Grecia ya encuentra rutina en el camino a las urnas. Ningún país en Europa ha cambiado más, ha votado más y ha vivido más en la crisis económica. Ahora, mientras el resto de Europa empieza a ver con esperanza el futuro económico, aunque sea con una mirada frágil y temblorosa, los helenos siguen dándole vueltas a los cambios, buscando los resortes que les ayuden a salir de una UVI que dura ya largos años.
Alexis Tsipras ha sido el centro de la política griega en los últimos vertiginosos meses. En las elecciones del 25 enero el líder de Syriza consiguió lo que nadie podía imaginar solo dos años antes, ganar y hacer caer a los dos partidos tradicionales griegos: los conservadores de Nueva Democracia y los socialistas del PASOK.
Tsipras llegó al poder con la obligación de cambiar todo, pues esa había sido siempre su promesa, pero también con los riesgos y las dificultades que suponía dirigir un país rescatado ya dos veces y enchufado al dinero de la troika para pagar las nóminas de los funcionarios y las pensiones.
La victoria de Tsipras fue recibida con pánico por los mercados y truncó la débil recuperación que se empezaba a atisbar en la economía helena
No fue bien recibido. Los últimos datos macroeconómicos antes de su llegada eran tímidamente positivos. Grecia había bajado el paro unas décimas en los últimos meses de 2014, y en los trimestres previos a las elecciones había conseguido un mínimo crecimiento acumulado del 0,7% que, además, suponía salir de la recesión técnica según los baremos de Eurostat. La llegada de Tsipras, sin embargo, sembraba el panorama de una de las claves de esta crisis: incertidumbre. La bolsa cayó un 9% el primer día tras las elecciones, los socios europeos pidieron la cabeza del nuevo primer ministro y las agencias de calificación se apresuraron a rebajar aún más las notas y las expectativas del país.
Tsipras consiguió un acuerdo antinatural con la derecha nacionalista y formó un gobierno en el que la figura más sobresaliente era Yanis Varoufakis, un híbrido entre prestigioso profesor de economía, agitador y estrella de rock, que estaba llamado a protagonizar portadas durante los siguientes meses. Él era el encargado de negociar con los acreedores, algo para lo que no siempre resultó adecuado. Algunos de sus socios en el Eurogrupo se han quejado de su tono profesoral, de los intentos del griego de dar lecciones cuando, en realidad, se encontraba entre la espada y la pared.
Desde la llegada al poder Syriza pidió, casi exigió, que la troika no fuese la interlocutora en la negociación interminable sobre la deuda griega, y en parte lo consiguió. También logró una prórroga de cuatro meses para el segundo rescate, un poco más de oxígeno para que el gobierno Tsipras pudiese actuar y para que las negociaciones, obligatoriamente difíciles entre ideas tan divergentes, fuesen menos tensas. Mientras tanto, el primer ministro heleno coqueteaba con Vladimir Putin, para enfado y miedo de Europa.
Tsipras comenzó a realizar algunas de las promesas que tenía en el programa, como la reapertura de la televisión pública, la subida del salario mínimo o la recuperación del poder adquisitivo de los funcionarios públicos. Todo eso, claro, a costa de hacer aún más grande el agujero de la deuda griega, que tenía muy graves problemas para ser vendida en los mercados internacionales y siempre se colocaba con unos altísimos intereses.
La negociación con la troika
Lo sustancial, la relación con los acreedores, tuvo meses de tira y afloja. Gestos por parte del gobierno griego, como la aceptación parcial de los postulados del Eurogrupo, se combinaban con la intención de la UE de no dejar caer al país, una política que se ha mantenido durante toda la crisis pese no haber sido siempre sencillo.
En junio la negociación saltó por los aires al convocar Tsipras un referéndum para evaluar las condiciones propuestas para el rescate
En los últimos días de junio la mesa de negociación saltó por los aires. Después de tensas conversaciones, el día 26 Tsipras salió de una de las innumerables cumbres europeas sin contar a sus socios lo que iba a anunciar esa madrugada: un referéndum. La idea del líder de Syriza era pasar por el filtro de la población las condiciones de un nuevo rescate para el país, algo que a los otros miembros del Eurogrupo sentó muy mal.
