Cinco años después de la quiebra de Lehman, la todavía convaleciente economía global se encuentra algo mejor. Los impulsos de la Fed y China consiguieron salvar al paciente y evitar una depresión como la del 29. Con bastante retraso y más timorato, se les unió a la terapia el BCE. Sin embargo, un lustro más tarde, toda esa masa de liquidez inyectada al sistema a duras penas se ha filtrado a la economía real y la creación de empleo. Por un lado, ésta se ha destinado a prestar a los Estados. Y por otro, a la llamada banca en la sombra. Ésa que sin regular proveía financiación enmascarando como producto de calidad lo que en realidad era deuda acumulada. Ésa que permitía que se financiase a corto plazo el endeudamiento a largo. Y ésa que dejaba apostar contra una inversión sin tener en cuenta que existía el riesgo de la contrapartida.
¿Cómo se fraguó la crisis?
En febrero de 2009, dos submarinos nucleares colisionaron en el Atlántico. Para protegerse, habían desarrollado unos sistemas de camuflaje tan sofisticados que al final éstos jugaron en su contra. En la década previa al estallido de la crisis, una bonanza del crédito financiada por los ahorros de los países exportadores y emergentes alimentó la formación de burbujas en los mercados. China proveía tanta liquidez que los tipos de interés una vez descontada la inflación eran negativos, y se consideraba tonto al que no se endeudase. Ganar así dinero era fácil. Y las entidades se mostraron especialmente ingeniosas a la hora de desarrollar fórmulas con las que financiar y por tanto alentar esos desequilibrios.
Después de la Gran Depresión, la Ley Glass-Steagall había establecido en EEUU una clara guía de lo que los bancos podían o no hacer. Sólo que desde Reagan hasta Bush pasando por Clinton se tomaron numerosas decisiones que erosionaron dichos controles. Al objeto de redistribuir la riqueza, se brindaron desgravaciones fiscales a las clases más pobres para que pudiesen acceder al sueño americano de comprar una casa. Y se animó a las entidades a conceder los préstamos. Para ello, bajo la égida de Clinton, se redactó la Gramm-Leach-Liley Act, que rompe la Glass-Steagall y permite a los bancos convertirse en supermercados financieros. Poco a poco, al mismo tiempo que la Fed relajaba la política monetaria y Freddie Mac y Fannie Mae aseguraban indiscriminadamente hipotecas de baja calidad con la garantía del Estado, desaparecía la disciplina bancaria y tenía lugar una oleada de fusiones que creó gigantes… con pies de barro. Y este modelo se siguió en todas partes.
Mediante el recurso a la ingeniería financiera, los bancos de todo el mundo sencillamente movieron el dinero allá donde se ofrecían los mejores rendimientos y obtenían una tajada por ello. Con el uso de papeles y anotaciones, podían traspasar fronteras y hacer capitalismo sin capital. Hasta que llegó el momento en que se examinó la calidad de los activos que estaban detrás, y el pánico se desató al comprobar que los bienes que lo respaldaban estaban increíblemente inflados, como por ejemplo las hipotecas subprime. Endeudados hasta las cejas, todos habían apostado a lo mismo. Habían logrado pingües beneficios financiando a corto sus inversiones de riesgo a largo. Pero al esfumarse la liquidez, de golpe y porrazo se reveló una estructura parecida a la estafa piramidal. Por más que se convirtiesen unos activos en papelitos o títulos que luego se distribuían entre inversores, no se diversificaba el riesgo. Más bien se ocultó dónde estaba. Y al igual que los submarinos, chocaron cuando todos huyeron a la vez.
¿Y ahora qué?
Cinco años después de Lehman, los bancos de todo el mundo están ahora más recapitalizados, no recurren a las endiabladas titulizaciones y toman menos riesgos. Pero los problemas siguen ahí.
Los sistemas de bonus que incentivaron por doquier la toma indiscriminada de riesgos no han sido reformados, por ejemplo cambiándolos por pagos en acciones que se cobren unos años más tarde y que vinculen las retribuciones con el desempeño de la entidad a largo plazo.
Si el ‘too big to fail’ ya era un peligro, las entidades ahora son aún mayores y por lo tanto concentran más riesgo sabiendo que serán rescatadas si pasan apuros, sobre todo con nuevas rondas de inyecciones monetarias de los bancos centrales.
Aunque los bancos centrales hayan conseguido que no se pare la actividad, lo han hecho beneficiando sobre todo a los ricos, al engordar los precios de los activos. Mientras continúan las dificultades para conseguir empleo, la frustración de las clases bajas y medias aumenta al comprobar cómo se ha puesto mucho dinero en la banca, pero no se ha castigado en los tribunales a los que asumieron riesgos excesivos.
Ni se ha separado con nitidez la banca comercial de la de inversión, ni se ha regulado la banca en la sombra. Lo que a su vez ha provocado que muchas entidades trasladen su actividad hacia esa banca en la sombra libre de controles y que según la FSA británica ha aumentado su tamaño hasta los 67 billones de dólares desde la ya de por sí increíble cifra de 59 billones en 2008, en parte dopada por las sucesivas inyecciones monetarias.
Y si en Estados Unidos todavía no se ha hecho lo suficiente, en Europa se ha hecho incluso menos. Las autoridades de la UE no han completado el proceso de limpieza de los balances bancarios debido a que una economía renqueante continúa deteriorándolos.
Como en el milagro de los panes y los peces, no se prestaron ahorros, sino que el dinero se creó y multiplicó de forma artificial. Y ahora el problema de la deuda no remite, pues al recortar el consumo para reducir endeudamiento, los ingresos caen mientras la deuda vale lo mismo, lo que complica el pago de los créditos. Además, buena parte del endeudamiento privado se ha trasladado a las cuentas públicas. Para colmo, en estos momentos los dos motores de esta salida de La Gran Recesión levantan el pie del acelerador. China flaquea desbordada por el crédito. Y la Fed ha de retirar sus estímulos. Ante la perspectiva de perder estos impulsos, los emergentes ya se tambalean. Sin una fuente clara de crecimiento, con la demanda demasiada endeudada en Occidente, la única vía que se vislumbra para dar fuelle al crecimiento son nuevas burbujas, hecho del que una vez más se intentará aprovechar la banca en la sombra con los consiguientes riesgos.
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