Grecia se enfrenta a otra semana decisiva en la que Tsipras tendrá que reembolsar un préstamo al FMI y negociar con Europa las medidas necesarias para que se le preste de nuevo. Y todo ello al mismo tiempo que viaja a Moscú para seguir coqueteando con Vladimir Putin...
La primera fecha clave es el jueves 9 de abril. Para entonces Grecia podría quedarse sin fondos según revelaron este jueves fuentes del Eurogrupo a la agencia Reuters, una información que el Ejecutivo griego se apresuró a desmentir. Ese día Atenas tiene que devolver 450 millones de euros al FMI. Si no paga, sería el primer país de la zona euro que incurre en un default. Y las consecuencias serían impredecibles. En principio, Grecia no recibiría más ayudas del Fondo Monetario o de cualquier otro acreedor. Sin los desembolsos de sus prestamistas, el Estado heleno tendría dificultades para pagar a funcionarios, pensionistas y proveedores, precisamente los mismos que a toda costa pretendía defender.
Un escenario intermedio consistiría en que el Gobierno griego se declarase insolvente pero negociase el pago mediante plazos más largos. Sea como fuere, en cualquier caso Grecia corre el riesgo de que entre dimes y diretes la fuga de depósitos se multiplique y el BCE retire la liquidez a las entidades griegas, provocando una quiebra generalizada de la banca helena. Incluso si consigue reunir el dinero para el jueves 9 de abril, cinco días más tarde tendrá que hacer frente a otro vencimiento de letras por valor de 1.500 millones de euros. La especulación sobre el impago volvería a estar en el aire conforme se aproxime el martes 14 de abril. En cuestión de días, una economía que para el conjunto de la UE apenas supone una semana de PIB podría poner en duda toda la arquitectura institucional del euro.
La crisis del euro es una crisis de diferenciales de competitividad. Mientras estos problemas no emergieron a la superficie, los países del sur pudieron erigir unos sistemas del bienestar que su productividad no podía financiar. Pero esos tiempos de vino y rosas se acabaron. Ahora no les queda otra. Como bien saben los griegos, la salida del euro sería incluso más traumática. Tienen que ajustarse y recobrar la competitividad igual que hizo Alemania con las reformas del canciller Schröder. Es verdad que no todos los países pueden ser Alemania con sus fábricas. Y es cierto que quizás Europa deba replantearse un Presupuesto central tan pequeño que sólo asciende al 1 por ciento del PIB de la UE. Así se antoja imposible paliar los diferenciales que se suelen crear entre distintas regiones como ocurriría en un Estado al uso.
Y ahí el problema reside a las orillas del Sena. En tanto en cuanto Francia no ceda parte de su soberanía presupuestaria, Alemania dice que 'nein' a la unión fiscal. Nada de eso de ser el pagano de las irresponsabilidades de los otros. Y entretanto hay unas reglas que los griegos han de cumplir. Sobre todo porque darían una mala señal a Francia o Italia, que todavía no han acometido las reformas que ya ha abordado el resto.
El euro es un Tourmalet de nunca acabar. Pero Grecia intenta buscar otra vía algo menos onerosa. Sólo que ese camino depende de la generosidad de unos socios europeos que no están para grandes alharacas. Mucho menos cuando se corre el riesgo de que se apunten al carro de las dádivas formaciones como el Frente Nacional en Francia, el Movimiento Cinco Estrellas en Italia, el Sinn Féin en Irlanda o Podemos en España. De una forma u otra, todos ellos propugnan que el mercado no pueda dictar el destino de los gobiernos democráticos. La UE se convertiría en un carísimo parque de atracciones del Estado de Bienestar. Eso sí, en el que nadie quiere pagar la cuenta...
Sin embargo, luchar contra los mercados es como intentar combatir las leyes que rigen la gravedad. Una tarea sencillamente imposible. Si alguien sabe que las políticas que plantea un Gobierno son insostenibles, enseguida entona el grito del 'pies para que os quiero'. La llegada de Syriza al poder supuso el pistoletazo de salida de una carrera para poner a salvo el dinero. Justo cuando parecía que la economía helena se recuperaba, la fuga de capitales ha dejado los depósitos de los bancos en peor estado que cuando Grecia estuvo a punto de salir del euro en el verano de 2012. A la desesperada, las entidades griegas han tenido que tomar del BCE cerca del 10 por ciento del PIB heleno. Por dar una idea de lo que esto significa, en España el rescate bancario alcanzó el 4 por ciento del PIB. Como en una reacción en cadena, la inversión, la producción industrial y el consumo se han desplomado. Las previsiones del PIB se vislumbran ahora bastante más lúgubres.
Y al momento cruzan la mente ejemplos como los de Chirac, Clinton u Hollande, líderes que comenzaron practicando políticas de izquierdas pero que terminaron protagonizando un volantazo para ajustarse a las leyes del mercado. El asesor de Bill Clinton, John Carville, lo resumió a la perfección: "Solía pensar que si existiera la reencarnación, querría volver como presidente, Papa o estrella del béisbol. Pero ahora me gustaría reencarnarme en el mercado de bonos: puedes intimidar a todos”.
Pues parece que en Syriza todavía no han tomado nota de ese poder intimidatorio. En lugar de aligerarse para alcanzar un acuerdo que le garantice la financiación, han perdido varias semanas discutiendo detalles absolutamente veniales como dónde se iban a reunir con los representantes de la Troika. Aunque con eufemismos, en Bruselas habían firmado tocar el IVA, ajustar las pensiones y congelar el gasto en las partidas sociales y de funcionarios. Sin embargo, ahora quieren dar marcha atrás respecto a los compromisos adquiridos en el Eurogrupo. Quieren contratar 4.500 empleados para el sector sanitario. No quieren ajustar las pensiones salvo el retiro anticipado y quizás viudedad. Es más, pretenden paralizar el factor de sostenibilidad aprobado por el Gobierno anterior y restaurar la paga extra para las pensiones más bajas. Se niegan a facilitar los despidos colectivos. Poco a poco, aspiran a subir el salario mínimo en vez de recortarlo. Por no hablar de que todo esto básicamente lo quieren financiar atajando el fraude, ganando eficiencias y gravando los depósitos de griegos en el extranjero. Buena suerte con ello, pensaban muchos en Bruselas.
Es deseable tomar medidas contra la evasión fiscal. Sin duda hay que combatirla. Pero nadie basa un plan creíble en ello. Grecia ofrecía unos 6.000 millones de ajuste en vez de los 3.700 millones presentados inicialmente. Pero con medidas como las que planteaban podrían sumar cualquier cosa. Sólo las tasas a las teles, los productos de lujo y el juego parecían factibles. Ni siquiera las privatizaciones garantizan los ingresos previstos. “Grecia debería ofrecer un programa y no tanto material ideológico”, comentó al respecto el gobernador del Banco de Eslovaquia y miembro del consejo del BCE, Josef Makuch.
La brecha entre Bruselas y Atenas se antoja cada vez más difícil de reparar. Y Tsipras se muestra dispuesto a lanzar un nuevo órdago visitando la semana que viene a Vladimir Putin. En Bruselas consideran que los rusos carecen de la pasta para ayudar a Grecia. Pero para los griegos se trata de jugar la carta de la geopolítica. Echarse en los brazos de rusos y chinos para recordar a Europa que Grecia es un tapón de mucha inmigración que procede de zonas de conflicto, puerta hacia los Balcanes o Turquía y miembro de la OTAN. Casi nada. Aunque eso no va a impedir que esta semana Bruselas les apriete la tuercas.
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