El Buscón

¿Cuenta Cebrián alguna verdad en sus memorias?

Parece que no. Parece que en “Primera Página: vida de un periodista”, el libro de supuestas memorias que le acaba de publicar la editorial Debate, el mandamás de Prisa no

Parece que no. Parece que en “Primera Página: vida de un periodista”, el libro de supuestas memorias que le acaba de publicar la editorial Debate, el mandamás de Prisa no dice una verdad ni queriendo. Algunas de sus afirmaciones llegan a rozar lo delirante y prometen dar mucho que hablar, incluso en instancia judicial. Lo curioso del caso es que no pocos de los episodios que relata siguen teniendo testigos vivos a pares, qué digo, por docenas, no obstante lo cual Juan Luis Cebrián los distorsiona, tergiversa o cuenta al revés con el mayor desenfado. Uno en particular -la punta del iceberg,  porque el librito acaba de salir-, tiene escandalizada a mucha gente importante en los madriles, que no se explica cómo tipo tan resabido y con tantos años como él puede ignorar algo que en los setenta era secreto a voces.

Cuenta Cebrián, página 116, la pelea soterrada que durante los últimos años del franquismo mantuvieron las dos grandes familias del régimen, “la Falange, disfrazada ya del ropaje del Movimiento, y el Opus, que desde la llegada al poder del equipo de tecnócratas de Laureano López Rodó gozaba de la protección del todopoderoso Carrero Blanco. Semejante padrinazgo se debía a un curioso incidente. El almirante Carrero había acudido a un despacho de abogados para solicitar consejo sobre los trámites de separación de su infiel mujer, acusada por el vulgo –siempre he ignorado con qué fundamento- de haberle engañado con el ministro de Asuntos Exteriores, Antonio María Castiella, un oscuro democristiano que, junto con su embajador en la Santa Sede, precisamente Ruiz-Jiménez, había logrado el éxito de firmar el concordato con el Vaticano. Fuera verdad o no aquella historia galante, a Castiella y a Carrero se les apodaba humorísticamente los Astados Unidos, como consecuencia de tan extendido rumor”.

La primera en la frente, porque el ministro de Asuntos Exteriores de Franco entre 1957 y 1969 se llamaba Fernando María Castiella, que no Antonio María Castiella, algo que hasta los colegiales de la época sabían. Cristina, Soledad y Begoña Castiella, las tres hijas del diplomático y político español fallecido en noviembre de 1976, una de ellas corresponsal del diario ABC en Atenas desde hace décadas, están indignadas. “Sencillamente es una canallada afirmar una cosa así de un hombre que ya no puede defenderse. Quienes conocieron a mi padre saben que es imposible que un hombre de bien como él, un tipo recoleto, religioso y sensato, de misa diaria, fuera capaz de algo semejante. Estamos indignadas, como supongo que también lo estarán los hijos de Carrero, y dispuestas a iniciar acciones legales contra quien se ha inventado semejante embuste”.

El mismo sentimiento de perplejidad y enojo embarga a gente como Marcelino Oreja, número dos que fue de Castiella en Exteriores, o como María Castiella, actual jefa de gabinete de Albert Rivera, hija de Fernando, único hijo varón, también fallecido, del diplomático. Lo llamativo del caso es que el tout Madrid de entonces sabía, sabe, que el supuesto compañero sentimental de Carmen Pichot Villa, esposa del almirante Carrero, durante un tiempo no fue Fernando María Castiella, sino un conocido falangista, de nombre Mariano, cuyos apellidos no hacen al caso. Natural de Manresa, el aludido luchó en el frente oriental con la División Azul, para después convertirse en uno de “Los 40 de Ayete”, consejeros directos de Franco, además de valedor de la candidatura de Alfonso de Borbón y Dampierre a la corona española contra la del entonces príncipe Juan Carlos. En 1976 fue uno de los procuradores en Cortes que votó contra la Ley para la Reforma Política.   

Una mujer víctima de la soledad

Castiella se convirtió en el gran enemigo dentro del Régimen de Carrero Blanco, entre otras cosas porque no era miembro del Opus Dei, y porque, acostumbrado a viajar por el mundo, tenía una concepción del futuro de España muy distinta a la de un Carrero que prácticamente nunca había salido de su pueblo. Parece que Carmen Pichot fue víctima de la soledad de una mujer cuyo marido vivía entregado en cuerpo y alma al servicio del Generalísimo las 24 horas del día. Como no podía ser de otro modo, el número dos del Régimen acabó enterándose de las supuestas aventuras extramatrimoniales de su cónyuge. Sin nadie ante quien sincerarse, un día acabó desembuchando entre sollozos en brazos de López Rodó, entonces Secretario General Técnico de la Presidencia de Gobierno. El gerifalte del Opus aprovechó la ocasión para arreglarle lo suyo al delfín de Franco. Y de ahí a la eternidad.   

Ya presidente del Gobierno, Carrero Blanco sería asesinado por la banda terrorista ETA en diciembre de 1973. Muchos españoles conocieron entonces el rostro de Carmen Pichot, desde ese día duquesa viuda de Carrero, en una imagen ofrecida por televisión (y publicada también por periódicos y revistas) con motivo del funeral por su esposo. Una crónica en el diario El País firmada por Ismael Fuente el 1 de mayo de 1984, relataba así el lance: “Era una escena patética: en el primer banco de la iglesia de San Francisco el Grande, de Madrid, el entonces jefe del Estado, general Francisco Franco, daba el pésame a la viuda. Ambos lloraban abierta y amargamente”.

Cebrián termina relatando la anécdota de esta guisa: “Cuando el almirante acudió al letrado Amadeo de Fuenmayor para poner fin a su convivencia matrimonial, este, lejos de atender su ruego, le convenció de la importancia de reconciliarse con su mujer que, para colmo de chascarrillos populares, se apellidaba Pichot, gentilicio demasiado onomatopéyico tratándose de historias de cama. Agradecido el delfín de Franco por los buenos oficios de sus abogados, que le devolvieron la felicidad conyugal, acabaría más o menos rehén de ellos, entregándose casi a ciegas a los dictados de los hombres del Opus”. ¡Y todavía hay gente que opina que Juan Luis Cebrián escribe buen castellano…!

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