Huelga decir que algo había que hacer. La pregunta es: ¿lo que había que hacer era esto? Comparten respuesta, con matices, quienes siguen al milímetro la evolución de nuestra maltrecha economía. El segundo plan anticrisis tendrá el mismo efecto que el primero: ínfimo. Por dos razones. Una: llega demasiado tarde. Y dos: abunda el 'café para todos', que sabe a poco a quienes más lo necesitan y ayuda a quienes van sobrados.
El plan aprobado de manera extraordinaria este sábado se sostiene sobre la misma piedra angular que el anterior: el gasto indiscriminado. Sánchez vuelve a tirar de chequera para regar con dinero a los hogares. Una receta probada ya sin demasiados réditos y que sólo gusta al equipo económico de Moncloa. El primero que la desaprueba es el Banco Central Europeo (BCE), que ya ha puesto bajo vigilancia al Gobierno español, uno de los peores alumnos de la clase -junto al italiano- por su tendencia al dispendio.
En su último boletín económico -lo hemos contado en Vozpópuli-, incide en lo que ya habían alertado el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco de España. En un contexto de inflación severa como el actual, las medidas de choque deben ser selectivas. Es decir, dirigidas a hogares, pero también a autónomos y empresas, que son los que deben generar empleo y que quedan marginados de nuevo.
La bajada del IVA de la luz o la extensión de la bonificación de los carburantes van en la dirección contraria. Son tiritas para tapar una hemorragia abierta hace tiempo. La pregunta que viene es obvia: ¿por qué el Ejecutivo no actuó antes? Las contradicciones de la coalición que nos gobierna aportan una primera razón. Los complejos ideológicos, la segunda. Y el exceso de confianza, una tercera.
El tándem Calviño-Montero siempre se ha topado con la resistencia del ala morada del Gobierno a la hora de tocar los impuestos. El 7 de abril, mes y medio después del inicio de la guerra en Ucrania, Alberto Núñez-Feijóo presentó a Sánchez una propuesta detallada para aminorar el impacto de la inflación. Cuando el político gallego visitó por primera vez La Moncloa como líder del PP, el Índice de Precios al Consumo (IPC) ascendía al 9,2%.
Feijóo planteó al presidente del Gobierno bajar el IRPF por tramos, de forma temporal y con carácter retroactivo, para focalizar la ayuda en las rentas más debilitadas. También propuso reducir el IVA de la luz y del gas al 4%. Y se atrevió a recomendar un recorte del gasto superfluo a Sánchez, quien preside un Ejecutivo con 22 ministerios, que han sobrevivido contra el viento de la pandemia y la marea de la guerra.
La oposición de Unidas Podemos a una rebaja fiscal -y, por supuesto, a recortar el 'gasto político'- dejó con poca capacidad de acción al presidente. El componente ideológico hizo el resto. El líder socialista no podía permitirse una cesión que daba puntos al político gallego. Ni aplicar recetas de corte liberal, como las de Isabel Díaz Ayuso en Madrid. El interés partidista, por encima del bien general.
El problema para Sánchez es que dar imagen de acción no basta para atajar la crisis. Ni siquiera para recuperar el ánimo de sus propios votantes
Sánchez archivó en la papelera la carpeta que con tanto mimo había armado el equipo económico de Génova. Y tomó la decisión de huir hacia delante con la confianza en que las cosas se irían arreglando por sí solas. Con la esperanza en que el círculo vicioso desatado por la pandemia acabaría transformándose en virtuoso, si la guerra acababa pronto (tirando hacia abajo de la inflación) y los fondos europeos empezaban a calar (tirando hacia arriba del PIB).
El Gobierno operó con la misma parsimonia que en el segundo semestre de 2020, cuando -a diferencia de otros países europeos- se resistió a aprobar ayudas directas para las empresas y autónomos más perjudicados por la Covid.
El plan anticrisis... tras las andaluzas
El exceso de confianza también ha llevado a Moncloa a pronosticar una bajada relativamente rápida de la inflación o una recuperación acelerada del PIB. El Ejecutivo tardó casi un año en adaptar a la dura realidad su cuadro macroeconómico. Y no ha admitido que la crisis de los precios será más intensa y más larga de lo esperado hasta después de las elecciones andaluzas. Demasiada casualidad.
También ha preferido valorar el desastre electoral en Andalucía antes de poner en marcha la secuela del primer plan anticrisis. La aprobó este sábado de forma extraordinaria, todo un ejemplo de sobreactuación, ya que estaba prevista para mañana la reunión ordinaria del Consejo de Ministros, un día antes de lo habitual por la cumbre de la OTAN en Madrid.
El problema para Sánchez es que dar imagen de acción no basta para atajar la crisis. Ni siquiera para recuperar el ánimo de sus propios votantes. El 'café para todos', además, puede tener hasta un lado perverso. "Querer proteger a todo el mundo emite señales equivocadas", recuerda el director de un prestigioso servicio de estudios. "Los bancos centrales han aprendido que las políticas monetarias laxas pueden ser perjudiciales. Los gobiernos deberían tomar ejemplo al diseñar sus políticas fiscales".
El descuento generalizado de los carburantes o la indexación de todas las pensiones al IPC sólo aportan un 'dinero extra' para gastar a quienes tienen una gran nómina o una pensión máxima. Gasolina pura contra el fuego de la inflación.
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