Tsipras echó un órdago y, para dificultar más aún la historia, pidió a la población que votara no al nuevo rescate. El pánico se apoderó de Grecia e infectó al resto de Europa. El país heleno, cortadas las conversaciones con Europa, se quedó sin liquidez, lo que obligó a los bancos a entrar en un corralito por el cual solo se podían sacar sesenta euros al día de los cajeros automáticos y se restringían los movimientos de capitales. Un corralito en el centro de Europa, un referéndum en el horizonte y la sensación de que el caos se había apoderado, quizá de manera definitiva, de la situación.
La campaña duró una semana, pero fue intensa. Mientras la oposición a Syriza tenía el apoyo de los socios europeos pidiendo el sí, Tsipras y Varoufakis hacían gira pidiendo el no (oxi en griego, que allí tiene connotaciones positivas al ser el lema de rechazo a la invasión nazi). Y ganaron. Un 60% de los votantes griegos decidió respaldar la posición de su primer ministro, rechazar a Europa y abrazar, aún más, la incertidumbre.
Durante aquellos días corrió como la pólvora por los despachos y titulares la idea de que Grecia ya había agotado sus opciones y que solo quedaba una alternativa viable: la salida del euro. En realidad la propuesta había morado en las cabezas de muchos dirigentes durante largo tiempo y fue defendida por importantes figuras europeas como el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schaüble, pero nunca antes se había visto como la única opción. Era uno de los temas recurrentes en todo análisis, como también lo era la necesidad de una quita que muchos comentan (el FMI, por ejemplo) pero nunca termina de materializarse.
El callejón no parecía tener salida pero, como tantas veces pasa, siempre aparece una ventana. Aunque sea, como en este caso, a costa de que Tsipras renunciase a muchas de las cuestiones que se habían esgrimido como inevitables. El líder de Syriza ganó el referéndum, tenía el apoyo de sus ciudadanos para forzar al máximo, para encaminarse al precipicio incluso, pero no lo hizo. Varoufakis salió del gobierno para hacer más sencillas las negociaciones y solo dos días después de que votasen los helenos el primer ministro pidió formalmente un nuevo rescate a la troika.
Después del referéndum Tsipras aceptó condiciones aún más duras para un nuevo rescate y vio como su partido se rompía
Tiene la historia de los últimos años de Grecia una buena cantidad de giros lampedusianos, todo parece revolucionarse, cambiar radicalmente, ser un punto de inflexión inevitable pero, con el paso de los días, se suaviza y queda en los cauces previamente transitados. Y eso es lo que pasó en julio. Las previsiones apuntaban a una salida del euro, pero Tsipras, en contra de buena parte de su coalición de gobierno, se retractó y terminó aceptando unas condiciones para el nuevo rescate aún más duras de lo que se estaba negociando antes del referéndum.
El premier griego necesitó a la oposición, Nueva Democracia, PASOK y To Potami, para llevar a cabo sus intenciones. Un tercio de su grupo parlamentario se negó a seguir los pasos del líder. Tsipras, que era el estandarte del cambio, quedó así mucho más centrado en el panorama político a pesar de que él no se cansaba de repetir que había aceptado el nuevo rescate como última opción y a regañadientes.
Las nuevas condiciones de la troika suponen una mayor carga para la población y también un escarnio para todo el país que ve como, de algún modo, ha perdido la soberanía que tenía. Entre las más notables modificaciones está la obligación de tener que pasar las leyes del país por el filtro de las instituciones europeas, es decir, el ejecutivo griego no tiene actualmente capacidad para decidir sin preguntar.
Fueron julio y agosto meses de negociaciones constantes. El partido de gobierno se rompió definitivamente y Tsipras fue pasando las normativas y los acuerdos gracias al apoyo de la oposición. Los parlamentos de los países también aceptaron el tercer rescate en el que ya solo falta por entrar el FMI, que aún no ha decidido su postura definitiva y que, habitualmente, ha sido el organismo más discordante entre los acreedores.
