Razonable ejercicio político el realizado ayer por el Gobierno que preside Mariano Rajoy en la presentación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para el próximo año. Una loable demostración de voluntarismo, realizada en las circunstancias macroeconómicas más adversas posibles, que, una vez más, adolece de credibilidad en dos puntuales y concretos aspectos. El primero, y más importante, tiene que ver con unas proyecciones que sientan sus reales sobre un objetivo de PIB que, más que optimista, resulta casi inverosímil. Es casi imposible encontrar hoy algún servicio de estudios o firma de análisis que prevea una caída de la actividad para 2013 inferior al -1,2%, mientras que, por el contrario, abundan las que apuntan a cotas cercanas al -2%.
El FMI, cuyas predicciones, en palabras del propio Gobierno, suelen ser casi palabra divina a la hora de elaborar su cuadro macroeconómico, y que ya en julio había empeorado su pronóstico para la economía española al anticipar un recorte del -1,2%, lo coloca ahora entre el -1,5% y el -1,8%, mientras que Moody´s sitúa el rango de nuestras desdichas entre el -1,5% y el -2%. Incluso el cuadro “macro” presentado por el ministerio de Economía para los test de stress de la banca manejaba una caída del -1,7%. Se mire por donde se mire, la diferencia es muy importante, y arroja una sombra de duda insoslayable sobre cualquier proyección que se realice a partir de ese dato, por otro lado básico, al punto de poner en solfa la credibilidad del proyecto de PGE entero.
Tratar de que los mercados se “traguen” ese -0,5% parece más una trampa en el solitario que el Gobierno intenta hacerse que otra cosa, una broma que a estas alturas de la crisis se antoja del todo injustificada. En la misma línea de irrealidad sorprendieron también ayer las insistentes promesas efectuadas por el ministro Montoro en torno a la consecución del objetivo de déficit público, fijado para este año en el 6,3% del PIB, aunque, al menos de momento, parecen haber sido bien recogidas por la renta variable estadounidense. Una postura más comedida y realista, incluso una explicación creíble sobre cómo están ahora mismo las cosas en esa guerra contra el déficit y sobre cómo piensa el Ejecutivo alcanzar el puerto seguro del 6,3% o al menos sus arrabales, hubiera sido igualmente apreciada por los mercados, porque la dura realidad es que, de momento, vamos perdiendo esa batalla (el guarismo ronda ahora el 8%) por culpa de una recesión que se come todos los ahorros que le echen.
Se trata de un asunto capital sobre el que descansa la suerte del entero proceso de ajuste de las cuentas públicas españolas. Es más que probable que la comunidad financiera internacional transija con una leve desviación de aquel objetivo si al mismo tiempo se advierte una tendencia a la baja clara y efectiva, comprobable, pero seguramente no será indulgente si, después de ver al Ejecutivo enrocarse en las cifras anunciadas, la desviación rebasara a final de año el listón del 7%. El hecho de que algunas medidas de ajuste vayan a implementarse en esta última parte del año (subida del IVA, paga de Navidad de los funcionarios, etc.), permite albergar ciertas dosis de esperanza de que, a finales de diciembre, el Gobierno Rajoy sea capaz de sorprendernos con el milagro de ese ansiado 6,3%. Si ello fuera así, sería llegado el momento de descorchar el mejor champan y brindar por la que sin duda sería la primera luz a divisar al final del túnel de esta maldita recesión.
En manos del ala socialdemócrata
Cristóbal Montoro se adornó ayer a la hora de defender ese objetivo de PIB del -0,5%, al decir que los Presupuestos Generales del Estado son un arma política que todo Gobierno tiene en sus manos para intentar cambiar la realidad macroeconómica, un herramienta de futuro para influir en la marcha de los acontecimientos y tratar de mejorar la vida de los ciudadanos. Es cierto, por eso, que los cálculos del Gobierno no son las estimaciones frías de un servicio de estudios, explicación de agradecer y que parece apuntar a un liderazgo que creíamos inexistente, pero, no nos engañemos, al final serán los mercados los que darán y quitarán razones, dictando sentencia.
Por lo demás, la presentación de ayer no hizo sino confirmar algo ya sabido: que Rajoy parece hallarse muy cómodo navegando en las aguas templadas del ala más socialdemócrata del Partido Popular. En efecto, en la triple comparecencia se anunciaron seis nuevos tributos para empresas y particulares y una agencia estatal para incentivar la I+D+i (algo que no suena excesivamente liberalizador), todo a lomos de unos Presupuestos de “marcado carácter social”, frase repetida de forma reiterada tanto por la vicepresidente Soraya como por el titular de Hacienda, y que sin duda serían muy del agrado del tristemente célebre Rodríguez Zapatero. Es lo que hay, tanto en España como en Europa: socialdemocracia a palo seco.
Mientras tanto, los intereses de la deuda se zampan todos los recortes puestos en marcha (y no tanto, o no sólo, por la subida de tipos, sino porque “hemos emitido más”, como aclaró el propio Luis de Guindos), sin que la sensación subyacente de que el Ejecutivo podría haber hecho mucho más a la hora de empequeñecer la estructura del Estado, quede atemperada por las dificultades del momento en todos los órdenes. Ni una palabra, ni un interrogante, para Diputaciones, Ayuntamientos, Senado, Autonomías… Todo sacrificado en aras del altar de ese Dios tirano llamada déficit público, que no solo se come nuestro bienestar sino que amenaza también con llevarse por delante nuestros anhelos de cambio y regeneración democrática. Es el momento de los números, no de los sueños.
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