La historia de la economía está plagada de “cambios pendulares”: movimientos ‘sísmicos’ provocados casi siempre por acontecimientos imprevistos, que han obligado a hacer borrón y cuenta nueva, a encarar el futuro con nuevas reglas y a relegar a los líderes mediocres a los márgenes de la hemeroteca. Hace apenas 24 meses, absolutamente nadie pronosticaba que el mundo estaba abocado a una nueva 'metamorfosis'. Hasta que el coronavirus propagó una pandemia, la pandemia activó una crisis y la crisis propició una guerra.
Llegados a este punto, el presente pide a gritos la emersión de liderazgos capaces de construir sobre la tierra quemada. Los necesita Occidente. Y los necesita urgentemente España, un país que lo tenía todo para brillar y que lleva demasiados años cayendo en picado, con multinacionales perdiendo músculo y políticos incapaces de ejecutar reformas decididas y duraderas.
La teoría de los “cambios pendulares” la recuerda el economista Rafael Pampillón en su libro Cuando los votantes pierden la paciencia. “Se producen porque los países se paran a revisar las trayectorias seguidas en el pasado y repensar su futuro. Esos momentos acostumbran a coincidir con las grandes catarsis económicas”, escribe el catedrático y profesor del IE. Y detrás de cada cambio siempre ha habido líderes brillantes y nefastos, políticos que han sacado naciones del pozo y gobernantes que han alargado las crisis por su torpeza.
Por ejemplo, Hervert Hoover agravó el Crack del 29, por “el enorme retraso con que se aplicaron las necesarias medidas de política económica”, señala Pampillón en su ensayo. Estados Unidos estuvo cuatro años en la cuneta, hasta que Franklin Roosvelt le dio la vuelta a la economía en 1933 con recetas keynesianas. Arrasaría en las urnas otras tres veces, obligando al Congreso a establecer el actual límite de dos mandatos presidenciales.
Líderes rupturistas
Roosvelt fue tan rupturista en un momento complejo como lo fue Deng Xiaoping en la China de los 80 o Margaret Thatcher por las mismas fechas en Inglaterra. Pero el destino relegó al lado de los perdedores a otros líderes como Jimmy Carter o el propio Hoover. En la mayoría aflora una 'gen' común: la escasa altura de miras para hacer crecer la economía sin mirar obsesivamente el coste electoral por el retrovisor.
"Los países fracasan hoy en día porque sus instituciones económicas extractivas no crean los incentivos necesarios para que la gente ahorre, invierta e innove. Las instituciones políticas apoyan a las económicas para consolidar el poder de quiénes se benefician de la extracción", explican Daron Acemoğlu y James A. Robinson en el ensayo Por qué fracasan los países: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Los dos economistas, profesores en el MIT y Harvard, vienen a decir que la conexión entre gobernantes débiles y empresarios egocéntricos "siempre está en el origen del fracaso".
Financieros que han vivido de cerca los vaivenes de la economía española en las últimas décadas no se cortan al afirmar que nuestro país pudo dar el gran salto en el siglo XXI. Pero se quedó por el camino. Las privatizaciones de los 90, lideradas por José María Aznar y Rodrigo Rato, sirvieron para crear grandes corporaciones con capacidad para hacerse más y más grandes en América, su destino 'natural' de expansión. Desde Telefónica a Repsol, pasando por Endesa o Argentaria.
El poder político, no obstante, se reservó cauces directos de influencia, colocando a empresarios 'amigos' -César Alierta, Alfonso Cortina, Rodolfo Martín Villa, Francisco González…-, mientras controlaba directamente la mitad del sector financiero a través de las cajas de ahorros.
Ya sea por errores de gestión o por la falta de gobernantes con categoría, lo cierto es que algunas de las multinacionales se quedaron en la mitad de lo que podían haber sido. Tras una catastrófica maniobra del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, la italiana Enel se hizo con Endesa, y hoy absorbe como una aspiradora sus dividendos millonarios, controlando su estratégica posición en Latinoamérica. No mucho después, Cristina Fernández de Kirchner arrebató YPF a Repsol ante las narices de un impávido Mariano Rajoy.
El mismo patrón se repitió en la gestión de las cajas de ahorros, que fueron cayendo una por una hasta llevarse casi por delante el sistema financiero, rescatado por Europa en 2012 a cambio de ajustes dolorosos. Paradójicamente, éstos alentaron las últimas reformas de verdadero calado que se han puesto en marcha en España. Si se hicieron fue por la exigencia de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, y no por la iniciativa del Gobierno de turno.
"Con la polarización política llegó también la parálisis de las reformas que sólo durante los ejercicios 2012 y 2013 avanzaban al ritmo que necesitaba el país, en buena parte gracias a la intervención de la 'Troika'", recuerda Juan María Nin en su libro Por un crecimiento racional. El banquero lo afirma con conocimiento de causa, pues vivió la reestructuración financiera desde dentro, como director general de La Caixa primero y vicepresidente de Caixabank después.
El criterio ideológico nunca ha dejado dejó de imperar en España: está detrás de las reformas de Sánchez, condenadas a la reversión si hay giro electoral, y del choque lamentable que ha partido en dos el PP
Nin rememora que, tras aquellas reformas, "se impuso una dinámica populista y de exaltación de la indignación, lo que contribuyó a que nada de lo anterior se debatiese con serenidad". "El debate lo monopolizó rápidamente la consigna 'importa más encontrar culplables que soluciones'. Se impuso el criterio ideológico sobre el pragmatismo de los datos".
Ese criterio ideológico nunca ha dejado dejó ya de imperar. Salvando las distancias y los matices, está detrás de las reformas que está impulsando el Gobierno de Pedro Sánchez, condenadas a la reversión si hay giro electoral, y del choque lamentable que ha partido en dos el Partido Popular de Pablo Casado.
Ese es el panorama en el que avanza España, con una recuperación que genera dudas y una guerra en plena Europa. Con la necesidad imperiosa de encontrar un líder político de verdad que la reflote tras décadas sin brillo.
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