Las nuevas elecciones
El 20 de agosto Tsipras, con el tercer rescate ya firmado y todos los trámites concluidos, llamó de nuevo a los griegos a las urnas. Esta vez tocan unas elecciones generales que el propio primer ministro ha vendido como un examen a su gestión. Considera que no ha seguido los pasos que marcaba su programa, aunque argumenta que lo hecho era lo único posible. Cree que es necesario que los griegos se pronuncien.
Muchos analistas apuntan a que la premura de Tsipras por convocar elecciones tiene que ver con otros motivos. Estiman que el poco tiempo concedido será bueno para que la oposición de su partido no se haya podido organizar completamente y señalan que hacerlas tan pronto tiene también como objetivo que los griegos no lleguen a sufrir las consecuencias que tendrán en sus bolsillo las nuevas condiciones del rescate.
Tsipras convocó con premura las elecciones para que sus críticos en el partido no pudiesen reorganizarse y para que los griegos no sintiesen aún las consecuencias del tercer rescate
No todo en estos meses ha sido problemático para Grecia, pues en medio del huracán el Elstat, la agencia estadística del país, apuntó, sorprendentemente, que en el segundo semestre el país había crecido un 0,8%, muy por encima de las previsiones que manejaban los mercados. Es un dato frágil, que para afianzarse necesitará mucho, pero un dato positivo. También el Eurostat habla de un 0,1% de crecimiento del PIB en el primer semestre, exiguo dato que saca al país del peligro de una nueva recesión.
Y ahora, las elecciones. El reloj griego se ha vuelto a parar y la incertidumbre reina, siempre pasa cuando hay comicios. Los líderes europeos ya han advertido, a quienquiera sea el próximo mandamás heleno, que las cosas no pueden cambiar mucho, que para que el tercer rescate siga adelante tienen que mantenerse en las líneas marcadas en las reuniones de agosto. Los sondeos muestran un empate técnico entre Syriza o, con exactitud, lo que queda de Syriza tras la escisión de los más izquierdistas, y el conservador Nueva Democracia. Ambos grupos votaron a favor del nuevo rescate.
El sistema electoral griego privilegia al ganador, por lo que en este caso es importante ver quién saca más votos, aunque la distancia sea mínima. La prima de 50 escaños que tiene la primera fuerza política permite simplificar pactos y ayuda al más votado a ocupar el ejecutivo, aunque es poco probable que no se necesiten alianzas para llegar al poder. El líder de Nueva Democracia, Vangelis Meimarakis, habla abiertamente de un pacto con Syriza, una gran coalición que hace unos meses hubiese parecido simple ciencia ficción. A ese pacto, si es que se llega a tanto –Tsipras no se ha pronunciado-, podrían sumarse también el histórico PASOK, en horas muy bajas, y la pujante formación de centro To Potami.
Lo único que parece seguro es el tercer puesto en los comicios que será, de nuevo, para Amanecer Dorado. El partido ultraderechista, de vínculos neonazis, ha tenido un crecimiento en las últimas semanas, impulsado por el caos reinante en el país, el rechazo a Europa y, últimamente, también a la crisis de los refugiados que en Grecia notan especialmente cerca por su vecindad con Turquía.
Grecia volverá a ser noticia en este domingo. Será la tercera vez que el país vaya a las urnas, un nuevo intento de recomponer la situación y asentar conceptos. Todo ha cambiado en nueve meses. Tsipras, el gran izquierdista, el Pablo Iglesias griego, saboreó las mieles -y las hieles- del poder, se la jugó a un referéndum, tuvo una victoria pírrica que le hizo claudicar, se dio cuenta de que la economía no funcionaba, sufrió una escisión de los más radicales de su gobierno, negoció infinitas veces, se cerró en banda muchas de ellas, se convirtió en un líder casi de centro, carne de gran coalición, habló con Putin, con Merkel o con Rajoy... nueve meses que cambiaron Grecia completamente para dejarla en un punto muy similar al que estaba antes.
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