Hasta que los progresos de la ciencia médica permitieron desvelar el origen y los mecanismos de propagación de las enfermedades infecciosas, las sociedades humanas estaban sujetas a sufrir de tanto en tanto epidemias que diezmaban las poblaciones, mientras gobernantes y gobernados a falta de remedios efectivos confiaban en medidas de escasa efectividad y a veces contraproducentes. Los enormes avances logrados en la investigación médica y farmacológica durante el siglo XX posibilitaron el desarrollo de vacunas y antibióticos que han permitido erradicar algunas epidemias y controlar las consecuencias de muchos procesos infecciosos. Los éxitos alcanzados nos habían llevado a creer que aquellos episodios letales habían pasado a la historia y los gobiernos en las economías más desarrolladas no contemplaban siquiera la posibilidad de que la expansión de un virus pusiera contra las cuerdas tanto los sistemas sanitarios como las actividades económicas.
El modelo chino
La epidemia se gestó en la prefectura de Wuhan, provincia de Huabei, en noviembre y diciembre de 2019, y comenzó a extenderse por Asia, Europa y el resto del mundo en los primeros meses de 2020. Los primeros casos en la UE se detectaron en diciembre de 2019, e Italia fue el primer país en sufrir sus estragos. Desde allí, la epidemia se expandió por el resto de Europa y saltó a América y a África. China ha registrado hasta el momento 82.971 casos (TC), de los que se han recuperado 78.255 personas (TR), han fallecido (TD) 4,.634 personas y hay 82 casos todavía activos. Pese a las rigurosas medidas impuestas por le gobierno chino desde la primera semana de enero, la tasa de mortalidad (TD/TC) se sitúa en 5,58%, si bien es cierto que tan sólo han fallecido 3,31 personas por millón de habitantes (1.411 millones), una cifra muy baja que demuestra lo acertado de las medidas de confinamiento y los protocolos de detección desplegados por el gobierno chino.
Como el Cuadro 1 revela, las cifras oficiales de infectados, muertos, recuperados y casos activos son bastante más alarmantes en otras partes del mundo. El Cuadro 1 presenta las cifras de casos totales, muertos, recuperados y casos activos y dos ratios de letalidad para los países que han registrado un mayor número de casos en Europa, América del Norte y América del Sur. Pese a las serias dudas existentes sobre la fiabilidad de las cifras de algunos países ,se puede, no obstante, extraer algunas conclusiones interesantes.
Cuadro 1. Casos totales, total muertos, total recuperados y casos activos
Excluido China, el mundo presenta un panorama muy preocupante con 5,18 millones de infectados, 333.612 fallecidos y más de 2,06 millones de casos activos. Con una población de 6.388,4 millones, la tasa de mortalidad sobre casos totales en el resto del mundo se sitúa en 6,4%, 0,8 puntos por encima de China (5,6%), y el número de muertos por millón de habitantes, 52,2, es casi 16 veces la cifra de China (3,3). Estas cifras, por sí solas, bastarían para poner en duda la gestión realizada por quienes están al frente de los gobiernos para hacer contener la epidemia y las consecuencias económicas que está ya teniendo en casi todos los países. Si focalizamos la atención en Estados Unidos, el país central de las economías desarrolladas, las cifras son escalofriantes: 1,6 millones de casos, casi 100.000 muertos lo que supone una tasa de mortalidad sobre casos totales de 5,9% y 292 muertos por cada millón de habitantes. Si China no hubiera adoptado medidas drásticas para confinar la provincia de Huabei e impedir la propagación de los contagios a otras provincias, si la epidemia en China se hubiera propagado como en Estados Unidos se habrían producido varios millones de casos y más de 400.000 muertes, en lugar de los 83.000 casos y 4.634 muertos registrados. Como decía, estas simples comparaciones sirven para poner en evidencia la gestión de gestión de la epidemia realizada por el gobierno Federal y los gobiernos de los Estados Unidos.
La rapidez con que China, una vez constatada la gravedad de la epidemia a principios de enero, no sólo impidió la propagación de los contagios a otras provincias, sino que permitió salvaguardar la economía del resto de provincias. Esta afirmación es algo más que retórica vacía. El primer trimestre de 2020 se saldó en China, con una caída interanual del PIB de 6,8%, una cifra bastante mayor que las registradas en la UE (3,5%), en la Eurozona (3,8%) y en Estados Unidos, (4,8%), aunque no tan distante a las de los países más afectados en la UE, como Italia (4,7%), España (5,2%) y Francia (5,8%). Lo verdaderamente importante, sin embargo, es que la recuperación económica en China se pondrá en marcha en el segundo trimestre de 2020, en tanto que en el mejor de los casos los países europeos y americanos la recuperación no llegará hasta el tercer o cuarto trimestre. En su informe sobre las Perspectivas de la Economía Mundial, el FMI cifra en 1,2% el crecimiento anual de China en 2020, lo que supone un fuerte desplome respecto al 6,1% registrado en 2019, pero una cifra envidiable cuando se compara con las caídas previstas en Estados Unidos, 5,9%, y en la Eurozona, 7,1%.
La debacle europea
Si las cifras de Estados Unidos son francamente preocupantes, las cifras en la vieja Europa producen escalofríos, con alguna excepción notable. Al igual que la Gran Recesión ya dejó en evidencia el déficit de gobernanza para hacer frente a una crisis financiera grave y a una recesión severa. que en la Eurozona se prolongó tres años más que en Estados Unidos, el Covid-19 ha vuelto a dejar en evidencia no sólo a las instituciones centrales de la Unión sino a la clase política que está al frente de los gobiernos europeos, con algunas excepciones significativas como ya he comentado. La epidemia ha reventado las costuras de los sistemas sanitarios europeos con un coste en vidas altísimo.
