Los valores de la Ilustración, base de la democracia liberal, están sufriendo un fuerte acoso en todo el mundo occidental. Mientras tanto en otras partes del mundo se reivindican estos valores frente a estados no democráticos que nunca son cuestionados por nuestros iliberales, al contrario, son sus aliados para desestabilizar occidente, especialmente la UE, como ha trascendido recientemente con los vínculos entre el independentismo y Rusia. El auge de populismos, ya sean de derechas o de izquierdas, de nacionalismos centrífugos o centrípetas, es común a todo Occidente. En nombre de los derechos colectivos se ataca las democracias liberales precisamente los países con mayor libertad y bienestar y donde más amparados están los derechos colectivos, incluidos los de mujeres, homosexuales, minorías étnicas o inmigrantes, mientras se transige con su persecución en los países ‘amigos’ de los iliberales. Ello no implica negar los problemas de Occidente, especialmente las desigualdades derivadas de la globalización y los cambios tecnológicos, que dejan a muchos perdedores sin la atención debida de los poderes públicos. Pero el cinismo de la doble vara de medir de los populismos es atronador.
En Cataluña tenemos las dos variantes del problema, el nacionalismo y el populismo de izquierdas. El populismo de derechas no independentista, VOX, es marginal por que la mayor parte de su base social es independentista. De hecho su ideología es prácticamente idéntica cambiando las banderas.
En nombre de los derechos colectivos se ataca las democracias liberales precisamente los países con mayor libertad y bienestar y donde más amparados están los derechos colectivos
El nacionalismo independentista es supremacista y bajo la coartada de la voluntad del “poble de Catalunya’’, reniega del estado de derecho, puntal de la democracia y excluye de la pertenencia al ‘pueblo’ a los no independentistas, calificándolos de colonos o traidores.
El populismo de izquierdas que también reivindica derechos colectivos, incluido el nacional, pero al que añade otros como la ideología de género en su formulación extrema. En ambos casos se niegan los derechos individuales, eso sí con verborrea pseudo democrática.
En las últimas semanas hemos tenido varias muestras de lo que antecede. Por ejemplo hemos visto que los derechos colectivos del “pueblo de Catalunya”, han justificado la inacción de la Generalitat o el Ayuntamiento de Barcelona ante actos violentos y cortes de calles y carreteras en evidente abandono de las funciones propias de las administraciones públicas. También hemos visto como la Alcaldesa de Barcelona cuestionaba las decisiones de los Tribunales en el pleito por la municipalización del agua. Pero la formulación más descarnada del desprecio a los derechos individuales la ha hecho la dirigente de Arran Nuria Martí que ha dicho:
“Nosotros en lo que no creemos en absoluto es en los derechos individuales. Nosotros creemos que solo son legítimos los derechos colectivos. Entonces que una persona no pueda entrar en una facultad o que no pueda llegar a la hora a su puesto de trabajo a nivel individual cuando miles y miles de personas se están jugando su libertad para conseguir derechos fundamentales pero también objetivos a larga duración me parecería como una visión muy egoísta. Además las cosas se consiguen luchando en las calles, es la única forma que tenemos de conseguir nuestros objetivos. Para nosotros nuestro límite no son nunca ni los derechos individuales ni la ley impuesta. Nuestro límite es la razón, porque la tenemos”
En base a estos argumentos se han cometido los mayores crímenes de la humanidad desde Stalin a Mao pasando por el fascismo. Los derechos individuales, la ley, la división de poderes, es el único contrapeso al ejercicio totalitario del poder. ¿Acaso piensa Nuría Martí que ‘su razón’ es la única que existe y es indubitada? ¿No sería ella misma la que recurriría a los derechos individuales si otros, con otras razones, imponen su verdad?
Los derechos individuales, la ley, la división de poderes, es el único contrapeso al ejercicio totalitario del poder.
La conjunción del colectivismo nacionalista, de base conservadora, y el populismo de izquierdas, ambos defensores de los llamados derechos colectivos y del papel dirigente del estado en la sociedad y en la economía, hace que la democracia en Cataluña esté en grave riesgo pues entre ambos controlan la mayor parte del poder político y una creciente hegemonía ideológica. Frente a ello no hay una reacción, especialmente ideológica, suficientemente enérgica. Ni desde la propia Cataluña, ni desde el resto del Estado. Y urge, antes de que sea demasiado tarde.
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