Editorial

Váyase, señor Sánchez

Cuando nuestra incompetencia desborda el ámbito doméstico y empieza a dañar muy gravemente las expectativas de todos los españoles, lo menos que se puede hacer es agachar la cabeza y marcharse.

  • Pedro Sánchez, líder del PSOE.

Era cuestión de tiempo que los barones socialistas pasaran de las palabras a los hechos. El pistoletazo de salida lo daba por este miércoles por la mañana Felipe González. Si la espera se ha alargado tanto es porque nuestros partidos políticos están construidos de arriba abajo. Y eso tiene contraindicaciones, entre ellas, la imposibilidad de organizar corrientes críticas sin que les corten la cabeza a los disidentes. Es por ello que los barones socialistas, no precisamente muy sobrados de coraje, se lo han pensado bastante.

Pero ni las dimisiones en masa de la ejecutiva han servido para que el señor se dé por enterado. César Luena, secretario de organización del PSOE, comparecía a las 19:15 horas con esa solemnidad impostada, casi de opereta, para confirmar que al cadáver del gran Pedro aún le quedaba un hilo de vida. Y de dimisión, nada de nada. Después, dando prueba de lo revueltas que bajan las aguas en la rivera socialista, tachaba de golpistas a los dimisionarios. Y concluía con un llamamiento a la calma y a la responsabilidad de los militantes, porque "los españoles nos están mirando".

Con su negación perpetua, pero incapaz de constituirse en alternativa, lo que está haciendo Pedro es privar a los españoles de una salida

Luena debería saber que, más que mirar, los españoles están alucinando. Que un hombre solo, por mucho secretario general que sea un partido antaño poderoso, y hoy tan destartalado, como el Partido Socialista Obrero Español, se empeñe en salvarse a sí mismo, abocando al país a unas nuevas elecciones generales, las terceras en apenas un año, colma la paciencia de cualquiera. Incluso si sus motivaciones fueran altruistas, y desde luego no parece el caso, la actitud de Pedro Sánchez seguiría siendo incomprensible, habida cuenta de que ya no le queda ningún movimiento posible sobre al tablero. Jaque mate es jaque mate, Pedro.      

Todo político mínimamente ilustrado sabe que para negociar, es decir, para hacer política, sea grande o pequeña, es imprescindible ofrecer siempre una salida. Si no se respeta esta regla fundamental, es porque uno acepta que la política deje de ser política y se convierta en una celada o, peor, en una reyerta entre clanes y caciques. Y cuando esto sucede, no hay discurso en el mundo capaz de vender al respetable mercancía tan chusca, menos aún con unos estatutos que cada cual interpreta a su manera. Con su negación perpetua, con ese empeño personal de llevarse a Rajoy por delante, pero incapaz de constituirse en alternativa, lo que está haciendo Pedro es negar esa salida. Y no se la niega precisamente al adversario, al acérrimo enemigo, sino al conjunto de los españoles. Y eso son palabras mayores.

Pedro, por mérito propio o, precisamente, por demérito, está llevando lo que queda del PSOE a un callejón sin salida, dispuesto a rematar con matrícula la pésima faena que en su día inició el inefable José Luis Rodríguez Zapatero. Cuando llegó, pudo haberse adelantado a Rivera, apropiándose del discurso reformista. Y también aprovechar el surgimiento por la izquierda de Pablo Iglesias para apropiarse en exclusiva el espacio de una socialdemocracia moderna, tradicionalmente vacío en España. Pero, tan preocupado como estaba por asegurarse un poder absoluto, se dejó robar la cartera por ambos. Lo que da muestra de su nulo olfato político. Y ahora va camino de convertir al PSOE en un partido testimonial, superado por una panoplia de movimientos y mareas de extrema izquierda.

Cierto es que cada cual en su casa hace lo que quiere. Sin embargo, cuando nuestra incompetencia desborda el ámbito doméstico y empieza a dañar muy gravemente las expectativas de todos los españoles, lo menos que se puede hacer es agachar la cabeza y marcharse. Pero a Pedro no le place. Al menos, en una cosa tenía razón César Luena: los españoles están mirándoles. Y no dan crédito.

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