Las cifras en Europa son igualmente escalofriantes. 1,9 millones de casos, 168.419 muertos y 850.294 casos todavía activos, los países europeos ha sido el centro de la epidemia en los últimos meses. Incluso si se elimina Rusia que se ha sumado a la fiesta en las últimas semanas, con un número muy elevado de casos y sospechosas bajas cifras de fallecidos -como Bielorrusia y Ucrania-, los registros son igualmente muy letales. El Gráfico 1 muestra el porcentaje de fallecidos sobre casos totales. Las cifras de Bélgica. 16.3%, Francia, 15,6%, Italia y Reino Unido, 14,3%, Holanda y Suecia, 12%, y España, 10,2%, superan la cifra de China, 5,6%, no como ocurría en el caso de Estados Unidos por 8 décimas, sino por varios puntos porcentuales, y algunos de los países mencionados la duplican y hasta triplican países la duplican holgadamente. La media de Europa sin la oscura Rusia, 10,7%, casi duplica la cifra de China, 5,6%, y eso que esta media incluye las igualmente sospechosas cifras de Bielorrusia y Ucrania.
Gráfico 1. Muertes sobre casos totales en Europa
Gráfico 2. Muertos por millón de habitantes en Europa
El Gráfico 2 confirma la pésima gestión de la crisis realizada por la mayoría de los gobiernos europeos, por no decir todos. Frente a los 3,3 muertos por millón de habitantes en China, los países con cifras fiables más bajas son Polonia, 25, Austria, 73 y Alemania, 102. Incluso de haberse registrado en China una cifra similar a la de Alemania, la epidemia habría dejado un rastro de 140.000 muertos en lugar de 4.634. Por no hablar la catástrofe que podría haberse producido de haber gestionado la crisis, no como lo ha hecho Merkel, sino Conte en Italia, Sánchez, en España, Macron en Francia o Johnson en el Reino Unido.
Suspenso bajo
La tarde del viernes 22 de mayo, mientras hacía tiempo para conocer los últimos datos de España incluidos en el Cuadro 1, escuchaba atónito a Illa, ministro de Sanidad (y pompas fúnebres) afirmar en TVE que “no sólo estamos saliendo, sino que estamos saliendo más fuertes de esta situación”. Cuando llegó su turno, el etéreo Simón nos dejó otra joya de las suyas. Al frente del coro del Centro de Coordinación de Alarmas y Emergencias Sanitarias entonó la épica aria “estamos cerca de que el virus sea prácticamente indetectable”. No puedo evitar pensar al ver a esta pareja que, como el Covid-19, ambos son un mal sueño, una pesadilla. Para parejas, me quedó con la de Grant y Russell o la de Lemmon y Matthau.
El primero, Illa, parece no haberse enterado de la difícil situación en que nos encontramos ya casi todos los españoles que hemos sobrevivido a la epidemia, aunque mejor, debo reconocer, que los muertos ya enterrados. Anímense pensando que, pese al elevado riesgo de contagio y con la recesión de caballo estamos inmersos, somos más fuertes que antes. Y en todo caso, ahí está Tezanos, con su CIS en bandolera, para arreglarlo en un plis plas. Y el segundo, Simón, parece no haberse enterado de la presencia del virus ni antes del 8-M ni tampoco después. Pobre. Con 56.318 casos todavía activos y un exceso de muertes de 31.124 en España, el asesor científico del gobierno de Sánchez se atreve a decirnos que el virus es casi ‘indetectable’. Tener que soportar a diario, a ambos dos, en la televisión pública pagada con los presupuestos de todos los contribuyentes, se me antoja un suplicio insoportable, una afrenta sobre todo a la inteligencia de los españoles.
La noción de que los países con regímenes democráticos han logrado mejores resultados en la gestión de la epidemia, defendidapor Shlomo Ben-Ami en un artículo titulado “Las democracias gestionan mejor las crisis”-publicado, cómo no, en un diario afín al régimen ‘sanchista’-, carece de fundamento. Que algunos países asiáticos como Japón, Corea del Sur, Taiwan, Singapur, etc. hayan logrado resultados comparables o incluso mejores que China, no es incompatible con que sus gobiernos se hayan tomado en serio la epidemia y hayan adoptado con rapidez medidas inteligentes para detectar los focos, impedir la propagación de contagios y preparar sus sistemas sanitarios. Como hemos podido constatar en este artículo, los países que así lo han hecho, también algunos en Europa, son los que han salido mejor parados. Pero la mayoría de los gobiernos occidentales, desde Estados Unidos al Reino Unido pasando por Canadá, desde Bélgica y Holanda hasta Italia o España pasando por Francia, la gestión ha sido nefasta.
Las elevadas cifras registradas de casos y muertes en la mayoría de los países occidentales han dejado al desnudo la incompetencia de sus gobernantes, una clase política que no ha sabido prever las consecuencias de la epidemia, algo que ya ocurrió en la crisis financiera de 2007-08 y en la subsiguiente recesión económica, y ha mostrado su falta de liderazgo a la hora de adoptar medidas eficaces para contener la expansión de la epidemia. No es un asunto de regímenes democráticos o autoritarios sino de preparación de la clase política y preocupación por el bien común. Millones de europeos ya han pagado con sus vidas muy cara su negligencia y los supervivientes la vamos a seguir padeciendo y pagando durante muchos años. No quiero terminar sin pedirles que echen una nueva ojeada a los dos gráficos incluidos en este artículo y se pregunten si le darían a Sánchez un Notable, que es la nota que el doctor cum laude se ha puesto a sí mismo por la gestión de la crisis en España. Para mí, suspenso bajo.
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