Vender. De eso se trata. Los negocios son para vender. La diferencia entre unos y otros está en el arco comprendido entre el cliente y la decisión de compra. En la cúspide de esta pirámide está eso que se llama producto, y que debería ser determinante a la hora de rascarse el bolsillo. Pero no lo es.
Es una cuestión de apostar. A calidad, a cantidad, a precio, a influencia o a influencers. Huawei ha trabajado hasta la fecha mucho en la calidad del producto, al precio del mismo -aunque ahora Xiaomi parece hacerlo mejor en ambos aspectos- y a una fuerte apuesta publicitaria. Una política que funciona. Es el segundo fabricante mundial con 200 millones de móviles vendidos. Hace unos meses supero a Apple y ahora tiene en la mirilla a Samsung.
En una economía orientada al crecimiento sin remisión a veces se toman atajos que resultan ser senderos tortuosos de piedra y zarza. Se llega antes a meta, pero con rasguños y dolores. Pasan factura en la etapa del día siguiente.
Huawei venderá más teléfonos, pero no por su calidad, sino por quién sea la persona que diga que hay que comprarlos. La culpa no es del indio, sino del que le hace compadre. Huawei por darle ese poder al influencer, y los padres por hacer lo propio con sus hijos
Crecer por crecer a veces no tiene sentido. Si una familia de tres personas vive en un piso de tres habitaciones, ¿para qué mudarse a uno de cinco? ¿Para qué comprar un coche nuevo cada dos años? ¿Para qué adquirir una segunda vivienda si va a estar desocupada? Dirán ustedes, pues porque quiero. Y tienen toda la razón del mundo, pero no parece ciertamente lógico. tomen un café con quienes han sido desahuciados de sus hogares o no han podido pagar la segunda hipoteca.
El caso es que no hay nada peor que estar gobernado por el dinero. Es el peor jefe de todos, sin duda. Huawei, cuya deidad son las ventas, ha escogido a los influencers como atajo para lograr este fin en su último lanzamiento, el P30 Pro.
Los influencers son, vaya por delante, una figura necesaria. Siempre. Como la del periodista. La clave está en qué influencer o qué periodista. En cómo desarrolla cada uno de ellos su labor profesional. No se trata de estar en contra de alguien por las bravas. Si es capaz de desempeñarse como mandan los cánones no es intrusismo, es competitividad.
El caso es que Huawei decidió invitar a la presentación del P30 Pro a un grupo de influencers. Su perfil era el de aquellos que tienen el don de hipnotizar a quienes deciden en qué se gastan el dinero los padres: los hijos.
Hasta ahora Huawei había confiado principalmente en el boca a boca y la publicidad para vender
La decisión en cuestión fue de Ramiro Larragán, director de Marketing de Huawei España. Será una decisión acertada o no dependiendo si se cumplen los objetivos de venta de la compañía. Si hablamos de acción de marketing en sí, lo cierto es que en el caso del tratamiento de algunos de estos influencers se penaliza la reputación del producto. Lo convierte en banal, lo impregna de superficialidad, le resta seriedad -ojo, al igual que provocaría un artículo periodístico poco argumentado o impreciso-.
En el vuelo -avión privado fletado por Huawei- a París, donde se celebró la presentación del Huawei P30 Pro hace un par de semanas, viajamos juntos periodistas e influencers. Una vez acabado el evento, cada gremio se dedicó a lo suyo. Costó ver un análisis del teléfono sesudo o con cierto rigor por parte de la gran mayoría de los influencers. Vaya por delante que el problema no está en los influencers, sino la estrategia de marketing. En quien los selecciona y plantea la hoja de ruta del plan de marketing.
Huele a querer ser Apple por la vía del cloroformo. Vender más y rápido. Un error. Apple, que lleva mucho tiempo sin dar un golpe sobre la mesa en el terreno de la innovación, vive ahora de las rentas, del trabajo bien hecho durante años. Vende menos, pero más caro.
Hasta ahora Huawei había gozado de un buen boca a boca y, como hemos comentado, de una fuerte apuesta por la publicidad para vender. Ahora llama a las puertas de los hogares con el nudillo de los influencers -o quizá ha mantenido de forma más solapada su relación con ellos hasta ahora-. Esos pequeños dictadores que reinan en muchos hogares reclamarán a sus padres el teléfono que les digan sus ídolos en Instagram, en una decisión tomada por el departamento de marketing que salpicó a la de comunicación. El área dirigida por María Luisa Melo no tuvo ni voz ni voto en esa decisión. Pero no se separó debidamente la iniciativa de marketing del evento periodístico. Eso generó ruido. En las redes sociales y entre los gremios, sobre todo el periodístico, que tan mal encaja por norma general esta nueva figura.
La culpa no es del indio, sino del que le hace compadre. Huawei por darle ese poder al influencer, y los padres por hacer lo propio con sus hijos.
Pasen el domingo sin pensar en el lunes, no me sean agonías. Serán mucho más felices.
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