El importante semanario alemán publicó anteayer un artículo muy crítico con la Monarquía española, haciéndose la pregunta de si no ha llegado el momento de disolverla, alegando que la conducta de su titular ha roto el pacto tácito existente entre la Corona y los españoles que ha permitido su mantenimiento desde la entronización en 1975 a la muerte del general Franco. Lo que nos mueve a este comentario editorial es la categoría del medio y del país en que se publica el artículo, teniendo en cuenta la situación delicada por la que atraviesa España, cuya imagen exterior queda ostensiblemente dañada con asuntos como los tratados por el semanario, y la necesidad imperiosa de que los sacrificios de los españoles y los esfuerzos del Gobierno sean no ya reconocidos sino preservados de todo aquello que pueda malbaratarlos o dañarlos, como es el caso. Nuestra opinión ya la hemos manifestado con anterioridad -La Corona en entredicho: la responsabilidad del Gobierno y de las Cortes-, pero el hecho de que nos recuerden nuestros problemas y nuestras carencias democráticas desde la primera potencia de la Unión Europea, a través de uno de sus medios más influyentes, nos inquieta especialmente.
Der Spiegel es la mayor revista semanal de Europa y la más importante de Alemania, de modo que no estamos hablando de prensa rosa ni amarilla. Desde su nacimiento, en 1947, ha sido un adalid de la libertad y de la transparencia en un país que luchaba entonces por olvidar el horror nazi y adentrarse en la democracia. A lo largo de los años ha conseguido situarse entre los mayores denunciantes de la corrupción política y económica en Alemania y fuera de ella: ningún gobierno alemán ha podido ignorar las denuncias o advertencias efectuadas por esa revista. A este propósito, conviene recordar el llamado 'escándalo Spiegel', que en 1962 obligó a un canciller de la talla y prestigio de Konrad Adenauer a realizar cambios drásticos en su Gabinete. En estos momentos, la revista es considerada cercana al centroderecha alemán, representado por la canciller Angela Merkel. Se podría añadir más, pero creemos que basta.
Por otra parte, no está de más recordar que Alemania, junto con Francia y con los Estados Unidos de América, fueron los grandes patrocinadores y tutores de la Monarquía actual y del régimen de la Transición, con el fin de garantizar la estabilidad de España y alejarla de los aires revolucionarios que se vivían en la vecina Portugal a raíz de la Revolución de los Claveles de abril de 1974. Quiere ello decir que, sin calificar como injerencia las opiniones provenientes de estas potencias, conviene tomar nota de las mismas. En este sentido, recordemos también lo expresado por el embajador norteamericano, Alan Solomont, nada más estallar el 'caso Bárcenas', cuando se refirió a la necesidad de que en nuestro país se adoptaran medidas urgentes y drásticas contra la corrupción.
En nuestra opinión, tanto lo manifestado en Der Spiegel como lo expresado anteriormente por el embajador norteamericano demuestran la existencia de una notable preocupación de las grandes potencias en torno a España y sus problemas. Ni en Berlín ni en Washington ignoran que la marea de la corrupción, unida a la depresión económica y al paro rampante, podría provocar el estallido incontrolado de la caldera española, amenazando la frágil estabilidad del sur de Europa y de la propia Unión Monetaria. Creemos, por ello, que las elites dirigentes españolas, y por supuesto el Gobierno y el Parlamento, no deberían echar en saco roto estos avisos que provienen de países que, a la vez, son socios y amigos.
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