Mientras la banca comercial agoniza, con mención especial a la española, la de inversión continúa su actividad a su antojo, como si nada hubiera ocurrido, a pesar de que la verdadera espoleta que hizo estallar la crisis que aún sufrimos fue la quiebra de las hipotecas subprime, así como la quiebra de Lehman Brothers y Bear Stearns. A partir de ahí, llegó un tsunami que ha sumido a muchos países en una recesión sin precedentes. Entre ellos España.
El escándalo de la manipulación del Libor es de una naturaleza monumental y esperemos que no quede sólo en Barclays, ya que han sido cómplices todas las entidades de corte anglosajón con fuerte presencia en Nueva York y Londres. Todos sabemos quiénes son. Una auténtica banca tóxica, que ha inundado los mercados de basura financiera diseñada por ellos mismos.
Mediante estas prácticas, las entidades elevaban el tipo (referencia para unos 300.000 millones de dólares en activos, pero una cifra aún mayor para derivados; todos fuera de balance) cuando les convenía. Si tomaban prestado, lo bajaban, financiándose barato, a costa del prestamista. Si prestaban, lo elevaban, a costa del tomador. Siempre ganan y el cliente pierde.
Prácticas que nos suenan ya casi manoseadas por este tipo de entidades, que no dudan en recomendar activos a sus clientes, independientemente de la calidad que tengan, pensando sólo en el fee y, por tanto, en el bonus. Y si hay que tomar posiciones propias totalmente contrarias a los intereses del cliente, se toman.
¿Nadie recuerda a Lloyd Blankfein (Goldman Sachs) en la película Inside Job, contestando a la acusación sin pestañear que cuando compraba o vendía perjudicando a sus clientes no tenía ningún remordimiento ya que “simplemente, actuaba como un creador de mercado”?
No es el momento de defender el modelo bancario español, tan castigado por la mala gestión, las injerencias políticas y la corrupción, pero sí de reivindicar una banca tradicional, en la que se tome dinero por un lado y se preste por otro, midiendo los riesgos; y se cobre un margen razonable. Todo eso, con una base de clientes real, con depósitos a la vista y, en definitiva, siendo una entidad que verdaderamente contribuye a la riqueza nacional. Otros modelos no son bancos, son otra cosa.
Resulta lamentable que desde la caída de Lehman Brothes no haya habido ningún desarrollo normativo que ponga en orden a la banca de inversión y sus malas prácticas mientras que al otro lado del Atlántico el exceso de regulación haya certificado la defunción de algunas entidades que podrían haber sido viables. Ese ilógico proceso de provisiones interminables que ha estrangulado a bancos con problemas, por ejemplo, no ha tenido parangón con los bancos sofisticados.
Con la banca de negocios no ha habido una segmentación de áreas (posiciones propias, del cliente, emisión de recomendaciones…), ni se les ha obligado a incluir en balance productos híbridos sin subyacente debajo; ni siquiera se han establecido límites a los niveles de apalancamiento. En el colmo del dislate, muchos de los bancos rescatados en su momento con dinero público (Morgan Stanley, Merrill Lynch, Citigroup, incluso el propio Goldman) han atacado posteriormente a los países en crisis a través de sus posiciones cortas.
Que ahora se sepa que los bancos de inversión manipulaban el Libor sólo ha merecido comentarios en mercado del corte “ya lo sabíamos…”. Poco más.
Como dato cómico, cabe destacar que alguno de los bancos sospechosos ha rebajado la recomendación a Barclays por sus malas prácticas. Sería divertido, si no fuera porque los tipos interbancarios constituyen la referencia para los préstamos hipotecarios. De nuevo, al ciudadano le toca sufrir unas prácticas que le estrujan para pagar los suculentos bonus.
Lo malo es que estas entidades saben cómo defenderse. Tienen personas de su confianza en todos los órganos de decisión, ya sea la Reserva Federal, el Congreso, el Tesoro, el Banco Central Europeo, los partidos políticos… Ha habido intentos por poner orden en su actividad, pero las iniciativas legales no han progresado nunca. Y pasa lo que pasa. En 2007, con la caída de Lehman, se perdió una oportunidad histórica. Ojalá no se deje pasar esta. Las cajas de ahorros no tienen la culpa de la zozobra mundial. La banca de inversión sí.
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