Una de las mayores industrias del mundo, estratégica para el progreso de la industria, y con mayor perspectiva de crecimiento a nivel mundial, se encuentra en pleno proceso de transformación. Sí, la industria global de semiconductores, con un valor estimado de 600.000 millones de dólares en 2022, se ve empujada a transformarse para paliar las debilidades que han puesto de manifiesto la pandemia y los últimos movimientos geopolíticos. España, por el talento existente, por el carácter emprendedor y por la inversión de más de 12.250 millones de euros comprometida por el PERTE de semiconductores, debería constituirse como un actor relevante en Europa en esta industria.
Para ello, es necesario que la inversión se produzca en todos los eslabones de la cadena de valor de la industria, desde la i+I+D hasta el packaging, pasando por la producción y por estimular a las empresas demandantes de semiconductores. También por conectar a todos los actores e intervinientes del ecosistema, como así parece reflejar el PERTE de semiconductores.
Sin embargo, para un correcto desarrollo de esta industria que le permita crecer de manera competitiva y sostenible, parece conveniente que esta inversión se haga de manera coordinada entre todos los partícipes, escogiendo bien qué conviene desarrollar o fabricar, y en qué partes de la cadena de valor. Y tratando de evitar asimetrías, por lo que parece conveniente desarrollar desde ya un plan estratégico de la industria, un libro blanco, que permita identificar las principales áreas y tecnologías en las que invertir y que marque una hoja de ruta para los próximos años.
La industria de semiconductores alcanzó un valor estimado a nivel global de 600.000 de millones de dólares en 2022 tras haber crecido a ritmos del 8,5% anual en los últimos años, con China, Japón y EEUU concentrando el 65% de la demanda. Los semiconductores y la microelectrónica se encuentran en los cimientos del progreso y el desarrollo industrial de las últimas décadas; y se espera que en 2031 el mercado global de semiconductores alcance el billón de dólares, prácticamente doblando su tamaño, empujado por el desarrollo de los vehículos autónomos y sistemas de movilidad, el mercado de comunicaciones IoT o del Internet de las cosas, y por la evolución de la electrónica de consumo entre otros.
La industria se basa en la colaboración entre continentes para beneficiarse de ventajas en costes, conocimiento y tecnología de las diferentes regiones, dando lugar a desequilibrios puestos de manifiesto recientemente: 72% de la producción de obleas se hace en Asia, mientras EEUU cuenta con cerca del 40% del gasto en I+D pero sólo el 24% del consumo.
¿Y Europa? Tiene un papel fuerte en el diseño y en la fabricación de máquinas y sistemas de fabricación, sin embargo, se estima que apenas produce el 9% de los semiconductores a nivel mundial, consumiendo al menos el 20%. La pandemia y otros sucesos geopolíticos han puesto de manifiesto estas debilidades, provocando situaciones de escasez en la provisión a las plantas europeas, que se han traducido en ralentización de la producción en muchas ocasiones, con los consecuentes efectos sobre la economía de los países y de las regiones europeas.
Ante esta situación, las grandes regiones han reaccionado comprometiendo elevados niveles de inversión para el desarrollo de las diferentes partes de la cadena de valor. Así, EEUU ha comprometido 52.700 millones de dólares, China 150.000 millones, Japón 500.000 millones de dólares y la Unión Europea ha comprometido un total de 43.000 millones de euros en la “Chips Act”.
En este contexto, España ha comprometido a través del PERTE Chips más de 12.000 de millones de euros de inversión, inicialmente con un triple objetivo: incrementar la capacidad de producción de semiconductores, fomentar y aumentar la capacidad de diseño potenciando la creación de 'fabless' (fabricantes o fundiciones sin fábrica) y, por último, potenciar el desarrollo del I+D+i y del talento. España, aunque no sea muy conocido, cuenta ya con una industria de semiconductores desarrollada, con empresas de prestigio en varias regiones, tanto en el apartado de I+D+i como en el de diseño y otras partes de la cadena de valor.
La industria debería propiciar la formación de ecosistemas completos, que permitirían incrementar la autonomía de España y actuar como un polo de desarrollo de la economía española futuro
Mirando hacia el futuro, nuestro país tiene que tomar decisiones de dónde invertir. ¿Se debe invertir en la instalación de fábricas para la producción de semiconductores de última generación o en la producción de semiconductores menos avanzados que den respuesta a las necesidades de industrias tan potentes en España como la automoción? ¿Se debe invertir más en tecnologías de silicio, y en qué tamaños de nanómetros, o en tecnologías de fotónica -que se estima que pasen de ser el 25% de la producción mundial hoy en día a más de un 40% en 2030, impulsadas por la creciente demanda de láseres, sensores de proximidad, LIDAR y de dispositivos táctiles, así como por dispositivos de emisión y transmisión de señales ópticas-? ¿En qué partes de la cadena de valor es más débil España y por tanto necesita mayor desarrollo? ¿Cómo puede apoyar el PERTE al desarrollo de industrias tractoras del desarrollo de la industria de semiconductores?
Parece claro que el desarrollo de la industria debería propiciar la formación de ecosistemas completos, que permitirían incrementar la autonomía de España en esta industria y actuar como un polo de desarrollo de la economía española futuro. Para ello parece conveniente realizar una reflexión adicional a la ya realizada en la elaboración del PERTE, y completar la respuesta a estas preguntas y a otras que pueden surgir, con la elaboración de un plan estratégico que guíe la implantación de esta inversión y a la acción conjunta de todos los partícipes.
Rafael Albarrán y Enrique Manso, socios de EY Parthenon
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