Fernando Ramos-Palencia, Universidad Pablo de Olavide
A finales de agosto el presidente francés Emmanuel Macron abrió el Consejo de Ministros con una advertencia sobre lo que puede depararnos el futuro: “Creo que asistimos a una gran convulsión, un cambio radical. En el fondo, lo que estamos viviendo es el fin de la abundancia, de la liquidez sin coste”.
¿De qué habla Macron?
Apenas superada la Gran Recesión de 2008, Europa está sufriendo una crisis de identidad motivada por distintos factores: el Brexit (oficializado en 2020), la pandemia del covid-19 (2020) y la subida de los costes energéticos provocados por la guerra entre Ucrania y Rusia (2022).
El cambio climático, combinado con la inestabilidad política, está provocando sequías, hambrunas y conflictos en las regiones más pobres del planeta, acelerando los desplazamientos demográficos hacia Europa (y, por extensión, aumentando en la región las tensiones con la población inmigrante).
Además, dada la escasez cíclica de energía y materias primas, Europa está transitando rápidamente hacia una economía descarbonizada y apostando por energías renovables (en detrimento de los combustibles fósiles). Por otra parte, las democracias se están debilitando ante movimientos populistas a derecha e izquierda, que apuestan por el nacionalismo, el proteccionismo, la polarización política y la crítica hacia la globalización.
En el caso concreto europeo, el debilitamiento de las instituciones viene caracterizado por un fortísimo endeudamiento (público y privado) que hipoteca el futuro de las generaciones más jóvenes (falta de movilidad social, según el informe McKinsey 2016: ¿Más pobres que sus padres? La caída o el estancamiento del ingreso en las economías avanzadas) y que está poniendo en peligro el Estado de bienestar.
Cabe preguntarse entonces, hasta qué punto son sostenibles las pensiones, el cuidado de las personas mayores, la educación gratuita (o parcialmente subvencionada) en todos los niveles de enseñanza, el acceso a la atención básica médica, los subsidios de desempleo y las prestaciones sociales para paliar los efectos de una pobreza extrema.
Hacia un nuevo mundo
Estamos inmersos en una época en la que el avance tecnológico está generando una de las mayores revoluciones de la humanidad. Un mundo de oportunidades y desafíos, pero también de preocupación e inseguridad económica en los mercados laborales. En este sentido, asistimos a tensiones entre:
- Las viejas economías industriales y las nuevas economías que apuestan por revertir el cambio climático.
- La soberanía ciudadana y la concentración de poder en determinados grupos de presión políticos y económicos.
- El acceso universal a la información (economía de datos) y la privacidad.
Así, se hace necesario un nuevo contrato social (derechos y obligaciones de la ciudadanía) que preserve el Estado de bienestar y apoye su modelo democrático de economías y sociedades abiertas.
Aunque hay firmes defensores del decrecimiento (reducción del consumo y la actividad económica), el investigador Branko Milanovic, uno de los grandes especialistas en desigualdad, subraya que no somos conscientes de lo desigual y pobre que es el mundo hoy en día y de cuáles serían las compensaciones si realmente decidiéramos fijar el volumen de bienes y servicios producidos y consumidos en el mundo al nivel actual.
De ahí que, para afrontar este nuevo contrato social, deban generarse más ingresos y mejoras en la eficiencia del gasto público. La clave es la inversión en educación, que permita mantener los incentivos para que se adquieran ideas del resto del mundo, y la innovación.
Esto está generando un intenso debate académico con dos premisas básicas en la discusión: la aplicación de restricciones medioambientales y políticas a largo plazo que incluyan a las generaciones futuras.
Dados los problemas de equidad intergeneracional y movilidad social, y considerando que la equidad fomenta el crecimiento, la política fiscal está explorando nuevas vías para una mejor redistribución:
- Gravando el patrimonio (la riqueza) en forma de herencias, tierras y bienes inmuebles.
- Penalizando los paraísos fiscales.
- Reduciendo los impuestos que gravan los ingresos procedentes del trabajo.
Por otra parte, el cambio tecnológico y su creciente automatización están revolucionando el mercado laboral. Se plantean nuevas alternativas como, por ejemplo, el modelo danés denominado flexiseguridad: las empresas son flexibles para despedir o contratar empleados. A cambio, ofrecen prestaciones de desempleo más generosas y servicios de capacitación y colocación.
En este contexto, se avanza hacia una sociedad con cada vez más rotación laboral que plantea entre los economistas la posibilidad de incorporar una renta básica para cubrir las necesidades básicas de las personas en un momento dado. Asimismo, el crecimiento de la esperanza de vida está abriendo otro debate, centrado en la viabilidad de los sistemas de pensiones a condición de que aumente la edad de jubilación.
Una visión optimista
Para finalizar, permítaseme ser optimista recurriendo a las enseñanzas del pasado. El punto de inflexión actual tiene muchos paralelismos con lo ocurrido hace casi tres siglos. La Revolución Industrial (c. 1750) se inició con las lúgubres predicciones malthusianas, continuó con un violento movimiento social (el ludismo opuesto al uso de maquinaria) y finalizó con la publicación del Manifiesto Comunista (1848).
Dicho periodo se caracterizó por pésimas condiciones laborales, pobreza, elevada exclusión social y una significativa riqueza empresarial concentrada en pocas manos. Al mismo tiempo, se produjo una importante brecha entre productividad (aumento exponencial) y salarios (estancamiento).
Lo que vino después es de sobra conocido. Gracias al conocimiento científico y a la consolidación de las instituciones, la humanidad ha experimentado en el último cuarto de milenio un crecimiento económico sostenido. Esto ha permitido a una parte considerable de la humanidad escapar de la pobreza, gozando de una riqueza y niveles de vida muy superiores a las de cualquier otra época de la historia.
Fernando Ramos-Palencia, Profesor Titular de Historia Económica, Universidad Pablo de Olavide
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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