En el origen de Podemos están la Fundación CEPS, anticapitalista, que ha asesorado a los recientes regímenes bolivarianos, y el movimiento 15 M, alentado por la crisis financiera e inmobiliaria del 2008. Su gran desarrollo se basa en el manejo de las emociones, la falta de educación crítica de la ciudadanía y la explosión del uso de las redes sociales, que actúan con mensajes breves e indiscutidos y facilitan la salida repentina de los afectos. En ello coincide con los totalitarismos. Podemos mantiene como idea originaria la oposición pueblo-elites, la afirmación de los oprimidos frente a la casta, la libertad creativa del pueblo frente a las instituciones que no nos representan. Podemos nos ofrece respuestas simples a problemas complejos y siempre señala un culpable. El auge de Podemos coincide con el abandono por los socialistas a su protagonismo en la construcción del estado de bienestar. Frente a ellos, Podemos sustituye al socialismo democrático y liberal, por un socialismo mesiánico personalizado en su Líder máximo. Con estilo se ha señalado que “el populismo tiene hoy el camino asfaltado: es tan fácil gestionar la frustración, tomar el rencor y redirigirlo, calmar el sentimiento de agravio dándole un enemigo de carne y hueso que sea la razón de todos los males; ideas simplificadoras que prosperan con rapidez porque no requieren bondad ni inteligencia”.
El relato del populismo es potente y capaz de generar seguidores porque es un relato imaginario, romántico e idealizado, en contraste con los defectos de la realidad, consustanciales muchos a la condición humana, pero que los populistas achacan a la democracia actual. Por ello pretenden que olvidemos sus raíces y el cómo se han desarrollado en sus realidades históricas, idénticas o similares. Olvidan mencionar la dictadura del proletariado y la ablación de libertades en el socialismo realmente existente, los golpes de estado de los dictadores bolivarianos y la multiplicación de la pobreza y el derrumbe de las respectivas economías. Al tiempo que se inventan un enemigo inexistente, el neoliberalismo, al que acusan de todos los males, pueda que sea culpable de muchos, pero hoy en día es inexistente, porque acabó en la quiebra de Lehman Brothers y la guerra de Iraq. Hay, pues, una manifiesta voluntad de deformar los hechos que sustentan su pensamiento.
Nuestros populistas utilizan elementos de análisis de la acción política y del ejercicio del poder tomados de muy diversas fuentes. De Hobbes, el miedo como principal aglutinador del estado, pero olvidando su construcción del contrato social; de Carl Schmitt, la distinción amigo-enemigo y la justificación del estado de excepción como poder constituyente y el decisionismo político; de Goebbels, la forma de adulterar la realidad con mensajes reiterados; de Gramsci, la hegemonía social a lograr a través de la cultura, la comunicación y la nueva moral; de Laclau, su pretendida racionalidad populista en la que los oprimidos, los de abajo frente a los poderosos, definen la acción política y su legitimación equivale a su opresión, no precisa más fundamentación. Por fin, no podía faltar Derrida y encontrarnos con el poder y la dominación en cualquier texto y, con ello, excluir toda dominación que no sea la que buscan monopolizar desde el poder político, eso sí, en nombre del pueblo. Pero no construyen una ideología que nos lleve a alguna parte. “La coherencia es una antigualla liberal, lo importante es el gobierno de las emociones” nos advierten. El núcleo del pensamiento de Podemos es pariente del pensamiento mágico o religioso, alejado del conocimiento científico que está basado en la experiencia y en el análisis crítico. Es hijo directo de cierta interpretación marxista de la Historia, que ellos utilizan como un catecismo idealista, enfrentado a las explicaciones racionales. Por las influencias citadas, su pensamiento se ha caracterizado de totalitarismo postmoderno.
El pueblo de Podemos es la plebe homogeneizada contra sus enemigos en un estado de guerra permanente
El pueblo de Podemos es la plebe homogeneizada contra sus enemigos en un estado de guerra permanente. Como la situación de guerra feudal y entre príncipes previa al estado absoluto que Hobbes resuelve en el Leviatán y que Schmitt identifica con un período constituyente en el que quien es capaz de imponer su decisión determina la constitución. De ahí su permanente lenguaje belicista, para crear las condiciones subjetivas que justifiquen primero, la necesidad, y, cuando sea oportuno, la imposición de una realidad constitucional acorde a la lógica populista. Ya sea en un nuevo texto o a través de una mutación del sentido del actual. Al igual que han hecho los dictadores bolivarianos a quienes asesoraron.
Como todos los populismos se apoya en una imaginaria y primigenia Arcadia feliz a la que aspira a regresar. La Segunda República, cuya historia real olvida y a cuyos ideales hacen un flaco favor. De ahí, la utilización cada vez más frecuente de frases de inspiración leninista, en ocasiones, guerracivlista: llamar “parásitos” a los ricos como hizo Lenin a los terratenientes, “asaltar el cielo” como Marx reprochaba no haberlo hecho a la Comuna de París, descalificar como “facha” a la derecha, atribuyéndole una inclinación a la violencia y a la acción directa, que nuestra derecha no demuestra en absoluto; la exhortación a la resistencia antifascistas ante la victoria electoral de un partido liberal-conservador.
