Editorial

Bildu gana, el PP no arranca y Sánchez respira

Los simpatizantes de EH Bildu que tras conocerse los resultados de las elecciones vascas arroparon la noche del domingo a

Los simpatizantes de EH Bildu que tras conocerse los resultados de las elecciones vascas arroparon la noche del domingo a Arnaldo Otegi y a Pello Otxandiano, gritaban “Independencia, independencia”. Sin embargo, los candidatos de la izquierda independentista se cuidaron muy mucho de pronunciar esa palabra durante la campaña. Solo la impericia de la marioneta de Otegi, y la insistencia de algunos periodistas en conocer las razones por las que Bildu sigue sin condenar a ETA, pusieron en peligro la estrategia de borrar el pasado del debate para poner colofón al proceso de blanqueamiento iniciado en Madrid.

Porque no es posible explicar el éxito cosechado por Bildu sin tener en cuenta dos hechos políticos de la máxima importancia: su legitimación por parte de un urgido Pedro Sánchez, cómplice principal de esta operación de lavado de cara, y las autolesiones que han provocado en la llamada izquierda confederal la soberbia de Pablo Iglesias y la inanidad de Yolanda Díaz, confrontadas este domingo en las urnas. Recordemos que en 2016 Podemos ganó las elecciones generales en Euskadi, y en las autonómicas de 2020 retuvo 6 escaños, que han sido engullidos casi en su totalidad por la EH Bildu disfrazada de ecologista.

Por su parte, el PNV, cuyas expectativas oscilaban entre susto y muerte, se ha agarrado como clavo ardiendo a lo primero presentando su pírrica victoria como la regañina de un electorado que, a pesar de todo, sigue manteniendo casi incólume su confianza en los jeltzales. Su líder, Andoni Ortuzar, y el candidato de laboratorio, Imanol Pradales, se esforzaban el domingo por minusvalorar el hecho de que su partido haya cedido a Bildu la primacía del nacionalismo en dos de los tres territorios vascos (Guipúzcoa y Álava), un hecho hasta ahora inimaginable, especialmente en la segunda provincia, y que pone de manifiesto el desgaste de una formación política que se ha ido apartando de sus raíces liberal-conservadoras en favor de políticas colectivistas.

En el País Vasco nada es como parece, salvo dos cosas: que el proceso de normalización de Bildu ha concluido y que Sánchez ha ganado tiempo, que es como decir que lo ha perdido España

Podría decirse que Bildu ha invadido espacios que antes ocupaba el PNV, hasta convertirse en una inquietante alternativa, y este ha hecho suyas ciertas políticas socialdemócratas de los socialistas, lo que en parte aclararía las causas de unos resultados electorales sujetos a múltiples matices. En una Euskadi en la que, a un tiempo, el soberanismo amenaza con convertirse en monocultivo y, sin embargo, los sondeos certifican día tras día el descenso del respaldo al secesionismo, hasta colocarlo en el punto más bajo de los últimos 40 años, casi nada es lo que parece.

Si Bildu ha ocultado hasta el último momento sus verdaderas intenciones, el PNV tampoco parece dispuesto a asumir que ha dejado de ser una opción de centro-derecha transparente. Y por supuesto, el PSE está lejos de admitir que ha optado por anteponer su papel de bisagra al de defensor del constitucionalismo. Todos tienen algo que ocultar. También el Partido Popular, que no termina de desembarazarse del funesto complejo alimentado por los que le acusan de antivasquismo; complejo que condiciona pesadamente su discurso y limita su capacidad de crecimiento.

El Partido Popular no termina de desembarazarse del funesto complejo antivasquista que condiciona pesadamente su discurso y limita su capacidad de crecimiento

La decisión asumida por el candidato popular Javier de Andrés de aparcar en los debates electorales el tema de la violencia de ETA, ha favorecido el revisionismo histórico que quieren imponer los defensores de la violencia política como instrumento legítimo y probablemente desmovilizado a muchos vascos que se resisten a votar a Vox y han sentido una profunda orfandad en esta ocasión. Cierto es que el PP ha conseguido un resultado significativamente mejor que en 2020, pero insuficiente para influir en la política vasca y acabar con la rémora de la irrelevancia.

Por el contrario, estas elecciones refuerzan la doble dependencia del PSOE con PNV y Bildu, y regalan a Sánchez un premio inesperado que, de confirmarse en Cataluña, en el muy probable caso de que el PSC gane las elecciones del 12 de mayo, servirían para que el líder socialista renueve, de cara a las europeas, un discurso que hoy parece agotado.

En el País Vasco nada es como parece. Salvo dos cosas: que el proceso de normalización de Bildu ha concluido, con todo éxito, y que Sánchez ha ganado tiempo, que es como decir que lo ha perdido España.

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