Eolo, el dios de todos los vientos en la mitología griega, mantiene a sus hermanos encadenados, pero de vez en cuando les concede asueto el Mar del Norte, esa inmensa mancha de agua comprendida entre Reino Unido, Francia y los países nórdicos.
Un yacimiento de oro en términos energéticos. Iberdrola se planteó hace años sacarle partido. La idea era levantar molinos de viento -aerogeneradores en el sector- sobre la superficie del mar para convertir la furia del aire en electricidad, y transportarla hasta los hogares de los ingleses. Un proyecto que ya se puso en marcha con el nombre East Anglia One.
Es faraónico. Posee una superficie equivalente a la mitad de Madrid y en 2020 alimentará con energía limpia 600.000 hogares del Reino Unido. Tendrá una capacidad instalada de 714 megavatios, con una inversión total de 3.000 millones de euros para su desarrollo.
En la operación participaron varias embarcaciones de superficie y buzos, además de submarinos teledirigidos operados desde la superficie a través de cables o señales de radio
Pero paradójicamente para conseguir esa energía limpia se ha tenido que hacer una labor sucia. El Mar del Norte es un inmenso cementerio de buques y submarinos caídos durante la Segunda Guerra Mundial. Basura bélica. Una zona infectada de minas subacuáticas con las que los aliados y las Potencias del Eje pretendían frenar el avance del contrario.
Los técnicos de ScottishPower Renewables, filial de Iberdrola en Reino Unido, se encontraron con un área muy extensa de estas minas cuando realizaban un estudio geotécnico previo a la cimentación del fondo marino para levantar el parque. Era muy peligroso implantar los molinos de viento, la subestación y la red de cable en un suelo plagado de explosivos.
Un submarino alemán
Llovía sobre mojado en las aguas de uno de los mares más fríos del planeta, en el que la temperatura del agua está entre los 6 y 13 grados centígrados. En 2016 un grupo de buceadores daneses encontraba en sus gélidas aguas un submarino, en este caso de la Primera Guerra Mundial, cargado de minas y torpedos sin explotar.
Iberdrola no tenía más remedio que hacer lo que técnicamente se denomina Unexploded Ordnance (UXO), detonarlas de forma controlada. El sector ecologista marcó muy de cerca el desarrollo de las operaciones. No querían que se dañara el fondo marino; las especies y plantas que lo habitan.
La energética española subcontrató para las detonaciones controladas los servicios de N-Sea, empresa dedicada a tales menesteres. En diciembre de 2017 comenzaron las labores.
En la operación participaron varias embarcaciones de superficie y un equipo de buzos, además de submarinos teledirigidos operados a distancia mediante cables y radiofrecuencia.
Fueron trabajos quirúrgicos, de una gran precisión, dado que las minas son muy sensibles a los cambios de presión y movimientos bruscos, si bien su comportamiento es toda una incertidumbre dado que habitan en el mar desde hace casi 80 años. En el caso del Mar del Norte yacen a una profundidad media de 100 metros, aunque en las zonas más complejas -las del norte- el fondo marino alcanza los 700 metros. En unos meses el suelo marino quedó limpio de explosivos.
Subestaciones
Los molinos de viento no son nada sin la subestación, infraestructura encargada de recoger la electricidad, darle la tensión apropiada y lanzarla a los cables por las que viaja a través del mar hasta las costas inglesas, donde se integra en la red eléctrica del país y se distribuye hasta los hogares como si de una red capilar se tratase.
La subestación del parque East Anglia One ha sido bautizada como Andalucía II, y fue inaugurada este verano. Navantia, otra empresa española, participó en su construcción. Los astilleros de la compañía también desarrollaron las infraestructuras en las que se insertan los molinos de viento, cuya base se inserta en el suelo marino. La construcción se alargó durante 16 meses de trabajo y ha generado una media de 450 empleos.
En la actualidad, y siempre con el permiso del dios Eolo, Iberdrola tiene en funcionamiento dos parques eólicos sobre el mar de Irlanda y el Báltico -West of Duddon Sands y Wikinger, respectivamente-, con una cartera de unos 8.000 megavatios en aguas del mar del Norte, el Báltico, Francia y la costa este de Estados Unidos.
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