España no se ha sacudido ni mucho menos la crisis de encima, pero conviene recordar que hace exactamente 12 meses las cosas estaban infinitamente peor. Empresas como Telefónica, Santander o Iberdrola no tenían acceso a los mercados. El Tesoro se financiaba por encima del 7%, no había ni un solo indicador macro que invitara al optimismo y las autoridades europeas “tenían decidido intervenirnos”, según ha reconocido posteriormente el propio ministro de Economía en pequeños foros. Pero el pasado 26 de julio de 2012 el presidente del Banco Central Europeo (BCE) dio un puñetazo sobre la mesa y cambió nuestro destino inmediato.
En dicha comparecencia anunció un plan de compra de deuda todavía no utilizado, pero sobre todo, pronunció unas palabras mágicas para los países periféricos.
Ha sido, probablemente, la frase más importante pronunciada por un banquero central en los últimos años. Más que la alerta sobre la “exuberancia irracional” de los mercados, levantada por Alan Greenspan, sin duda alguna. Nunca tan pocas palabras hicieron tanto por tantos.
Pero costó mucho que las pronunciara. Los meses de mayo y junio fueron agónicos. El ministro de Economía, Luis de Guindos, tuvo que realizar un road show urgente por Alemania, Francia o Italia, pidiendo un poco de paciencia a sus mandamases, ya que los socios europeos tenían decidido que, después de Grecia y Portugal, le tocaba el turno del rescate e intervención a España.
Poco antes, los principales ejecutivos y empresarios del país se habían aglutinado ante Mariano Rajoy con un SOS en toda regla: había que evitar el cierre de mercados y la temida bajada de rating, que dejaría a España como bono basura. Si llegaba eso, sería el final para medio Ibex… o más.
Mercados cerrados
Sí, en aquellos momentos, más de uno de nuestros colosos de primera fila del Ibex pudo haber colapsado y entrado en default. La propia Telefónica, que ahora ha anunciado con orgullo la compra de KPN-Alemania (E-Plus), también ha reconocido que entonces no tenía financiación para abordar una operación lista desde hace mucho tiempo. Pero no era ni mucho menos la única con una enorme presión financiera.
De aquellos encuentros, promovidos por gente como César Alierta, Ignacio Galán o Emilio Botín, surgió el Consejo Empresarial para la Competitividad, un órgano que, por encima de todo, refleja el paso al frente que dio la crema empresarial para defender la economía y poner en valor a las compañías.
No fue fácil que Draghi dijera “haré lo que esté en mi mano para defender el euro y créanme, será suficiente”. Pocos días antes de pronunciar esas apenas 15 palabras históricas, había mostrado un alineamiento total con Alemania, mostrándose reacio a compras de deuda y medidas adicionales de liquidez. Los mercados se hundieron y se temieron lo peor: o la intervención sobre España, con sus inevitables quitas de deuda e incluso un corralito o una reacción doméstica que pasara por la salida del Euro, lo que traería una devaluación inmediata de alcance imposible de predecir.
En esos meses (segundo y tercer trimestre sobre todo), no había nada que invitara al optimismo. Mientras los especuladores diseñaban productos para ganar dinero cuyo subyacente era, precisamente, el colapso de España, la prensa internacional sólo hablaba de una cantinela que llegó a ser dolorosamente común: The pain in Spain. Los grandes gurús internacionales hablaban sin tapujos de corralito y señalaban al Gobierno de Rajoy como la chispa que iba a hacer saltar por los aires al Euro.
A principios de junio, el Ejecutivo pareció tirar la toalla y solicitó ayudas financieras para la banca, aunque parecía claramente el preludio de un rescate total. Muy poco antes del 26 de julio, Guindos lanzó un mensaje que parecía un último estertor: “podemos evitar el rescate global”.
¿Sabía ya el ministro que Draghi iba a entrar a socorrer a los países periféricos, especialmente a España, después de sus intensos contactos, o fue por encima de todo un grito desesperado? Seguramente lo primero, pues no en vano, Guindos ha tenido que pelear con los socios europeos hasta un nivel que roza lo patético.
Ahí están, si no, las atribuladas palabras del político ante Olli Rehn, Comisario Europeo de Asuntos Económicos: “mañana verás la reforma laboral y es más dura de lo que se piensan. Ya lo verás, ya lo verás…”
https://youtube.com/watch?v=SUjkEYoN-_Q
Hoy, un año después, llueve mucho menos. El rescate total no se ha pedido, pese a las insistencias de todos los banqueros y la prensa internacional. El déficit se ha recortado en cierta medida. No todo lo deseable, pero se ha controlado. Las agencias de rating siguen encima, pero no han apretado más. España sigue siendo investment grade, al menos por parte de S&P, Moodys y Fitch.
Mención especialísima merece el sector privado, protagonista de una devaluación privada sin parangón en el mundo, que ha dado la vuelta a la balanza por cuenta corriente y comercial. Las cifras de ventas de coches han dejado de caer a plomo, al igual que el desempleo.
Las grandes casas de análisis internacionales han cambiado, casi de repente, su opinión por España, insistiendo en que hay que invertir ya mismo. Y una variable con la que se puede contar siempre, el turismo, está en máximos históricos, cuestión que no ha sido del todo calibrada por el FMI, por ejemplo, a la hora de realizar sus previsiones económicas.
Esas compañías que tenían los mercados cerrados se han inflado a emitir papel. La prima de riesgo está unos 350 puntos básicos por debajo de como estaba antes y la Bolsa ha repuntado un 40%, con mención especial a un espectacular rally a primeros de año.
La situación está mucho mejor y ya se habla de comenzar a crecer. Las previsiones son dispares, pero desde el Gobierno o el Consejo Empresarial de la Competitividad se afirma que en la segunda mitad del año se crecerá intertrimestralmente.
Esa será la clave: crecer. Sin crecimiento no se podrá pagar la deuda, que ya está situada por encima del 90% ni incentivar el empleo. El escenario no es ni mucho menos sencillo. Pero las cosas han cambiado: ahora, se trata de que el Ejecutivo trabaje y haga reformas; y de que las empresas continúen abriendo mercados y peleando en el mundo globalizado. Hace 12 meses, la cuestión era evitar un rescate demasiado duro y para el sector privado, sacar el dinero de España.
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