Jordi Sardà es un tipo que logró sentar en Kiev al presidente del Gobierno ucranio y a su ministro de Energía para la firma de la construcción de un mega yacimiento de Gas Natural Licuado (GNL) a cargo de Gas Natural Fenosa, que tendría que haber invertido para ello 1.000 millones de dólares. Esta noticia fue recogida por Reuters, el Financial Times y toda la crema de las publicaciones financieras, para rechifla general.
La operación era sobre el papel maravillosa, ya que eliminaba por fin la dependencia energética de Ucrania sobre Rusia y la empresa española clavaba una pica en ese mercado. Pero la firma fue un ridículo histórico. Nadie compareció de Gas Natural y Sardà firmó por ellos. Al final, se reconoció oficialmente que aquello fue un fiasco y el propio intermediario reconoció que “esperaba negociar después” con la empresa. Gas Natural, por su parte, amenaza con demandarle.
El caso es que Sardà estuvo hace varias semanas también intentando colocar esa operación a Enagás, asunto que la empresa en cuestión reconoce sin el menor reparo, aunque señalan que la rechazaron en el acto, porque no contemplan introducirse en un mercado tan complicado como ese.
En Enagás aclaran que cada semana reciben decenas de propuestas como esas; que si prospecciones en Kazajstán, en África central, en algún atolón asiático... Si alguna es interesante, se le da curso hacia arriba y se estudia, pero este no fue el caso y ahí quedó la cosa.
Hasta ahí, una historia sobre la que tenemos la sensación de no saber toda la información. Por encima de todo, está claro que Sardà es un tipo que no suscita confianza. Sin ir más lejos, las numerosas empresas creadas por él con sede en San Vicenç de Castellet no tienen teléfono, lo que sugiere que, o no son muy solventes o no tienen ganas de recibir llamadas, O las dos cosas.
Pero también resulta increíble que un señor se invente sin más una historia pánica y que logre movilizar a la cúpula entera de un país.
No resulta descabellado pensar que este desconocido intermediario tuvo alguna reunión con alguna persona de Gas Natural o que decía representarla, quien a su vez le generó unas expectativas irreales, pero que le pusieron como una moto. El solitario broker, ávido de dar un gran pelotazo, sabía perfectamente que ese yacimiento es asunto de estado en Ucrania, por la llamada ‘guerra del gas’ y se montó la película por su cuenta, entusiasmando a los altos cargos del país e intentando que se precipitaran los acontecimientos mediante políticas de hechos consumados. Seguramente, jamás llegaremos a saber la verdad al 100% de una historia que sin duda promete alguna sorpresa más oculta.
El FMI aprieta
El Gobierno de dicha nación sufre una enorme presión por parte de la oposición, que le acusa de pagar un sobre precio injustificado por las tarifas del gas pese a que los gasoductos de Gazprom pasan por su país, y de no ser capaz de encontrar inversores que desarrollen infraestructuras propias. El país está hecho unos zorros, con fuerte déficit y avisos de cierre de grifo financiero por parte del FMI por la ausencia de reformas.
A esto, hay que sumar las muy poco veladas amenazas rusas a todo aquel que se plantee romper el statu quo gasístico, aunque sus vecinos no paran de decir a los cuatros vientos que quieren romper con la dependencia de Gazprom. Pero Rusia ya se encarga de hacer llegar las advertencias a quien siquiera ose efectuar unos incipientes cálculos sobre el asunto. El que quiera aventuras invirtiendo en Ucrania y amenace la hegemonía de Gazprom, se las tendrá más que tiesas con Vladimir Putin. Si una empresa española estuvo estudiando la operación, los rusos le habrán hecho llegar ese mensaje con toda seguridad, aunque sólo sea por si acaso.
Rusia y Ucrania son dos países dignos de los mejores cuentos de aventuras de Tintín. Sildavia y Borduria no eran ejemplos tan descabellados y eso que nos encotramos en el Siglo XXI.
El asunto es doblemente demencial, ya que una obra como esta no se firma así como así. Si una empresa energética española firmara un acuerdo de fuerte inversión en otro país, lo habría hecho informando minuto a minuto al Gobierno español, así como a la UE y será un asunto que llevarían directamente el presidente y el consejero delegado de la entidad, no “una delegación técnica”, como se esperaba entonces para la firma.
En definitiva, esta operación parece una locura residual de los años pasados, en los que numerosos deals se firmaban entre compadreos de dos amigos que conocían a otro que conocía a… A ver si desparecen de una vez para siempre.
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