La entrevista al ex presidente José María Aznar tuvo un impacto político, social y mediático inmediato y de calado. Mucha gente se sintió movilizada, como tocada por una descarga eléctrica, bajo los efectos de una comparecencia que ha sido la antítesis de las habituales palabras vacías, tópicos vanos y discursos huecos que caracterizan el feble estilo político de Mariano Rajoy. En Vozpópuli pudimos comprobarlo de forma inmediata cuando, durante la propia emisión en Antena 3 y nada más finalizada, comenzaron a llegar llamadas y mensajes apuntando, preguntando e incluso saludando con entusiasmo la aparición. Es indudable que Aznar, aunque no guste a muchos, saca del letargo a casi todos, removiendo los cimientos de una población desencantada, baja de moral o incluso deprimida.
Frente al magma de mediocridad impuesto por Rajoy, el de Aznar fue el discurso político claro, capaz de contestar sin evasivas a todas las preguntas por complicadas que fueran, capaz de concretar un programa y proponer una hoja de ruta para salir del túnel sin final en el que España parece encerrada. Se entiende la reacción encendida que anoche demostraban militantes y votantes de la derecha. ¿Puede resumirse tanto entusiasmo en un concepto? Sí: liderazgo. Algo que la sociedad reclama con la desesperación de un sediento en el desierto.
De repente, resurgió casi con violencia el recuerdo de aquel presidente joven de 1996 que, pese a no gozar de mayoría absoluta, guió al país hasta la entrada del euro, durante cuatro años que se recuerdan como los mejores de la historia reciente. Sin experiencia, pero con una voluntad de hierro. Con unas ideas tan revolucionarias como bajar los impuestos o poner orden en las cuentas públicas. Con capacidad de entendimiento con los nacionalismos periféricos.
Hoja de ruta
Durante aquella etapa hubo unos objetivos claros, centrados en la entrada en la moneda única y, por tanto, en la consecución de los criterios de convergencia, con un proceso de privatizaciones y bajadas de tipos de interés que dio lugar al llamado 'capitalismo popular'. El recuerdo fresco de aquellos años y las miserias del zapaterismo y del rajoyismo han contribuido a consolidar en muy poco tiempo la imagen de Aznar como la de un estadista, en fenómeno paralelo al de Felipe González en la izquierda, igualmente agigantado ante el enanismo polìtico de los liderazgos que le siguieron en el PSOE.
Ocurre, sin embargo, que del balance de José María Aznar no se puede ocultar el pasivo de un ex presidente endiosado, que literalmente se volvió tarumba tras el éxito de la mayoría absoluta lograda en su segunda legislatura. El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Algo parecido le ocurrió a un Aznar que inmediatamente después de aquella gran victoria electoral se subió a los Grandes Expresos Europeos, al Olimpo de los liderazgos mundiales -a la sombra de un tipo tan controvertido como George W. Bush-, para dar la espaldas a los graves problemas de fondo que España seguía manteniendo vivos. En su lugar, se embarcó en un apoyo sin condiciones a Bush en la Guerra de Irak, previa fotografía en las Azores, una instantánea y una política que la sociedad española jamás le perdonó.
El peor exponente de este periodo lamentable fue, con toda seguridad, la famosa boda de El Escorial, con lo más granado de los personajes imputados del futuro. El resultado final de tanta desmesura fue que la derecha democratica española, llamada, más bien condenada, a abanderar las reformas de fondo capaces de transformar el país, perdió el poder en marzo de 2004, no sin que en ello mediara una tragedia como la del 11-M. Conviene recordar que los lodos en los que se encuentra embarrancado el PP provienen de los polvos esparcidos durante su larga etapa como presidente del Partido Popular. Y conviene también recordar que la responsabilidad de Aznar en la ascensión al poder de un "piernas" como Zapatero, y por tanto de lo ocurrido con Zapatero en el poder, es inmensa.
Viene todo ello a cuento de algo evidente: la existencia de dos Aznar, dos versiones de un mismo hombre tocado por la pasión irrefrenable del poder: el político vocacional dispuesto a sacar adelante a su país en las peores circunstancias, y el franquito ahíto de soberbia que se pasa al país y a sus paisanos por el arco del triunfo de sus caprichos. Ayer se pudo comprobar que la primera versión de Aznar sigue teniendo un tirón innegable. La posibilidad de su regreso, de la vuelta del primer Aznar, seguro que encandilará a muchos militantes y votantes del PP. No, desde luego, a quienes hacemos este periódico, impenitentes aspirantes a una versión de la derecha no conservadora -ergo liberal, moderna, laica, tolerante-, que todavía está por salir del cascarón.
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