Sobre el papel, se trata de una medida perfecta. En sus modelos, los economistas ortodoxos como los del FMI o la Comisión tienen muy estudiado que en un país inmerso en una recesión de balances y que por lo tanto precisa financiación exterior, hay que rebajar los salarios para recuperar la competitividad, ganar mercados en el exterior y así no requerir más flujos monetarios de fuera. ¿Pero es esto posible? ¿De verdad supone una solución recortar los sueldos hasta un 10 por ciento? ¿Y no habría que fijarse también en aquellos sectores intervenidos por el Estado en los que se encuentran las mayores retribuciones?
Durante la rueda de prensa hace escasas semanas de la misión del FMI en España, su jefe, James Daniel, se expresó con una claridad meridiana: “Probablemente veamos en España crecimientos positivos en la segunda mitad del año. Pero ése no es realmente el tema. El tema estriba en si la recuperación va a ser lo suficientemente fuerte como para generar puestos de trabajo. Ahí es dónde reside la incertidumbre. No existen dudas sobre si la economía se está estabilizando. En ese sentido creemos que el Gobierno tiene razón y hay signos de un cierto suelo. Pero lo que queremos percibir son señales claras de un crecimiento robusto y de que hay una recuperación del empleo. Y ahí es donde está el interrogante”.
Enfrentados con la dura e inaceptable realidad de que la tasa de desempleo apenas baja, los analistas de la troika buscan darle una nueva vuelta de tuerca a sus recetas de siempre. Y entre ellas destaca la llamada devaluación interna. En teoría, para ellos el empleo es una cuestión de oferta. Por poner un ejemplo, un individuo cualquiera puede contratar para su hogar un asistente de la limpieza siempre que éste ofrezca su trabajo a un coste asumible. Y de acuerdo con estos principios, simplemente hay que rebajar los salarios para conseguir que se reequilibre un mercado que tiene a mucha gente ociosa. Incluso economistas nada sospechosos de radicales de derechas como el premio nobel Paul Krugman ya prescribieron para España al principio de la crisis recortes salariales de hasta el 20 por ciento.
Un ajuste hecho en el sector privado
Sin embargo, después de cinco años de crisis, la realidad tiene muchos más matices y va por barrios. En la práctica, el sector privado ya se ha ajustado mucho según lo iba necesitando. Los costes laborales unitarios, principal medida que toman los expertos, han disminuido en el entorno de un 6 por ciento mientras seguían subiendo en la eurozona, el principal destino de nuestras exportaciones y, por consiguiente, contra quienes más hemos de competir. Y como refleja el hecho de que estemos aumentando nuestras exportaciones, la competitividad también va al alza.
Con todo y tristemente, la mayor señal de que se ha hecho un ajuste es el número de parados que hay. Es decir, la corrección de los desequilibrios en España se hizo a fuerza de despedir temporales y que el resto trabajasen más, cuando en otros países se optó en cambio por rebajar salarios, horas o ajustar condiciones y que el empleo se distribuyese entre más gente. Es lo que los economistas llaman ajustar el excedente del factor trabajo vía salarios en lugar de vía cantidades, esto es, parados.
La propuesta del Fondo Monetario Internacional habría sido estupenda nada más comenzó la crisis. Pese a que una parte de los desempleados procede del estallido de la burbuja y habría sido difícil evitar sus despidos, sí que se podrían haber eludido muchos otros, y ahora se antoja bastante más complicado recolocar a todos esos desocupados.
Los sectores intervenidos
De modo que después de cinco años de ajustes, habría que ser más selectivos e identificar dónde se podrían obtener los mayores réditos con las rebajas salariales. Y para ello el primer paso consiste en señalar dónde se encuentran las retribuciones más elevadas. Casualmente, éstas se hallan precisamente en los sectores regulados, como las eléctricas, la banca o las telecos. Tal y como recoge la encuesta de estructura salarial del INE, hay unos sueldos mucho más altos allá donde hay intervención pública. Ergo, ¿ha servido la desregulación para que unos pocos capturen rentas en perjuicio del resto de la economía? Sin duda, se trata de un argumento muy poderoso para liberalizar y forzar rebajas de precios en servicios como la luz o el teléfono.
Respecto al sector público, aunque es habitual que los poco cualificados cobren más que en el privado, el problema ahí reside más bien en las cantidades, sobre todo en los organismos varios y las empresas públicas. Y ese ajuste también se está produciendo tras haber disminuido el año pasado el empleo público en 220.000 efectivos según los datos de la EPA.
¿Rebajas de cotizaciones?
Por otra parte, también se debería aplicar la tijera a los costes laborales allá donde bajarlos pueda deparar un incremento de la contratación. Y las actividades más sensibles al salario y que por lo tanto más aumentarían el empleo son aquellas más intensivas en mano de obra, de menos cualificación y en las que hay más bolsas de desocupados originadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria. O sea, justo aquellos que cobran menos, que ya han adelgazado sus salarios o que simplemente han visto cómo quebraban sus empresas.
