación de beneficios de las empresas españolas allí instaladas.
Y ahí tenemos a otro Gobierno, esta vez el presidido por Mariano Rajoy, metido de nuevo hasta las trancas en un fregado empresarial. De oca a oca y tiro porque me toca. Es el santo y seña de este desventurado país, esa especie de genética incapacidad de nuestro empresariado para hacer empresa sin la ayuda o el aval del Estado, sin las muletillas del Gobierno de turno, lo que equivale a decir: es la negativa radical a separar lo público de lo privado, pecado que está en el origen de todas nuestras corrupciones, porque para lograr contratos en el exterior era preciso sacar al Rey a pasear por el ancho mundo con novia incluida, novia que luego se encargaba de pasar la gorra entre los agraciados. Ha sido este esquema perverso, estas conductas inmorales, las que han terminado por contaminar este triste Estado de Corrupción en que se ha convertido España. De modo que ahí tenemos a Moncloa, ahí está la ministra de Fomento viajando a Panamá dispuesta a salvar al soldado Manrique, rescatar del barro la marca España, empeñado again el Ejecutivo en una guerra diplomática en defensa de los intereses de una empresa privada, y de nuevo la sospecha de que esta broma, una más entre mil, tal vez la acaben pagando, en todo o en parte, los PGE, es decir, los españoles.
Sospechas de corrupción por medio
Tampoco las autoridades del Canal están libres de culpa. ¿Por qué la ACP aceptó una baja temeraria como la de Sacyr, cuenta y razón de este fenomenal lío? ¿Cómo esa ACP, en apariencia tan capaz, tan solvente, tan dura ahora para apretar las tuercas, aceptó correr un riesgo semejante, tratándose de una obra de vital importancia para la economía panameña? La respuesta la da otro patrón español: “Eso no tiene explicación lógica, porque sería inconfesable o habría que denunciarla ante el juzgado de guardia”. Verde y con asas. Curioso, o algo más, resultó ver a la panameña Constructora Urbana SA (CUSA), presidida por Rogelio Alemán, sobrino de Alberto Alemán Zubieta, administrador del Canal durante más de 20 años, formando parte del consorcio encabezado por Sacyr. Alemán fue relevado de su cargo en 2012, y con él la mayor parte de su equipo. El nuevo administrador de la ACP, Jorge Quijano, libre de ataduras, ha optado por obligar a Sacyr a cumplir el contrato. Ha hecho más: el 17 de noviembre recibió en Panamá al vicepresidente USA Joe Biden, quien, en compañía del presidente de Bechtel, Riley P. Bechtel, visitó las obras del Canal, y con ellos despejó la incógnita de saber quién se encargará de terminar el obrón en caso de que el consorcio europeo se largue definitivamente.
“El Gobierno Rajoy no dejará a Manrique abandonar el proyecto”, porque ello supondría no sólo la pérdida del aval, sino seguramente la desaparición de Sacyr como empresa constructora. Tampoco le conviene judicializar un conflicto condenado a resolverse en instancia internacional. La ACP parte con la ventaja de contar con un acuerdo firmado y de que la parte del león de la obra está ya terminada, aunque no puede correr el riesgo de una paralización que supondría dejar de ingresar el chorro de oro que las nuevas esclusas van a suponer para la economía del país. Se impone el acuerdo que, como ya se anunció en este diario, podría rondar los 600 millones de euros de compensación. Cifra bastante para Sacyr, pero insignificante para el daño que este lamentable episodio va a representar para la imagen de nuestras empresas en el exterior. ¿Servirá, al menos, para poner coto a alguna de las viejas lacras españolas? ¿Sacaremos alguna enseñanza?
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