La alcaldesa Ada Colau nunca ha querido que Barcelona tenga un Museu del Hermitage en el entorno de la futura segunda bocana del puerto, en la Barceloneta, pero no tenía nada a lo que aferrarse para justificar su personal negativa. Ahora ya tiene una excusa. O mejor dicho, cuatro. El resultado de cuatro informes -urbanístico, económico, cultural y de movilidad- encargados por el propio ayuntamiento barcelonés ha arrojado un veredicto que era más que previsible, conociendo la animadversión previa de quien los encargaba: No y cuatro veces no. “No vemos oportuno desarrollar esta propuesta en el puerto de Barcelona”, ha sentenciado la segunda teniente de alcalde Ecología, Urbanismo, Infraestructuras y Movilidad del Ayuntamiento de Barcelona, Janet Sanz (Barcelona en Comú).
El portazo de Colau a la iniciativa museística es inapelable. Pero para que no parezca que la decisión se toma contra la cultura y contra los muchos colectivos que defienden el museo, la sentencia matiza que sí se aceptaría que el prestigioso equipamiento se instalara en la ciudad si sus impulsores eligieran un emplazamiento más del gusto de la alcaldesa y su equipo. Y, para acabarlo de adobar, también modificara no solo su proyecto cultural si no hasta su memoria económica. “Si los promotores reformulan una propuesta más sostenible, más relacionada con la red de equipamientos de la ciudad y con unas perspectivas económicas menos optimistas el ayuntamiento lo estudiará”, ha asegurado Sanz.
Los motivos esgrimidos por los informes encargados por el gobierno de Colau y Collboni van desde el cambio climático (incluso los daños causados por el temporal Gloria se han utilizado para frenar el proyecto) hasta su difícil encaje en la particular cultura barcelonesa. “El Museo Hermitage no refuerza la identidad ni el patrimonio cultural de la ciudad”, ha advertido el sexto teniente de alcalde de Cultura, Educación y Ciencia, Joan Subirats (BeC).
Un callejón sin salida, frágil y mal comunicado
Los argumentos más sólidos contra el museo, de titularidad privada, son sin duda los que tienen que ver con la movilidad en el barrio de la Barceloneta y la proximidad al mar. ”Se trata de un espacio muy frágil, por su proximidad al mar y porque sería como un callejón sin salida sin comunicaciones con la ciudad, lo que no garantiza ni la accesibilidad ni la movilidad”, ha descrito Sanz. A esto se suma que la parada de metro más cercana está a 2 kilómetros de distancia y que la única vía de acceso -el paseo de Juan de Borbón- “ya está muy congestionado y saturado, lo que continuamente genera quejas de los vecinos de la zona”, ha subrayado la segunda teniente de alcalde.
El hecho de que el Hermitage plantee ubicar sus salas de exposición en un edificio singular e icónico, diseñado por el prestigioso arquitecto japonés reconocido internacionalmente, Toyo Ito, tampoco ha jugado a su favor como viene ocurriendo normalmente con los proyectos urbanísticos singulares (como la Torre Agbar de Jean Nouvell, por ejemplo). En este caso concreto, Colau hubiera preferido algo más de andar por casa. “El edificio es icónico pero sin demasiada vinculación con la ciudad. No se trata de ir poniendo bolets cuando se pueden recuperar edificios existentes que están vacíos”, ha defendido Janet Sanz. Esta frase define perfectamente el trasfondo de la cuestión: la idea del museo no gusta pero si hay que construirlo, que sea donde le guste o convenga a la alcaldesa y su equipo,sin ir más lejos en un edificio municipal sin uso. Nunca en el lugar que, con todo su derecho, escojan los promotores.
Hasta la memoria económica del Hermitage merece una tarjeta roja. Según el estudio municipal, “sus previsiones son demasiado optimistas y plantean interrogantes”, ha resuelto Subirats. Las previsiones de visitas (850.000 el primer año -más o menos como el Museu Picasso, el triple que el MNAC y el doble que la Fundació Miró- y 1,5 millones millones a medio plazo -empatado con el líder que es el Museu del Barça) son “excesivas”, según los técnicos. “Son cifras que no parecen factibles”, ha especulado Joan Subirats. Además, se ha previsto que todos los visitantes paguen la entrada completa cuando siempre hay entradas bonificadas, lo que pondría en evidencia la falta del carácter social que se presupone a un museo. “Solo el 37% o el 40% de las entradas de los museos barceloneses son entradas sin bonificación”, ha certificado Subirats.
En otro emplazamiento, redistribuiría el turismo
Curiosamente, los informes ponen de manifiesto que la apertura del Hermitage sí que tendría “efectos positivos” para Barcelona si se emplazara en otra ubicación porque “redistribuiría el turismo” de la ciudad. Los expertos han apuntado varias ubicaciones alternativas para el museo que mantendrían “una relación más coherente con la ciudad”, ha apostillado Sanz: el ámbito de tramo final del Paral·lel (entre el Word Trace Center, la Carboneria y Monjuïc), el final de la Rambla de Prim (y su nexo con el distrito 22@), el ámbito de las Tres Xemeneis (Sant Adrià de Besòs) y, por último, los antiguos terrenos de Catalana de Gas, en la misma Barceloneta.
Si después del tremendo revés y todas las trabas, los promotores del Museo Hermitage, con sede en San Petesburgo, siguen apostando por abrir una de sus franquicias en Barcelona, tienen donde elegir. Otra cosa será que les convenza o que Colau no se saque de la manga un nuevo impedimento para impedírselo. Porque, como ha dicho la teniente de alcalde, Janet Sanz, el proyecto del Hermitage “no hace falta” en Barcelona.
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