Existe una frase se repite una y otra vez durante la invasión de Ucrania por parte de Rusia: Europa está más unida que nunca. Una media verdad o verdad a medias que pretende desconcertar a Vladimir Putin. Pero en el Kremlin se conoce que los sacrificios de las grandes potencias europeas por el bien común tienen sus límites y uno de ellos son las políticas energéticas nacionales. Un claro ejemplo de ello es la reciente controversia del MidCat, el gasoducto que podría unir a España con Francia a través de los Pirineos.
Alemania pretende que se reactive este proyecto, que lleva 20 años encima de la mesa, para que España y Portugal sean una opción en su crisis de suministro de gas. España y Portugal ven una oportunidad de convertirse en un referente gasístico europeo, pese a que sus gobiernos hace unos años repudiaron la infraestructura. La Unión Europea se abre a financiarlo. La OTAN, incluso, lo ve como una buena idea.
La pelota ahora estaría en el tejado de Francia, que se niega en rotundo a avanzar con el MidCat. El ministro de Transición Ecológica francés dejó claro la pasada semana que su país se opone al gasoducto y a la propuesta de Alemania de construir un gasoducto que le conecte con la península ibérica. El Gobierno francés defiende que un gasoducto que conecte Alemania con la península ibérica tardará años en construirse y no resuelve el problema.
“Estamos viviendo unos episodios en los cuales la autonomía que tienen los países europeos en su elección de sus fuentes de energía más conveniente chocan con la política energética de la Unión Europea, que se ve condicionada con la situación de la guerra”, asegura José María Peredo, catedrático de relaciones internacionales de la Universidad Europea. “La energía en Europa siempre ha sido una cuestión nacional, no ha sido una cuestión europea. Han existido algunas políticas europeas como el giro verde y reducir la contaminación. Pero la política energética se decide en cada estado miembro por sus intereses, localización o relación con empresas”, añade el profesor.
La International Energy Agency (IEA) recuerda en su informe sobre Francia que consideró la construcción de nuevos gasoductos dentro de Francia y entre Francia y España (proyectos MidCat y South Transist East Pyrenees), pero abandonó estos planes ante las reducciones esperadas del consumo de gas en Francia y el exceso de capacidad de la red.
Alemania, por su parte, busca poder tener acceso a la gran infraestructura gasista de la Península Ibérica. España tiene diversificado su suministro de gas por dos vías de entrada: gasoductos internacionales y gas licuado. El país se abastece con seis gasoductos internacionales: dos con Argelia (uno de ellos cerrado desde noviembre de 2021), dos con Portugal y dos con Francia. Además cuenta con seis centrales operativas de regasificación de gas natural licuado (GNL) y una en construcción. Portugal aporta a esta red otra central de regasificación.
“El choque por el Midcat no es algo nuevo”, asegura Carlos Martín, responsable de operaciones de la empresa de servicios energéticos Enerjoin. “Entre 2000 y 2006 se realizó una gran inversión en plantas de ciclos combinados de gas y una importante red de regasificadoras, producto de una previsión de aumento de la demanda completamente desmedido. Y España propuso poner en marcha este Midcat para dar sentido a esta inversión y poner al servicio de los países del centro de Europa esta red. En aquel momento, ni Francia ni Alemania le veían sentido. El primero por los argumentos que expone a día de hoy y el segundo porque su relación con Rusia era más rentable. España tiene ahora una ventaja competitiva por aquella decisión”, puntualiza.
Rusia cambia la necesidad del MidCat
Pero ahora el centro de Europa necesita gas y han entrado las prisas para reactivar esta infraestructura. Aunque desde el sector energético no hay optimismo por los planes de Emmanuel Macron. Francia no quiso en 2019 y no va a querer ahora. La inversión que Francia tendría que hacer es descomunal. Se habla de una movilización para el Midcat de cerca de 3.000 millones de euros y el Gobierno francés considera que no le aporta nada a su política energética.
“No hay que olvidar que todo lo que signifique mantener la tensión entre países europeos beneficia a Rusia. Y Rusia en este momento se ha manifestado como un enemigo”, recuerda José María Peredo. “Las decisiones económicas y energéticas deben tener en cuenta este escenario. En el enfoque económico, España tiene una oportunidad para hacer valer sus infraestructuras y, desde el punto de vista político, los países miembros deberían considerar este proyecto como oportunidad para todos la Unión Europea”, asegura el catedrático de relaciones internacionales de la Universidad Europea.
La esperanza para todos aquellos que confían en solventar la postura de Francia es que Alemania haga valer su papel de ‘motor económico’ europeo. El problema energético alemán es muy grave y van a afrontar este invierno con unas reservas de gas bajo mínimos. Su intención es activar todas las palancas para disponer de todas las alternativas de cara a 2023. Por lo tanto, este debate promete prolongarse en el tiempo.
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