Jueves 24 de agosto, mediodía. Centro de Madrid, calle Velázquez, más de 800 grados a la sombra. Una figura deambula arrastrando los pies, pasitos cortos y pesados. Se trata de Rodrigo Rato.
El exministro de Economía y expresidente de Bankia fue visto paseando esta semana por el centro de la capital con un atuendo muy alejado del que este lucía siendo ministro o presidente del Fondo Monetario Internacional. Camisa amplia salida de unos pantalones cortos de tela y mocasines, sombrero de ala ancha para resguardar el poco gris de un Lorenzo intratable. "El sombrero, el sombrero de ala ancha con que adorno mi cabeza, yo lo llevo y con él voy orgulloso pregonando su majeza" cantaba en un pasadoble el argentino Enrique Rodríguez.
Muchos de los que se cruzaron con Rodrigo Rato el jueves no recabaron que se trataba del mismo Rodrigo Rato que hace unos años pasaba por ser el mago de la economía española. Un exvicepresidente del Gobierno entrado en kilos y en años, desmejorado, y con un tono de color de piel rosáceo, muy alejado del moreno playero corriente de estos días. Un conocido que se cruzó con él hizo ademán de saludarle, pero desistió del intento al percibir que Rato no tenía intención de pararse. "Parecía un fantasma", comentó.
Rodrigo Rato tiene ante sí un futuro complicado. El Fondo de Reestructuración (Frob) ha solicitado para él una pena de cinco años de prisión por la salida a Bolsa de Bankia, los mismos años requeridos por la Fiscalía Anticorrupción. El pasado mes de febrero la Audiencia Nacional condenó a Rato a cuatro años y seis meses de prisión por delito continuado de apropiación indebida por las tarjetas black de Caja Madrid.
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