El Palacio de la Zarzuela anunciaba este viernes, mediante un escueto comunicado, el relevo en la jefatura de la Casa del Rey. Se trata de una decisión prevista desde hace un par de años y que finalmente se consumará el próximo mes de febrero. Jaime Alfonsín (Lugo, 1956) abandonará su cargo al frente del organigrama de la Casa después de treinta años al servicio de Felipe VI, una trayectoria colmada de lealtades, eficacia en el servicio y prudencia en las decisiones. Le sucederá Camilo Villarino (Zaragoza, 1964), un diplomático con una trayectoria impecable, un técnico de enorme experiencia que se ha desempeñado junto a tres ministros de Exteriores de distintos partidos y que ahora ejercía como jefe de Gabinete de Josep Borrell en Bruselas.
El monarca ha procedido a ejecutar el cambio una vez cumplida la jura de las Constitución por parte de la princesa Leonor, hito fundamental en el devenir y la continuidad de la Corona. También se ha esperado a la formación del nuevo Gobierno de Pedro Sánchez, superados los trámites de su procelosa investidura.
Esta sustitución al frente de la Casa implica un decidido impulso al proceso de renovación y modernidad que guía la acción de Felipe VI desde su llegada al trono, de la que se cumplen ahora diez años. Alfonsín ha sido el sabio consejero e inspirador de este esforzado empeño, conducido desde la discreción y la audacia, y sorteando todo tipo de inquinas y adversidades. Fue preciso superar el final de la era de Juan Carlos I, erizada de crisis y escándalos; proceder a una abdicación imprevista y acelerada; llevar a cabo una transformación profunda de la Casa, muy alejada de las simpatías de una sociedad que asistía a esos episodios con enormes muestras de preocupación y rechazo y, finalmente, asegurar el horizonte de la dinastía en la figura de la princesa Leonor, una operación felizmente consumada.
No es sencilla la coyuntura política en la que aterriza Villarino en su nuevo cargo, sacudida por el inconcebible debate de la amnistía y por la deriva de un Ejecutivo rendido a las exigencias y chantajes
Ejemplaridad, transparencia, integridad fueron las líneas maestras dictadas por el Rey y llevadas a cabo con precisión y buen pulso por su fiel servidor, un Alfonsín que raramente incurrió en errores graves, en insuperables desaciertos y del que puede asegurarse que ha sido una baza fundamental en culminar con éxito esta larga travesía que, en determinados momentos, arriesgó con naufragar.
Seguirá Alfonsín en activo como consejero personal del Monarca, para colaborar en este delicado periodo del relevo y, por supuesto, para aportar sus sugerencias cuando le sean requeridas. No es sencilla la coyuntura política en la que aterriza Villarino en su nuevo cargo, sacudida por el inconcebible debate de la amnistía y por la deriva de un Ejecutivo rendido a las exigencias y chantajes que le reclaman los partidos periféricos que pretenden demoler el edificio de la Constitución.
La designación de un diplomático con tan dilatada experiencia internacional -que salió salpicado pero indemne del extraño episodio del líder Polisario en España y que sobrevivió también al castigo del ministro Albares- debería redundar en una mayor apertura de la Corona y, naturalmente, en la necesaria proyección de la democracia española en aquellos escenarios donde hasta ahora ha sido complicado penetrar. La imagen internacional de Pedro Sánchez ha iniciado un particular declive en el terreno de juego europeo, luego de sus estridentes intervenciones en Israel, en Bruselas y en Davos, donde se ha situado en las antípodas de los principios y valores que guían a la UE.
Este trascendental relevo en el vértice del organigrama de la Zarzuela debe suponer un refuerzo decidido a la Institución en un panorama inquietante, en el que suceden episodios tan inconcebibles como la embestida feroz de miembros del Gobierno contra representantes el Poder Judicial mientras se redacta una ley de amnistía que implica el asalto y la demolición de los principios fundamentales del Estado de Derecho. Y en el que la propia figura del Jefe del Estado se ve repetidamente arrinconada y hasta jibarizada por un presidente del Gobierno que no duda en recortarle la agenda, menospreciarle en sus labores y hasta, en ocasiones, en pretender sustituirle en todo tipo de actividades y comparecencias
La Corona actúa como una fortaleza de los valores constitucionales -así se vio el 3 de octubre de 2017-, un baluarte de nuestra realidad democrática y la expresión más viva de los valores por los que, en forma unánime, apostaron los españoles hace ya casi medio siglo. Resulta necesario que esta renovación en la cúpula de la Casa contribuya a la necesaria consolidación de la Corona, objeto ahora de hostigamiento, menosprecio y persecución por quienes pretenden alterar abruptamente nuestro marco de convivencia. La Monarquía parlamentaria ha supuesto para España un periodo de normalidad constitucional sin precedentes que ahora aparece vivamente amenazado.
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