A media tarde el viernes, un gestor español comentaba con filosofía, al ver cómo el Ibex había anulado de un plumazo las ganancias anuales y cómo la prima de riesgo se ampliaba de nuevo, que “nadie dijo que esto iba a ser fácil”. Excepto el Gobierno, que se muestra optimista sobre el futuro y sobre el presente. “Efectivamente. Ahora, lo que importa es saber la profundidad de esta corrección”.
Esta corrección llega por una crisis de divisas que ha hundido al peso argentino, al rand sudafricano, a la lira turca y en general, a las monedas periféricas. Y ha hecho sonar las alarmas con la violencia que un hacha se hunde en un tronco.
Este inicio de 2014 ha sido vertiginoso. El Ibex comenzó por debajo de los 10.000 puntos y llegó a superar los 10.500 en pocos días, mientras la prima de riesgo se estrechaba con fuerza, ya que el 10 años llegó a situarse en el entorno del 3,60%.
Ahora, el Ibex pierde un 0,5% anual y el diferencial de deuda todavía está mejor que en el inicio de ejercicio (215 frente a 220 puntos de cierre de 2013). Pero el 7 de enero, esos 192 puntos sabían a gloria. España parecía imparable. Toda la comunidad internacional se pegaba por invertir en el país. Al Tesoro le quitaban los bonos de las manos, con demandas de hasta 40.000 millones de euros.
Lo preocupante ha sido que la crisis de Argentina ha golpeado con precisión quirúrgica a España. El problema cambiario latente ha estallado de nuevo, con caídas del peso del orden del 15% en sólo dos jornadas. Las compañías domésticas tienen grandes intereses en Latinoamérica y lo que en su día se vendió como una gran ventaja, ahora puede ser un enorme inconveniente. No es casualidad que este viernes BBVA o Telefónica cayeran con enorme estrépito, más del 5% en el caso del banco.
Las medidas cambiarias adoptadas por Argentina no terminan de tranquilizar. Su mercado está claramente intervenido y no es descartable algún inesperado giro populista, en forma de devaluación o algo peor.
Fuera de la cesta segura
La flojera de China también ha agravado la crisis. Y el dinero se ha ido a toda prisa de países emergentes a desarrollados… pero España no está en esa cesta.
El capital se está refugiando de nuevo en deuda alemana (el bund cerró en el 1,65%, cuando comenzó el ejercicio cerca del 2%), el bono USA (2,73% frente a casi el 3%) y oro, cuya onza se pagaba este viernes a 1.265 dólares, desde los 1.200 en que empezó el ejercicio.
Un proceso de salida cuyo alcance no acierta a ver nadie. Según comentan expertos de Barclays, en la semana comprendida hasta el 22 de enero se ha visto fuga de fondos emergentes, tanto en acciones como en renta fija, de 5.900 millones de dólares en lo que va de año. No es una cifra abismal, pero la duda es cuánto va a durar esto.
Los capitales que tanto llueven sobre España desde el segundo semestre del pasado año, vuelven a estar ojo avizor.
Llegados a este punto, las cosas vuelven a estar más en las manos de los bancos centrales que nunca; una historia que a nuestro país le suena muy cercana. “Sería bueno que la Reserva Federal diera alguna señal sobre la implementación del tappering” (recorte progresivo de las medidas extraordinarias de liquidez, como la compra de bonos por parte del organismo emisor), indica Félix López, socio director de ATL Capital.
España depende de lo que diga la Fed. De nuevo a suspirar por un discurso favorable por parte de los banqueros centrales. Por mucho que los datos de empleo hayan dado un respiro y sirvan para que el Ejecutivo presuma de ello incluso por adelantado, la recuperación está sobre mimbres muy frágiles. No será fácil e, incluso en el mejor de los escenarios, los mercados sufrirán gran volatilidad y darán sobresaltos muy grandes.
Sin duda, en la reciente cumbre de Davos se habrá hablado de todo esto. El año pasado, Luis de Guindos predijo el final de la recesión en el mismo foro. Pero el futuro sigue siendo muy complicado y Rajoy deberá pelearlo. Si se acomoda en el triunfalismo, los mercados le devolverán a niveles de pesadilla con más rapidez de la que sospecha. Y depender de medidas cambiarias a adoptar por personalidades como Cristina Kirchner todavía asusta más.
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