Pensemos en un Internet como el agua de reposa en un pantano. Ha de llegar hasta una garganta sedienta que abre un grifo del que brota el fluido vital limpio, cristalino. Tan sencillo y tan complicado.
Para que ese milagro se produzca hay un monumental proceso detrás. Es quirúrgico, preciso. El pantano debe capilarizar el agua, trasladarla a las ciudades, conducirla hasta cada edificio y repartirla por plantas, luego por pisos y más tarde por habitaciones. Todo para que al tirar de la cadena no haya sorpresas o el bidé cumpla con su cometido.
Internet también reposa en un pantano. De hecho está en muchos pantanos sitos en el corazón de las ciudades. En realidad no son pantanos. Son edificios de varias plantas con millones de cables de cobre -el que llevaba el teléfono y el ADSL a los hogares- y otros tantos millones de finos hilos de fibra óptica. Paritorios preparados para alumbrar Internet y llevarlo a los hogares.
Telefónica ya está apagando el cobre y migrando todas las centrales a la fibra óptica, que permite ahorrar hasta un 60% en energía y ocupar un 15% del espacio menos
Telefónica es quien gestiona esos edificios. En concreto posee más de 6.000 en toda España. En ellos, además, hay otros inquilinos como Orange o Vodafone, con los que comparte infraestructuras para que todos los interesados puedan dar servicio a sus clientes. Telefónica les cede parte del espacio, tal y como establece la CNMC (Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia).
Una de esas centrales es la de Albéniz -así le dicen., ubicada en Madrid. Un edificio de varias plantas -dos de ellas soterradas- y 9.002 metros cuadrados. Es un edificio en el que cada estancia huele a algo diferente. Unas a cerrado, otras a humedad, otras a plástico, otras a nada. Es soviético en su construcción. Rancio. Su objetivo no es ser adorado, sino lograr el mayor pragmatismo posible enfocado a un fin: que la conexión llegue como debe al cliente.
Desde ahí se da servicio a miles de usuarios -empresariales y particulares- que navegan por Internet sin saber, como vulgarmente se dice, la que hay montada para que la conectividad sea estable.
Desde la central -recordemos el pantano- salen todas las conexiones hacia los hogares de los clientes. Cada uno de ellos tiene un sitio debidamente identificado en un cajetín del que pende un cable -fibra o par de cobre-. Ese es el nacimiento de la conexión de un hogar. El cable pende de ese cajetín y va descendiendo por las plantas de la central. Se une paulatinamente a los cables del resto de clientes formando una gran tubería con más y más cables en su seno -2.400 almacena el de la centra Albéniz, que da servicio a otros tantos clientes-. En la primera planta soterrada varios agujeros en la pared son traspasados por estos tubos, que inician el principio del camino hasta el salón de casa, saliendo de la central como si de un pequeño butrón se tratara.
También salen al exterior otros tubos con los cables de fibra óptica. En este caso el cable guarda 256 fibras. Cada una de ellas da servicio a 64 clientes, lo que supone un total de 16.384 clientes. La fibra ofrece más posibilidades en menos espacio si se compara con el par de cobre. Es menos aparatosa. Telefónica ya está apagando el cobre y migrando todas las centrales a esta tecnología, que permite ahorrar hasta un 60% en energía. Al ritmo que mantiene, en 2024 en España no quedará rastro del par de cobre.
Una vez fuera del edificio, los cables se van separando paulatinamente, viajando bajo tierra por las calles de Madrid, girando esquinas, sorteando accidentes subterráneos, cruzándose con pasos de agua y cableado eléctrico hasta que llegan al cajetín del edificio en cuestión en el que vive el cliente. Desde ese cajetín suben hasta la planta deseada. Es en ese punto donde generalmente un técnico de Telefónica -o el operador que proceda- lo lleva hasta el hogar del cliente.
Volvamos a la central. La planta más baja de las dos que Albéniz tiene soterradas está destinada a la alimentación de todo el sistema. Son baterías similares en diseño a las de un coche pero mucho más grandes y alargadas. Son unas diez veces más grandes, a ojo de buen cubero, y están distribuidas por centenares en diferentes estancias.
En el caso de que hubiese un fallo de las baterías, el edificio cuenta con motores de gasóleo como alternativa. Esto garantiza que el show continúe sin interrupciones. El cliente no debe notar nada.
Espionaje industrial
La seguridad es otra de las claves. Durante la visita no estuvo permitido hacer fotos. "Hace años hice una con el móvil y a los diez minutos un guardia de seguridad apareció a mi lado para recriminármelo con cara de pocos amigos. Casi me quita el móvil", explica el guía con el que hemos recorrido la central Albéniz, sembrada de cámaras de videovigilancia.
No es para menos. El espionaje industrial está a la orden del día, y esas fotos podrían dar pistas a otros competidores sobre cómo gestiona Telefónica sus centrales de fibra óptica.
Cada vez que mandamos un correo electrónico o navegamos por Internet la información viaja por ese enjambre de cables. Estas peticiones llegan hasta la central más cercana y de ahí se lanzan a recorrer el planeta a través de cables transoceánicos que recorren el fondo marino y llegando a centrales de otros operadores en otros países, hasta llegar al servidor el el que se encuentra lo que buscamos. Coge lo que necesita y emprende el camino de vuelta hasta mostrar esa archivo adjunto, o este mismo artículo que usted lee desde el móvil a través de la Wifi de su casa.
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