Editorial

El pacto no improbable Sánchez-Otegi o la consumación del blanqueamiento

La criatura que saldrá este domingo de las urnas en el País Vasco será de nuevo un gobierno presidido por el PNV y participado por un secundario, el Partido Socialista de Euskadi (PSE). Eso es lo previsi

La criatura que saldrá este domingo de las urnas en el País Vasco será de nuevo un gobierno presidido por el PNV y participado por un secundario, el Partido Socialista de Euskadi (PSE). Eso es lo previsible. Aparentemente, más de lo mismo. Pero sólo aparentemente. Porque siendo cierto que hace tiempo que el País Vasco dejó atrás la violencia, lo que es desgraciadamente inobjetable es que la sociedad vasca va a enfrentarse a partir de ahora, más que en ningún otro momento, a las consecuencias de una decisión premeditada y perversa, la de cerrar en falso el capítulo más oscuro de su historia.

Es la profunda cobardía de unos dirigentes políticos y sociales que han pasado la mayor parte de sus vidas esforzándose en explicar los porqués del terrorismo, en lugar de combatirlo sin matices, la que explica el considerable crecimiento, anticipado por todas las encuestas, de esa constelación del nacionalismo extremo y excluyente, llamada EH Bildu, en la que se camuflan los herederos directos de ETA. Han sido, y siguen siendo, la concienzuda distorsión de la historia y la sistemática proyección de un infamante foco de deslegitimación de las víctimas y del Estado los factores que en mayor medida han contribuido a que la cuadrilla de cómplices intelectuales (et altri) que dirige un condenado por terrorismo de nombre Arnaldo Otegi, convenientemente blanqueado, esté hoy a solo un paso de convertirse en el primer partido de Euskadi.

De igual modo, sin la condescendencia del PNV -y en no pocas ocasiones complicidad política- no sería posible completar un diagnóstico aproximado sobre las causas de un potencial e inquietante sorpasso. Recuérdese aquella frase que el ex presidente peneuvista Xabier Arzalluz les espetó a sus interlocutores de Herri Batasuna en una reunión de ambas formaciones allá por 1990: “No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas” (transcripción literal de la nota que redactaron tras la reunión los batasunos). Hoy, treinta y cuatro años después, y con la impagable colaboración de Pedro Sánchez, es Bildu el que aspira a ser el que recoja las nueces del nogal.

Ha sido precisamente la irrupción en la vida pública de este nocivo gobernante el principal factor acelerador de este proceso de blanqueamiento. Nadie contaba con que Sánchez llegara al extremo de integrar a los herederos de ETA en el núcleo de la gobernabilidad. Es por ello de una hipocresía inadmisible que ahora, después de estos años de cohabitación con Bildu, después de entregar Pamplona a los cachorros de Batasuna, nos venga el presidente del Gobierno a rasgarse las vestiduras porque sus socios preferentes siguen sin condenar el terrorismo.

Para entender más cabalmente los resultados del domingo, es necesario incluir en el análisis un ingrediente no menor: el desgaste, por confrontación con la realidad, del mito del PNV como gestor

Sánchez es el principal aliado de Bildu. Pero no es el único. El crecimiento de la formación de Otegi también está íntimamente conectado al fracaso de la nueva izquierda; a esa afinidad irresponsable que ha permitido a la llamada izquierda abertzale arrebatar a los de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz banderas muy festejadas por los más jóvenes, como la del ecologismo y el medio ambiente. Conviene recordar que en las elecciones generales de 2016 el partido más votado en Euskadi fue Podemos, con 333.730 votos, más del doble que EH Bildu. En las autonómicas de 2020, los de Iglesias ya habían iniciado su declive, pero aún conservaron 6 escaños en el Parlamento de Vitoria. Este domingo Podemos y la marca de Díaz tienen muy difícil superar el corte que permite obtener representación.

Por último, para entender más cabalmente los resultados del domingo, es necesario incluir en el análisis un ingrediente no menor: el desgaste, por confrontación con la realidad, del mito del PNV como impecable gestor de lo público. Más de cuatro décadas después de la restauración del Concierto, de disfrutar de una situación fiscal y financiera anómalamente ventajosa, gracias a la resultante del cupo, la vasca es hoy una sociedad decadente, más envejecida que la media (lo que agrava los problemas de la sanidad), que insólitamente concentra el 50% de las huelgas que se convocan en España (la región de Europa de más alta conflictividad laboral) y cuyo modelo lingüístico-educativo frena la contratación de profesionales procedentes de otros territorios.

Ni es descartable un pacto PNV-Bildu, ni menos aún un acuerdo Bildu-PSE. Si Sánchez necesita a Otegi para mantenerse en el poder, ya puede Eneko Andueza ir haciendo las maletas

Probablemente, este deterioro tiene mucho que ver con que, durante años, una política demasiado complaciente con los violentos ha expulsado de universidades y empresas vascas a muchas de sus mejores cabezas. El problema adicional es que existe el riesgo de que el resultado de este domingo pueda acelerar ese proceso de descapitalización. Ni es descartable un pacto PNV-Bildu, ni menos aún un acuerdo Bildu-PSE. Si Sánchez necesita a Otegi para mantenerse en el poder, ya puede Eneko Andueza ir haciendo las maletas. Solo un resultado extraordinario del PP, que situara a la candidatura encabezada por Javier de Andrés en niveles de apoyo similares a la de los socialistas, podría alterar las posibles ecuaciones poselectorales y contribuir a un cierto grado de optimismo; también en la política nacional.

Crucemos, más que nunca, los dedos.

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