Editorial

Mensaje del rey a una España desencantada

Felipe VI ha dejado claro que la unidad de España es irrenunciable, y desde la neutralidad exhorta al entendimiento, al diálogo y... a la reforma, cediendo el protagonismo a quienes corresponde: a los políticos. ¿Se darán por aludidos?

Si hubiera que hacer un comentario formal sobre el Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey, obvio sería destacar las apelaciones a la unidad de todos los españoles, en clara alusión –aun sin citar expresamente– al desafío secesionista; al respeto del orden legal vigente; al reconocimiento del sufrimiento que la crisis ha supuesto para muchos compatriotas; y a la necesidad de superarnos y, juntos, afrontar los desafíos de un mundo globalizado, tecnológico, lleno de incertidumbres pero, también, de oportunidades. O señalar el énfasis en las supuestas virtudes de la sociedad española, su entereza y laboriosidad, y reconocer en fechas tan señaladas el importante papel de la familia como institución elemental, pues habría servido para amortiguar los devastadores efectos de una durísima crisis.

También cabría destacar el tono conciliador, positivo, aunque, en ocasiones, excesivamente políticamente correcto, de Felipe VI que, además de no gozar de la autoritas sobrevenida que sí tuvo su predecesor (no siempre para bien), ha tomado el relevo en uno de los momentos más difíciles de la reciente historia de España. Un periodo en el que todo, absolutamente todo, es cuestionado, y en el que todavía, por más que la economía parezca repuntar, cuesta ver la luz al final del túnel. 

El mensaje de Felipe VI está muy medido, más que en otras ocasiones, cuando había cierto empeñó por hacer del nuevo rey una pieza más del tablero político

Así visto, decimos, el mensaje de Felipe VI estaría muy medido, más que en otras ocasiones, cuando había cierto empeñó por hacer del nuevo rey una pieza más del tablero político o, en su defecto, como ocurrió después, se vituperó el papel institucional de la Corona porque sus legítimas atribuciones, como es designar el candidato que ha de someterse al debate de investidura, incomodaban las agendas políticas de algunos.

Sin embargo, aunque siempre descontemos que el Mensaje de Navidad no contendrá grandes sorpresas, si acaso ideas previsibles y determinados signos que suelen interpretarse de manera exagerada, parece evidente que este ha sido un discurso más conciliador y neutral que el de la Navidad pasada. Y precisamente por esta razón está lleno de significado. Felipe VI ha dejado claro que la unidad de España es irrenunciable, y desde la neutralidad exhorta al entendimiento, al diálogo y... a la reforma, cediendo el protagonismo a quienes corresponde: a los políticos. ¿Se darán por aludidos? Es más, quizá consciente de que existe una regla no escrita que desaconseja comenzar los discursos con una negación, con ese imperativo y recurrente “no podemos”, “no debemos”, ha optado por expresarse en sentido positivo; es decir, los españoles “debemos” y “podemos” dialogar y superarnos.

En estos tiempos en los que todo es puesto en cuestión, guste o no, la Corona sigue siendo la principal institución de la nación española

Y es que, en estos tiempos en los que todo es puesto en cuestión, guste o no, la Corona sigue siendo la principal institución de la nación española. Por más que esté representada por un rey que lógicamente reina pero no gobierna, sí puede y debe exhortar a hacer lo correcto, en particular, a los partidos políticos, a sus dirigentes y a todos aquellos agentes que, de alguna manera, tienen en su mano elegir ser parte de la solución o seguir siendo parte del problema. Pues bien, el rey ha apelado a todos ellos para que se comporten como es debido.

Puede que Felipe VI no tenga el carisma ni el donarie del anterior monarca, menos aún su influencia y poder informal, pero precisamente por esta razón es el tipo de rey que esta España desencantada necesita. Ese rey que, cuando todos parecen perder la cabeza, mantenga la suya en su sitio. En definitiva, un monarca que, sin excesos y sin extralimitarse en sus funciones, pida a todos los españoles que vuelvan a entenderse; y a los políticos, que cumplan con su palabra, que reformen para que España sea un país con un horizonte de futuro. Ese y no otro es el papel del rey en una monarquía parlamentaria. Felipe VI lo ha entendido y ha cumplido. Veremos si hacen lo propio quienes hasta ayer mismo exigían gobernar a toda costa y hoy ya gobiernan, pero no semuestran muy dispuestos a reformar lo importante.

 

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