Hoy 14 de abril se conmemora el aniversario de la proclamación de la Segunda República Española en 1931: su llegada fue capitaneada por las clases medias urbanas de entonces, con el asentimiento de los muchos desencantados por la deriva de la monarquía de Alfonso XIII y, por supuesto, con la esperanza de las clases populares. En realidad, fue la conjunción de multitud de voluntades que deseaban cambiar el estado de cosas de la España de principios del siglo XX, apelando a los viejos valores republicanos de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Es obvio que los objetivos y proyectos beneméritos de aquella República no solo no se consiguieron, sino que, con la desaparición trágica de la misma después de la Guerra Civil, España se sumió en una larga dictadura bajo la jefatura del general Franco, que fue quien ordenó las bases políticas, sociales y económicas sobre las que se asentarían la Monarquía de la Transición y la Constitución de 1978. Ambas se encuentran hoy gravemente cuestionadas por su incapacidad para hacer frente a los graves problemas españoles, problemas que van desde la aguda crisis económica hasta la corrupción política y la amenaza de desintegración del Estado.
Desde los inicios del republicanismo liberal, su apuesta por la educación y la libertad han sido sus divisas no siempre comprendidas y demasiadas veces rechazadas desde los extremos políticos
El aniversario republicano nos impulsa a rechazar dos lugares comunes que se han instalado en los medios de opinión: uno, que la República y el republicanismo son únicamente asunto de historiadores y estudiosos sin nada que aportar al devenir de nuestro proceso político, y dos, que el republicanismo es algo marginal, refugiado en los extremos del arco político, lejos de la templanza democrática que se requiere para buscar apoyos en una sociedad moderna. Y no es verdad, o al menos no es toda la verdad: el republicanismo liberal y democrático español tiene sus raíces en los principios de nuestro constitucionalismo en 1812; desde entonces, sus apuestas por la educación y la libertad han sido sus divisas no siempre comprendidas y demasiadas veces rechazadas desde los extremos políticos. Es verdad que la falta de vertebración del republicanismo político facilitó la labor de sus adversarios, hasta el punto de que sus principios liberales y democráticos no son visibles, como referente organizado, en la España del siglo XXI. Una carencia que se echa en falta en este tiempo de perversión de valores y de renacimiento de los viejos demonios anarquizantes de la tradición española contemporánea.
Lo que nadie puede negar es que la búsqueda de salidas democráticas a la caótica situación actual que vive España y que angustia a millones de compatriotas es hoy un clamor, ello ante la incomprensión, y nos atrevemos a afirmar que la ceguera, de quienes tienen la responsabilidad de dirigir al país. De nuevo, parece que España se encamina hacia una de esas encrucijadas en las que debe decidir su destino para las próximas décadas. Del acierto en esa elección dependerá la vida y la libertad de varias generaciones de españoles. Desde su nacimiento, este periódico ha apostado por los valores de la libertad y de la democracia y, por ello, viene demandando la apertura de un período constituyente en el que el pueblo español pueda decidir sobre los cambios necesarios para modernizar y transformar el país, sin los cuales será imposible superar la crisis económica que nos viene lacerando desde hace más de seis años, agravada por la casi total desaparición de la moral pública. Pensamos, por eso, que este aniversario de la República debe servir para reivindicar esos genuinos valores republicanos, liberales y democráticos que permitirían dibujar, con el afán de todos los demócratas, una opción de esperanza capaz de sacarnos del marasmo político y económico actual.
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