Si se cruza Cantabria dirección Bilbao por la transitada autopista del Cantábrico, a la izquierda, te da la bienvenida la imponente playa de la Arena y, a la derecha, un extenso mar de tuberías y depósitos presididos por dos antorchas. Se trata de la refinería de Muskiz, uno de los símbolos de la gran industria vasca. La joya de la corona tanto para Petróleos del Norte (Petronor) como para Repsol que, en el último año, ha sido uno de los 'puntos calientes' para compensar la parálisis de las refinerías de Europa por la falta de petróleo ruso.
Esta refinería es un búnker con estrictas medidas de seguridad. El riesgo es elevado si se altera algo en los miles de kilómetros de tuberías, sincronizados a la perfección, y por los que circula material altamente inflamable. Esta semana, Repsol ha abierto las puertas de este búnker a un pequeño grupo de invitados para explicar cómo va a conseguir que ‘hacer gasolina’ sea cada vez más sostenible con hidrógeno verde.
Una tarea que es compleja por la cantidad de producción. “En un minuto, aquí producimos gasolina para dar dos vueltas y media al mundo con un coche”, explican desde Petronor. Eso quiere decir, más o menos, gasolina para cerca de 100.000 kilómetros. Respecto a la producción de diésel, en 60 segundos, logran producir de media 7.500 litros, que es lo que consume un coche diésel en 11 años. Otro dato que se facilita para visualizar el impacto de esta refinería es que con el combustible producido en un solo día en este centro industrial podrían circular 15.000 vehículos durante un año.
“Es curioso porque huele más a carburante en una gasolinera que aquí”, bromea uno de los visitantes con Vozpópuli. Y es cierto. Pese a que se almacenan dos millones de metros cúbicos entre petróleo y producto acabado, el olor no es lo más destacado como sucede en otras fábricas. Las altas temperaturas que azotan estos días en Bilbao no alteran la operación de 220 hectáreas llenas de tuberías, depósitos, chimeneas y que opera 24 horas al día con el trabajo de 1.000 personas.
El entramado de tuberías se complementan con la amplía red de oleoductos e hidroductos subterráneos que, por ejemplo, conectan a la refinería con los 10 kilómetros que hay hasta el puerto de Bilbao. El puerto suministra el petróleo, del que se aprovecha todo, y se consiguen derivados como la gasolina, los querosenos o los naftas para el plástico.
El proceso es más sencillo de lo que pueda esconder tanto hierro. El petróleo se guarda en los tanques, luego se calienta a 370 grados, se envía a la torre de destilación y en esa torre se logran seis derivados del petróleo donde el más ligero, los gas licuado de petróleo (GLP), se queda arriba y el resto se va quedando en su ‘piso’ correspondiente hasta llegar al más pesado, los asfaltos, que se queda en el fondo de la torre.
Nuevos socios sin Rusia
Esta refinería se alimenta de petróleo que llega desde Brasil, México, Angola o Noruega. Y cada petróleo tiene propiedades diferentes para los que la infraestructura debe estar preparada. La refinería de Muskiz operaba hasta 2021 con un 21% de petróleo de origen ruso, pero con la invasión de Ucrania este proveedor desapareció de su suministro.
A diferencia de lo que se está viviendo en las refinerías del norte de Europa, que tienen toda su operativa adaptada al petróleo ruso, Muskiz ha podido cambiar ese 20% de ‘un día para otro’ porque se ha beneficiado de la inversión ‘previsora’ del sistema de refino español. Repsol, Cepsa y BP, los dueños de las ocho refinerías españolas, han invertido más de 7.000 millones de euros desde 2009 y han aumentado su capacidad un 16%.
Una decisión que no solo ha garantizado la seguridad de suministro de derivados del petróleo a la población y la industria española, sino que ha convertido al país en uno de los principales exportadores de producto refinado a Europa. Porque a este tipo de centros industriales no les queda otra que transformarse año tras año.
Transformarse o morir
La vista del área de la refinería muestra la cronología de cómo este centro industrial se ha ido adaptando a las necesidades de consumo. Sus inicios se establecen con lo que han denominado 'Refinería 1', la fase inicial levantada en 1972 para cubrir la necesidad de fuelóleo para que las centrales térmicas de la zona produjesen electricidad.
Un tipo de demanda que ha caído en picado. Es más, ahora es la propia refinería la que produce electricidad, gracias a sus instalaciones de cogeneración. Un total de 0,8 megavatios hora se producen en un minuto en la planta de Muskiz, que es equivalente al consumo medio de una familia durante dos meses.
En sus 50 años de vida no le ha quedado otra que adaptarse a nuevas demandas como la gasolina sin plomo, los querosenos para la aviación o los asfaltos. Para ello, se ha incorporado ‘Refinería 2’, una zona de conversión y una unidad de reducción de fueloil.
Las dos antorchas son una parte fundamental de las instalaciones y uno de los elementos más llamativos para los visitantes. “Son de seguridad”, explica uno de los trabajadores a Vozpópuli. “Es como la llama de tu caldera, sirve de aviso y como un sistema de quema de gas en caso de emergencia”, añade.
El último proyecto en unirse a la refinería son los electrolizadores. El objetivo que tiene Repsol y Petronor es producir hidrógeno a través de electricidad ‘verde’ que tiene como objetivo sustituir el gas de la refinería, ofrecerlo para su exportación a través del puerto y suministrar a los clientes industriales de la zona.
El reto de hacer la refinería 'verde'
La refinería ha afrontado todo tipo de retos como los cambios de consumo en los derivados de petróleo, las huelgas, los incendios que le han llevado a tener su propio parque de bomberos, problemas con sus proveedores de crudo y, ahora, vive el reto de la descarbonización de la economía.
Además del hidrógeno, el complejo industrial adapta su producción a la demanda de combustibles renovables, tanto biocombustibles como combustibles sintéticos, con proyectos que, mediante el uso de materia prima orgánica reciclada, reducirán la dependencia de las importaciones de petróleo. También invierte en mejorar su eficiencia con el uso del agua, el impacto en el suelo y las emisiones al aire.
“Hemos reducido nuestras emisiones un 35% en la última década y la idea es seguir bajando nuestros datos”, explica uno de los operarios. Porque la presión ecologista sobre la refinería es fuerte. El paisaje de al rededor, su tamaño y cercanía a la playa de la Arenas le convierte en uno de los focos de la actividad ecologista del País Vasco.
Un ruido que también tiene aplauso. A la plantilla fija de 1.000 trabajadores, hay que sumar los miles de empleos de contratistas que se necesita para su operativa y para las tareas de mantenimiento que necesita cada unidad.
“Recuerda que has visitado el motor industrial, no solo de Bilbao, sino de Euskadi”, se despide orgulloso uno de los ‘jefes’ de la refinería de Muskiz. Y alguno diría que de España, porque la vuelta desde Bilbao a Madrid muestra que, según se viaja hacia el sur, la industria brilla por su ausencia.
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