Inasequible al desaliento, Yanis Varoufakis declaró este viernes que observaba claros avances en las negociaciones con el Eurogrupo y que los desacuerdos eran salvables. Sin embargo, ésa no fue la postura del resto de ministros de Finanzas de la eurozona. Uno tras otro, los titulares de Hacienda reunidos en Riga se turnaron para abroncar a Varoufakis. La tensión se mascaba en el ambiente, hasta el punto en que el ministro de Finanzas esloveno sugirió la necesidad de plantear un Plan B por si Atenas salía del euro.
El propio Draghi se sumó a la presión amenazando con recortar los precios de los bonos griegos que acepta como garantías para brindar liquidez. Es decir, que iba a dar menos dinero a los bancos helenos.
En febrero se dejó muy claro que a finales de abril Grecia tendría que suscribir un acuerdo de reformas si quería acceder al dinero del rescate europeo. Pues ni por esas. Por más que en las arcas públicas griegas sólo queden las telarañas y tengan que arrebatarle el dinero a los ayuntamientos, la forma de perder el tiempo de los helenos ha sido clamorosa. En primer lugar, negándose a que los técnicos de la Troika pisen los Ministerios sitos en Atenas. Luego, mareando sobre la necesidad de reformas en Europa en lugar de en Grecia. Más tarde, dando pasos adelante y atrás con el diseño de las medidas. Por no hablar de todas las veces que han rechazado adoptar reformas porque en su opinión sacrificaban el crecimiento. Y ello al tiempo que ven como los capitales se fugan y la economía se resiente.
Para colmo, los griegos nunca se han cortado un pelo y siempre han irritado al resto recordando que un Grexit perjudicaría a la periferia de la eurozona.
“Varoufakis es el único que ve avances. Las esperanzas de un acuerdo son cada vez más bajas”, comentaba una fuente al tanto de las conversaciones. Sin embargo, en Grecia se aferran a la convicción de que no se les va a dejar caer, máxime después de que Merkel haya afirmado el jueves que se debían considerar todas las opciones posibles para impedir que Atenas se quedase sin fondos.
La siguiente escala en el calendario es el 11 de mayo, fecha del próximo Eurogrupo. Sólo que las esperanzas depositadas en esa reunión son más bien pocas. Existe la plena convicción de que el acuerdo con Varoufakis será imposible. La petulancia del griego ha exasperado a muchos. Ni siquiera Francia lo defiende. “Varoufakis está quemado. La solución depende de una decisión política que tomen juntos Tsipras y Merkel”, comenta un analista heleno.
En junio tienen lugar los grandes vencimientos de deuda griega y se acaba el paraguas legal del programa de rescate. Para entonces, se planteará otra vez un plazo límite. Y tiene toda la pinta de que podría ser el definitivo.
El riesgo de accidente se acrecienta y una salida de Grecia del euro podría provocar un encarecimiento de los intereses de la deuda de países como España
Sin embargo, las posiciones siguen muy alejadas. Grecia está dispuesta a privatizar algunos activos y a crear una comisión independiente que examine las cuentas públicas. Pero rehúsa flexibilizar más los despidos colectivos. Aunque acepta subir el IVA en algunos productos, se opone a elevarlo en las islas o en los productos básicos y ofrece a cambio gravar a los turistas de Santorini y Mikonos. Se muestra a favor de racionalizar las prejubilaciones y la viudedad, pero no quiere recortar los complementos a las pensiones.
Los acreedores también quieren evitar que Grecia engorde el salario mínimo o que aplique una moratoria a los desahucios. En cuanto al nivel de austeridad, el Gobierno griego anunció que había arrancado un compromiso de Berlín. Según su versión de los hechos, el superávit en las cuentas antes del pago de intereses rondaría entre el 1,5 y el 2 por ciento. Sin embargo, la opinión preponderante en Alemania se resume en que cualquier flexibilización del gasto se antoja insuficiente si no se aprovecha para hacer reformas. Justo esas reformas a las que se niega en redondo Syriza y, sobre todo, el ala más izquierdista del partido.
A pesar de que los mercados están bastante calmados por la intervención del BCE, el riesgo de accidente se acrecienta y una salida de Grecia del euro podría provocar un encarecimiento de los intereses de la deuda de países como España.
Ahora bien, la situación sería muchísimo más dramática para Grecia. Con los capitales en fuga, el Gobierno tendría que imponer un corralito y costear sus gastos con pagarés que se devaluarían rápidamente porque tan sólo gozarían del respaldo del Estado heleno. Abocados a una recesión de caballo y privados del acceso a los mercados, numerosos bancos y empresas griegos quebrarían en cadena. Llegados a ese punto, el Gobierno probablemente plantearía en referéndum si se sale o no del euro. Los ciudadanos tendrían que decidir si dan un mandato a Tsipras para aceptar las condiciones que impone Europa o si vuelven dolorosamente al dracma, cuyo valor se desplomaría empobreciendo todavía más drásticamente a los griegos. El escenario se antoja tan horripilante que por el momento las apuestas se centran en que Atenas cederá en el último minuto. No en vano, las encuestas entre los helenos dan una mayoría abrumadora a favor de permanecer en la moneda única. Lo dicho, junio puede ser un mes tórrido a orillas del Mar Egeo.
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