Su relación con la actual constitución es pésima. Critica tanto su origen como el “régimen del 78” que creó y con el que hay que acabar, olvidando el consenso y la conciliación de los que surgió, y caricaturizándola como si fuera una imposición de las elites franquistas frente a las supuestas excelencias de la constitución de 1931. Una invención que no resiste la confrontación con el recuerdo del referéndum del 6 de diciembre ni con el hecho de que la actual es la primera constitución de nuestra historia refrendada por el pueblo, en sufragio universal, libre, igual directo y secreto, de mujeres y hombres. Ni pactada, ni otorgada ni impuesta por las élites, sino aprobada por el pueblo convertido en Nación. Las patrañas sobre el origen buscan justificar su desafección y su deslealtad en inexistentes valores morales.
Como todos los populismos se apoya en una imaginaria y primigenia Arcadia feliz a la que aspira a regresar
La política de Podemos frente a la Constitución es denigrarla. No les importa faltar a la vez a la veracidad intelectual y a la técnica jurídica cuando se refieren al tratamiento constitucional de la vivienda y la riqueza. Su programa aspira a cambiar la economía social de mercado por una economía estatalizada sin respetar, por excesiva dosis, ni la Constitución ni el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Pero, por encima de los dislates técnicos, Podemos no acepta ni los postulados básicos ni los valores constitucionales. El Líder máximo nos ha explicado como la gran importancia de la información en la sociedad actual exige que sea un derecho de prestación pública para evitar los bulos, mentiras y falsedades. Ni siquiera roza las exigencias del artículo 20 CE. No aceptan la separación de poderes. Las advertencias sobre la supuesta falta de origen democrático del Poder judicial son más intentos de sumisión que sana preocupación por su imparcialidad, inamovilidad e independencia. En la cuestión territorial buscan la construcción de una plurinacionalidad basada en supuestos derechos históricos de autodeterminación tipo Bolivia, olvidando el carácter originario de los derechos nacidos con la Constitución. Desconocen la más elemental y básica lealtad a la Constitución y al “otro”. Su dialéctica identitaria y del amigo/enemigo es contraria al pluralismo y al consenso.
Los populistas usan todos los argumentos para destruir el orden establecido. Todo es aprovechable: el pueblo indignado, las víctimas de toda clase, reales o imaginarias, las nacionalidades históricas, las preferencias sexuales o el rol de género, con el feminismo hegemónico como ultima adopción, en una amalgama acrítica sin otra finalidad que la performance política. Todos contra el Imperio de la ley para alcanzar y conservar el poder. Se dejan influir por la estética Punk con su fuerza destructiva y nihilista. Su lema es una pura tautología del poder por el poder, ávida de gloria sin destino positivo. No future! gritan con Johnny Rotten para no aclarar el propósito de su ambición. Quizás sea la abolición de la riqueza, la libertad y la cultura, para sustituirlos por una Arcadia de sólo pobreza en todo y para todos. O para casi todos. No lo sabemos, pero todos los desastres a que han llevado planteamientos similares son, con certeza, desalentadores.
El populismo, a diferencia de la democracia, no es una construcción teórica y de experiencia basada en la fragilidad y la vulnerabilidad humanas y en la aspiración a la felicidad, la esperanza y el bienestar
Frente a las fuentes teóricas que alimentan a Podemos afirmamos que la democracia no es un significante vacío ni una mera razón instrumental. La democracia es una realidad política que se define en varias esferas. En la esfera individual, supone el reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales y libertades públicas inherentes a la dignidad de la persona humana, en la que el poder no puede penetrar. En la organización estatal, democracia equivale a la división de poderes, el imperio de la ley, un Parlamento elegido por sufragio universal y un sistema de controles y contrapesos, que respete el pluralismo y la voz de las minorías, con búsqueda de consenso para la toma de decisiones duraderas. En la esfera exterior la democracia implica la colaboración con otros sistemas democráticos para alcanzar la paz perpetua de Kant por la vía de la cooperación y en el marco referencial del respeto a los derechos humanos. En ninguna de las esferas habita Podemos.
El populismo, a diferencia de la democracia, no es una construcción teórica y de experiencia basada en la fragilidad y la vulnerabilidad humanas y en la aspiración a la felicidad, la esperanza y el bienestar. Es solo un manual del poder para el pueblo elegido. La democracia está construida sobre la ética de la responsabilidad frente a la política de las emociones y argumenta que el mejor orden social de representación se logra mediante la construcción institucional. El populismo, a diferencia del pensamiento republicano, instaura el reinado de las emociones más negativas y argumenta que el mejor orden se logra gracias a la actuación de un líder hegemónico, en una suerte de cesarismo plebiscitario, que nace de una doble reducción, la voluntad del pueblo es la de Podemos y ésta, la de su Líder máximo.
Quedan por describir las formas de acción política y de organización del partido, pero la acción directa y el centralismo burocrático son antiguos y cansinos, propios del Periodo de entreguerras 1919-1939. La falta de novedad refuerza nuestra conclusión: Después de analizar el pensamiento político de Podemos resuena atronador el sonido del silencio de las ideas. En su vacío, creencias, emociones y voluntad.
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