Editorial

Cataluña tras el 27-S: algunas respuestas y no pocas preguntas

    

Las elecciones autonómicas catalanas, pretendidamente plebiscitarias para el independentismo, dejaron el domingo sobre los muelles del Borne el cadáver insepulto del presidente de la Generalitat, un tipo que ha batido todos los records de irresponsabilidad: tres veces ha disuelto el Parlamento regional para mejorar resultados y tres veces ha perdido claramente posiciones. Un hombre de récord este Artur Mas. La lista de “Juntos por el Sí” ha perdido 9 de los 71 escaños con que contaba la suma de CiU y ERC, pero con el aporte, difícil pero no imposible, de los 10 escaños obtenidos por las CUP podría teóricamente gobernar con una cómoda mayoría. Los secesionistas, sin embargo, han quedado lejos del 50% de los votos emitidos, lo cual parece casi un milagro después de años de inmisericorde bombardeo mediático en una Cataluña donde el Estado ha dejado de estar presente y donde los ciudadanos dispuestos a resistir el discurso de la secesión han vivido como los antiguos cristianos, refugiados en las catacumbas. Es obvio que, con estos resultados, el independentismo no está legitimado para plantear el viaje a ninguna parte en el que han pretendido embarcar a todos los catalanes. 

Esta es una cara de la moneda. La otra, la perversa, es que el nuevo parlamento catalán seguirá dominado por los independentistas confesos y por aquellos que, sin confesarlo, se refugian en la tibieza del derecho a decidir o del federalismo asimétrico. Sólo un partido, Ciudadanos, con su defensa gallarda de la unidad y de la regeneración democrática, ha recogido un gran fruto, erigiéndose en la segunda fuerza de la cámara y convirtiéndose de paso en la esperanza cierta de muchos españoles cara a las próximas elecciones generales. Los grupos restantes, excepto la CUP que ha tenido un crecimiento sustancial, continúan retrocediendo en el favor de los electores, lo que debería obligarles a reflexionar sobre qué hacer con Cataluña y cómo mejorar su discurso en aquellas tierras, porque, elección tras elección, se va consolidando allí un guion cuyo principio fundamental es el desinterés por España y sus instituciones. Guste o no, y a nosotros no nos gusta nada, en Cataluña se ha creado una nueva realidad política y social que parece el colofón de la gran crisis, política y económica, que ha acompañado el final del régimen de la Transición, una realidad ante la cual resulta urgente reclamar la llegada de savia nueva a las instituciones y al propio establishment, con el fin de contener la hemorragia de decrepitud que los anega.

Naturalmente que de lo que ocurre en Cataluña es responsable en gran medida la política del avestruz que ha inspirado en los últimos años las políticas de los Gobiernos de Madrid, limitadas a periódicas declaraciones gubernamentales que venían a demostrar el grado de desazón planteado por un proyecto de independencia que no estaba en el guion de los dos grandes partidos “del turno” ni de la propia Corona, por no hablar de las elites económico-financieras. Imposible no aludir, en este apartado de desgracias, a las malas artes y a la radical deslealtad de las fuerzas nacionalistas, aficionadas a avasallar a los dos tercios de los catalanes no nacionalistas con un discurso de una tosquedad y un mesianismo impropio del siglo que vivimos, además de ignorante de los problemas económicos y sociales que sufre Cataluña tanto como el resto de España.

Ciudadanos, punta de lanza de la renovación política

Como antes aludíamos, Ciudadanos ha recogido los restos del naufragio del PP y del PSOE, sobre todo del primero, y, aunque su fuerza es limitada en el próximo Parlamento catalán, sí parece llamado a ejercer como gran polo de atracción de electores en las generales que se avecinan, de forma que en las futuras Cortes Generales se conviertan en punta de lanza de la renovación política, de la honradez y de la búsqueda de la cohesión social, tres objetivos que llevan desaparecidos demasiado tiempo en la política española. Confiemos en que el grupo que lidera Albert Rivera logre consolidar un discurso renovador capaz de alimentar la esperanza de tantos demócratas españoles como confían en ellos, incluidos los 800.000 catalanes que les votaron el domingo, huérfanos ciudadanos en el desierto de corrupciones y mistificaciones creado por quienes ahora acaban de ver frenadas sus pretensiones en seco.

La desactivación de Podemos en Cataluña es sin duda una buena noticia. Por fortuna, ha quedado claro que la ambigüedad y el chiste fácil no es mercancía que seduzca a los electores. Ambigüedad que también ha condenado a la desaparición a Unió, cuyo portavoz perpetuo, Durán, tendrá que buscar otros predios alejados de la política, de la que ha sido expulsado clamorosamente. Que unos y otros, empezando por el PP y el PSOE, extraigan las lecciones oportunas, aunque muchos nos tememos que continuarán instalados en la comodidad de la decadencia. Lo prueba las explicaciones que ayer dio el jefe del Gobierno, señor Rajoy, afirmando poco menos que la cuestión catalana se ha esfumado y que pelillos a la mar. La gran tormenta que hace tiempo vive instalada en el seno del PP amenaza con explotar a poco que los resultados de la generales le impidan volver a formar Gobierno, como prueba la desabrida advertencia de ayer tarde de José María Aznar al propio Rajoy. En dirección parecida camina el socialista Pedro Sánchez, feliz con su derrota y contumaz en la letanía de latiguillos que llevan a su partido del brazo del PP hacia la marginalidad en la política catalana.

Es evidente que Cataluña ha abierto la campaña de las elecciones generales y que, contra lo que piensan los ilustres próceres citados, el problema catalán va a continuar gravitando ominosamente sobre el devenir de las nuevas Cortes. Más que nunca se hace necesaria la reforma radical de las instituciones por la vía de esa regeneración democrática que tantos millones de españoles, catalanes incluidos, reclaman. Ya no valen los discursos de antaño. Razón por la cual cuanto antes seamos convocados a las urnas con proyectos renovadores y serios, alejados del bipartidismo decadente, más posibilidades habrá de que España recupere el norte perdido a manos de una legión de pésimos gobernantes. Hacemos votos para que así sea.

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