Son muchos los que consideran que el actual problema político en Cataluña tiene su origen en la sentencia del Estatut. Según esta versión, el agravio que supuso para los catalanes que el Tribunal Constitucional modificase en julio de 2010 varios artículos de su estatuto de autonomía —una vez votado éste en referéndum—generó una desafección con el Estado que habría sido determinante en el surgimiento del llamado procés. Sin embargo, otros analistas —que recuerdan que el estatuto catalán fue votado solo por el 36% del censo y que la primera Diada masiva no tuvo lugar hasta dos años después— apuntan a que en verdad todo comenzó con el expresident Pujol, quien en los 90 puso en marcha un plan de ingeniería social destinado a inocular en la sociedad catalana el sentimiento nacionalista.
El plan en cuestión —del que ahora se cumplen 30 años— fue dado a conocer por el diario El Periódico en 1990 bajo el nombre de Programa 2000. Se trataba de una hoja de ruta, atribuida al entorno de Jordi Pujol pero cuya autoría se desconoce, en la que se desgranaba con detalle la intención de despertar la “conciencia nacional” catalana en todos los sectores de la sociedad, con la Educación y los medios de comunicación a la cabeza. Así, en el texto se hablaba abiertamente de propósitos tales como “concienciar a nuestro pueblo de la necesidad de tener más hijos para garantizar nuestra personalidad colectiva”, difundir que Cataluña es una “nación discriminada” que no puede desarrollar “libremente su potencial cultural y económico” o avisar de que el “sentimiento nacionalista y de liberación nacional han de ir ligado a la promoción social de las personas”.
Impulsar el sentimiento nacional de profesores, padres y alumnos
El ámbito principal en el que el proyecto pretendía incidir era la Educación. Este objetivo se exponía en el documento a calzón quitado, hablándose de “impulsar el sentimiento nacional catalán de los profesores, padres y estudiantes”. ¿Cómo llevarlo a cabo? Por un parte, “velando por la composición de los tribunales de oposición” para que se escogiese solamente a docentes de ideología nacionalista. Por otra, valiéndose del “cuerpo de inspectores para que vigilen la correcta aplicación de la normativa sobre catalanización de la enseñanza”. Asimismo, se estimaba crucial fiscalizar el contenido de los libros de texto. Para ello, se proponía “editar y emplear libros de texto sobre historia, geografía, arte, literatura y economía de Cataluña y los Països Catalans. Establecer acuerdos con las editoriales para su elaboración y difusión, con subvenciones si es necesario”.
No menos ambicioso era el control que se pretendía ejercer sobre los medios de comunicación. En este caso, la idea era “lograr que los medios de comunicación públicos dependientes de la Generalitat sigan siendo transmisores eficaces del modelo nacional catalán”. Con ese fin, no solo debía “depurarse el lenguaje” y emitir contenidos para crear un “estado de opinión catalán”, sino también formar a periodistas con “conciencia nacional catalana” e “introducir a gente nacionalista […] en todos los lugares clave de los medios de comunicación”.
Vale decir que no todas las propuestas de este apartado han logrado hacerse efectivas. Por ejemplo, se estipulaba que las películas más comerciales debían doblarse al catalán, a lo que siempre se han negado las productoras de Hollywood. Por otro lado, se hablaba de convertir al rotativo Avui en el “gran diario de alcance nacional”, propósito que tampoco se ha materializado.
Catalanizar las actividades deportivas y lúdicas
Al margen de la Educación y los medios, la iniciativa “nacionalizadora” de Pujol también abarcaba otras parcelas como el de las entidades culturales y de ocio, en la que se apostaba por “catalanizar las actividades deportivas y lúdicas” a través de subvenciones; o la del mundo empresarial, donde se fijaba como prioridad que los letreros comerciales utilizaran el catalán como idioma principal. Como es sabido, este último objetivo se ha alcanzado plenamente gracias la Ley de Política Lingüística aprobada en 1998, que impone sanciones económicas a los comercios cuyos rótulos no figuren al menos en catalán.
Pese a la gravedad de las revelaciones relativas al Programa 2000, en aquel momento solo el PSC y Unió Democràtica de Catalunya —que fraguaron otro documento de corte similar pero menos invasor— se atrevieron a criticar su contenido, si bien en términos poco contundentes. Por su parte, Convergència empezó negando la existencia del documento el 7 de noviembre para terminar admitiéndola el 18 del mismo mes, alegando entonces que en el dossier había “más grano que paja”.
“Vivimos en la Cataluña diseñada por Pujol”
Rafael Arenas, vicepresidente de Impulso Ciudadano, no duda del papel crucial jugado por aquella hoja de ruta: “Vivimos en la Cataluña diseñada por el programa 2000 de Pujol”. Así, según Arenas, el control de las escuelas se ha conseguido a través de las asociaciones de AMPAS, sindicatos e inspección educativa, mientras que los medios de comunicación públicos y subvencionados se han alineado con los planeamientos nacionalistas de tal manera que “ya no parece natural apartarse de ellos”. “La penetración del nacionalismo en la sociedad y en multitud de partidos, no solamente en los explícitamente nacionalistas, es importante. El resultado es una Cataluña que rompe vínculos con el resto de España en lo cultural, en lo afectivo y en lo político”, resume.
Y es que, para este experto, el gran éxito del plan no es que el número de separatistas esté cercano al 50% de la población, sino que un porcentaje mayor, aunque sea contrario a la secesión, entiende que “su comunidad política natural es Cataluña y no la que forma junto al resto de españoles”. “La idea de una Cataluña como parte esencial de España y que no puede ser entendida al margen de ésta ha sido arrinconada”, concluye.
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