Basta darse un garbeo por el palco del FC Barcelona en día de “partidazo” para entender algunas de las cosas que están pasando en los sótanos del movimiento independentista, eso que se ha dado en llamar el prusés: Artur Mas, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, que coincidieron, revueltos pero nunca juntos, en el palco del estadio azulgrana el sábado 2 de abril, con motivo del partido entre el Barça y el Real Madrid, mantienen unas pésimas relaciones personales y aún cabría decir que no se hablan. Cada uno por su lado, sin siquiera amago de acercarse y charlar. No es que las relaciones entre el trío sean gélidas: sencillamente no existen.
El palco del Barcelona tiene poco que ver con los lujos que exhibe el de su gran rival futbolístico, el Real Madrid, ni por tamaño, ni por el catering con que se obsequia a los invitados, ni por el papel que ambos espacios han venido desempeñando en la vida social e incluso empresarial de Barcelona y Madrid, convertido el madrileño en una especie de gran zoco del tráfico de influencias a las órdenes de Florentino Pérez.
En el palco se evidenció, ante decenas de testigos, el abismo que separa a los tres cabezas de serie del independentismo
En ausencia de presidente tan peculiar como Pérez, el palco del Barça es otra cosa. No obstante lo cual, la creme barcelonesa se concitó allí con motivo de la visita del Madrid. La buena sociedad de Pedralbes y alrededores, los siete ex presidentes vivos del Club (se trataba de homenajear a Johan Cruyff), y, lo más llamativo, todas las “estrellas” de la política catalana del momento. Y allí fue donde se evidenció, ante decenas de testigos, el abismo que separa a los tres cabezas de serie del independentismo.
Particularmente llamativo resultó contemplar en el descanso a un Carles Puigdemont, nuevo residente de la Generalidad, completamente aislado, más solo que la una, sin nadie que se le acercara, mientras el gentío compartía en pequeños grupos la copa de cava y el trozo de fuet. En el otro extremo, Artur Mas se afanaba en estrecha conversación con un empresario barcelonés al que parecía estar contando una historia apasionante. Curioso, este empresario monopolizó la atención de Mas en el palco y en el propio graderío, seguramente porque nadie parece ahora interesado en acercarse al que, tras la caída en desgracia de Jordi Pujol, ha monopolizado todo el poder en la Cataluña nacionalista.
Muy cerca del acceso a las gradas, Oriol Junqueras, vicepresidente y ministrín de Economía de la Generalidad, compartía su aislamiento manteniendo estrecho cuchicheo con una mujer con aspecto de recatada monja laica, hombros cargados, modesta vestimenta, que resultó ser la actual presidenta del Parlament, Carme Forcadell, ex presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y miembro destacado de ERC, como el propio Junqueras. Dos compañeros de partido intercambiando confidencias o quizá cortándole un traje al propio Mas.
Artur Mas no se acercó a rescatar a Puigdemont
Don Arturo no hizo amago de acercarse a Junqueras en ningún momento, haciendo visible a los ojos de todos lo que es un secreto a voces: que ambos se detestan desde hace tiempo, que simplemente no se soportan. Más llamativo resultó que el ex presidente tampoco mostrara el menor interés por rescatar de su aislamiento a un Puigdemont que vagaba por el palco cual fantasma ignorado por todos.
Al fin y al cabo, fue Mas quien in extremis recurrió a un hombre como el ex alcalde de Gerona para ocupar la presidencia de la Generalidad y vencer así el bloqueo al que le tenía sometido la CUP. A lo que parece, don Arturo tampoco simpatiza con su sucesor en la presidencia sin que se sepa muy bien por qué, aunque muchos se barruntan que el recién llegado ha decidido volar solo y labrarse su propio futuro político al margen de tutelas. Tan viejo como el mundo.
En el seno de Junts pel Sí se vive la sensación de que el 'prusés' no avanza
Por el palco desfiló también como una sombra, una sombra extraña y fuera de lugar, la actual alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, vestida de esa forma tan peculiar que corre el riesgo de convertir en moda los mercados de abastos. No era aquel el mejor lugar para que la gente del Paseo de la Bonanova la saludara efusivamente, hasta el punto de que no hubo rastro de ella durante el parón del descanso del partido.
Esta es la situación que se vive en el seno de Junts pel Sí: la sensación de que el prusés no avanza, que todo está en un punto muerto, y que en Barcelona se vive un teatro parecido al que en Madrid está teniendo lugar con las negociaciones para formar Gobierno. Mas está convencido de que el independentismo no cuenta con “masa crítica” suficiente como para lanzarse a la independencia, y más lejos aún va el propio Puigdemont, a tenor de lo que en privado manifiesta ante inversores extranjeros (“tranquilos: aquí no va a haber independencia. Mi pregunta es ¿qué podemos hacer entonces para animarles a invertir en Cataluña?”). Y mientras tanto las CUP se impacientan y dan muestras de querer romper la baraja. “Estamos en un momento muy peligroso de impaciencia”, asegura una fuente barcelonesa, “peligroso, porque la frustración suele producir monstruos”.
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