En estas parcelas de actividad, la disminución de los costes laborales ya está ocurriendo, de modo que habría que favorecer el proceso de otra forma: una rebaja de cotizaciones de los menos formados en principio no tendría un coste muy grande. Sin embargo, conlleva recortar la financiación para un sistema de pensiones en déficit.
El modelo alemán
Otra medida en la misma dirección diseñada para los más jóvenes consiste en que se les rebaje el salario mínimo. Aunque se considera tabú en España, se practica de forma habitual en bastantes países europeos, como por ejemplo Alemania. Se trata de una manera de que los menores de 25 años se incorporen al mercado laboral, ganen experiencia y así poco a poco mejoren en la escala profesional.
De hecho, la fórmula del éxito alemán se basó en un primer momento en aumentar la productividad, lo que les condujo a unos salarios altos. Y ahora que han practicado una década de congelación salarial, la clave reside más bien en que han sido capaces de extender su fuerza laboral a base de rebajar los sueldos a los menos formados. Aunque no lo digan en público, han adoptado las mismas recetas que recomienda el FMI a España y más de 8 millones de teutones cobran 800 euros o menos. Voilà, el milagro alemán del pleno empleo. Ahora bien, una parte trabaja a tiempo parcial, otra son jóvenes que empiezan y, sobre todo, lo más importante es que al tener a todo el mundo trabajando pueden sostener un sistema del bienestar que precisamente apoye a estos grupos con más ayudas.
La dichosa competencia
A su vez, resulta esencial que todas estas iniciativas se acompañen de medidas diseñadas para fortalecer la competencia, para que bajen los precios y los sueldos mantengan su capacidad adquisitiva. Una política que debería incluir también los precios de la vivienda, que no se consiguen bajar porque no conviene a la banca.
De poco sirve bajar las remuneraciones si el IPC se dispara. Y aunque muy probablemente nos viniese mejor que el BCE adoptase una política monetaria aún más laxa, ello también acarrearía al final una reducción encubierta de los salarios vía inflación. La competencia también es importante para que las rebajas salariales se plasmen en los precios y no en los beneficios.
Difícil de aplicar
Otra cosa distinta es si este recorte salarial se puede llevar a la práctica. En Portugal, finalmente se rechazó el intento de la Troika de que los trabajadores costeasen una parte de sus cotizaciones, lo que entrañaba en realidad un tajo a sus remuneraciones del 7 por ciento. En Alemania, se planificaron con tiempo y alcanzaron el consenso de todas las partes, desde empresarios a sindicatos. Pero las dificultades parecen obvias. No se pueden bajar los salarios por decreto. Y en cualquier caso es algo que siempre debería definir el mercado. Además, no todo en la competitividad es precio si queremos competir en algún momento con los germanos, y por lo tanto hay que retribuir a quien genere mayor productividad y rentabilidad. Por eso, habría que diseñar un marco institucional que facilite los sueldos variables en función de los resultados.
¿Qué pasa con el consumo?
Y otra cuestión estriba en si las bajadas de salarios serían capaces de reactivar la economía. ¿O acaso no agravarían la atonía de la demanda y harían casi imposible la amortización de la deuda? Los teóricos de la Comisión y el FMI ponen a Irlanda y los países bálticos como ejemplos de que, no sin innumerables sacrificios, las dosis de austeridad funcionan. Sin embargo, éstos son países relativamente pequeños, y por lo tanto en un entorno globalizado son más fáciles de ajustar y reorientar hacia determinadas áreas del comercio exterior. En el caso de una economía del tamaño de España, esta hoja de ruta se antoja mucho más complicada y el consumo nacional importa mucho más.
Ahora bien, si como en Alemania se aumenta el número de gente con nómina, entonces, aunque se hayan recortado los sueldos, se eleva la masa salarial, reforzando al final el consumo. Si además se logran bajar los precios, a lo que también contribuye la rebaja salarial, mejora todavía más el consumo. Y dentro de este teórico círculo virtuoso es fundamental entender cómo se crea empleo: si un empresario sabe que va a poder fijar precios más bajos y que por ende tendrá beneficios, entonces invierte. Y cuanto más beneficio tenga, más podrá invertir. El inicio de la recuperación es siempre, por tanto, una cuestión de precio. En definitiva, éstos han de llegar a unos niveles que atraigan a los inversores.
O dicho de otro modo, en contra de lo que reza el mito, tras provocar normalmente un cambio de régimen o Gobierno, como así fue el caso de la caída de Suharto en Indonesia o la llegada de Lula en Brasil, las terapias de choque del FMI, después de muchos sacrificios y tensiones sociales, suelen funcionar, o al menos eso sostiene un alto cargo del FMI bajo el parapeto del anonimato. Otro directivo del Fondo en Grecia solía explicar que todos los helenos saben cuál es la sede del FMI en Atenas y, sin embargo, siempre van a protestar al otro lado de la calle, al Parlamento, “porque saben quiénes son los responsables”.
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