El Liberal - Política

Cristian Campos: “Rufián es un digno representante de la picaresca española”

El periodista ha publicado 'La anomalía catalana', libro en el que desmonta con humor las ficciones del separatismo

Periodista en El Español y en Muy Interesante, Cristian Campos (Barcelona, 1973) ha publicado recientemente La anomalía catalana (Deusto, 2019), un irreverente ensayo en el que se propone nada menos que averiguar “qué ocurre en Cataluña y cómo solucionarlo”. En esta conversación con El Liberal, Campos no abandona su papel de enfant terrible del constitucionalismo y reparte sus dardos entre el sistema educativo, los medios de comunicación y las asociaciones civiles nacionalistas. De la quema tampoco se libra uno de los tótems de su ciudad natal: la Sagrada Familia.

Una de las tesis que sostiene en el libro es que, al contrario de lo que defienden los nacionalistas, “Cataluña es el problema y España la solución”.

Ahora escribiría “Madrid”. O “Andalucía”, que es una de las pocas comunidades libres que quedan hoy en España. El resto parece haberse contagiado del virus nacionalista. Hasta los leoneses se consideran una civilización completamente diferente a la vallisoletana. Hemos caído en la exaltación del botijo y el dialecto regional. Es la España de los coros y danzas del franquismo. Que ahora, por vete a saber qué misteriosa razón, se considera lo progresista. Es también eso que llaman “la Europa de los pueblos” o “la Europa de las naciones”. Una idea nazi, en el sentido más literal de la palabra, porque ese era el proyecto de Adolf Hitler para Europa. A mí me la defendió, en una cafetería de Barcelona, un destacado dirigente de Podemos. Sin despeinarse. El tío iba soltando el viejo discurso nazi sobre Europa como si fuera lo más normal del mundo. Cuando pretendí discutirle el concepto, el tipo cortó la entrevista y me mandó a esparragar. Fue una cosa esperpéntica.

También defiende que, lejos de ser de izquierda, el nacionalismo es siempre de extrema derecha.

Por supuesto. Una de las enfermedades de la política actual es la incapacidad para detectar el núcleo ideológico que se esconde bajo las decenas de capas de marketing electoral con las que se adornan los partidos. A mí me da igual que ERC, o la CUP, o Bildu, o quien sea, se definan como partidos de izquierdas, o progresistas, o feministas. Son partidos que defienden que “la voluntad del pueblo” está por encima de las leyes, que los catalanes y los vascos somos “diferentes” al resto de los españoles —es decir, mejores— y que el eje sobre el que debe pivotar la política no es la ciudadanía, sino la identidad. Son ideas estrictamente fascistas, el núcleo duro del pensamiento ultraderechista de toda la vida de Dios, y me sorprende que haya incautos que sigan creyendo que eso es un pensamiento de izquierdas, por más que defiendan la subida del salario mínimo o la ley de violencia de género. ¿De verdad no somos capaces de ver más allá de la publicidad?

Me sorprende que haya incautos que sigan creyendo que el nacionalismo es de izquierdas

Asegura que a la “escalera social catalana no te subes sin un apellido pata negra”. ¿Cómo explica, entonces, lo de Gabriel Rufián?

Rufián cumple una función muy concreta en el esquema del nacionalismo catalán: es el charnego encargado de “ampliar la base” del independentismo y lograr que este cale en las clases populares castellanohablantes que tradicionalmente se han mostrado reacias a él. Rufián, o lo que representa Rufián, es la cuarta pata del sistema de control ideológico implantado por el nacionalismo en Cataluña. Las otras tres son el sistema educativo, los medios de comunicación y las asociaciones civiles. El nacionalismo es como esas películas de Disney donde el reparto se decide en función de parámetros identitarios: tiene que haber un negro, un latino, un oriental, una lesbiana, un gay… Luego, el chico ha mostrado desparpajo y ha llegado alto.

Yo discrepo de él en lo político, pero me cae bien como personaje. Me parece un digno representante de la tradición de la picaresca española. Que Rufián acaba en Podemos o en el PSOE si la ocasión se le presenta ni cotiza en las casas de apuestas, vamos.

Durante los 80 y los 90, la influencia del poder nacionalista en la prensa era tan grande que Jordi Pujol era conocido como “el redactor jefe de Cataluña”. ¿Ha mejorado la situación desde entonces?

Al menos durante aquellos años los periodistas catalanes eran conscientes de estar obedeciendo a un “redactor jefe” político y a veces hasta se cachondeaban de su propio patetismo. Hoy obedecen sin que sea necesario que nadie se lo mande, simplemente porque esa es su zona de confort y ni se les pasa por la cabeza la posibilidad de discrepar de los dogmas de fe del nacionalismo. En Cataluña no existe el periodismo, con las contadas excepciones de los cínicos de rigor, que le siguen la corriente a la majadería ambiente porque tienen hijos que alimentar. Lo que existe son encargaditos de sección, que es el tendero catalán de ultramarinos de toda la vida, pero con un teclado en las manos.

A los periodistas catalanes ni se les pasa por la cabeza discrepar de los dogmas de fe del nacionalismo

Se refiere a la Sagrada Familia como un “monumento al crimen”. ¿Nos lo explica?

En la fachada de la Sagrada Familia puede verse la figura de una especie de demonio con forma de congrio que le entrega una bomba Orsini a un terrorista anarquista. La figura se llama La tentación del hombre. Es un concepto muy cristiano: el culpable de la violencia no es nunca el criminal, sino el demonio, es decir la sociedad. Es una idea putrefacta e inmoral, puesto que niega la responsabilidad individual y permite justificar cualquier crimen convirtiendo en víctima al asesino.

Lo que yo habría hecho en el lugar de Gaudí es representar a un demonio que le entrega a la humanidad la figura de un demonio entregándole una bomba a un terrorista. Porque el verdadero demonio no es la sociedad, sino la existencia de una excusa que permite justificar el crimen. Esa es la verdadera tentación del demonio: la que nos permite justificar nuestros crímenes achacándoselos a él, cuando son 100% nuestros. 

El 90% de los alumnos catalanes que repiten varios cursos tienen el español como lengua materna. ¿Datos como éste no deberían hacer que la izquierda se replantee su apoyo a la inmersión lingüística?

La izquierda cree que cuando sus políticas fallan se debe a que estas no han sido aplicadas con la suficiente intensidad, así que es bastante más probable que redoblen la fuerza con la que se aplica la inmersión lingüística en Cataluña. Desde un punto de vista cínico, a ellos no les afecta porque llevan a sus hijos a colegios privados donde se les enseña inglés y español en la misma medida que catalán. Por otro lado, es una política de marginación cultural y laboral perfectamente diseñada por el pujolismo y cuyo objetivo es reservar los mejores puestos de trabajo, y no sólo en la Administración, para la población catalanohablante. Lo hemos hablado antes: el nacionalismo nunca es izquierda, aunque lo finja. Es siempre ultraderecha. Y eso incluye a todos los partidos que defienden la inmersión.

Recientemente, un grupo de personalidades catalanas publicó una carta en La Vanguardia que alertaba a sus “amigos españolistas” del peligro de que en España resurgiese el nacionalismo español como reacción al catalán. ¿Comparte ese miedo?

¿“Amigos españolistas” decía la carta? Me fascina el rollo pasivo-agresivo del nacionalismo, ese insultarte con buenas formas. En Madrid cuela y les parece el colmo de la sofisticación, cuando se trata sólo de un labriego impostando las maneras de un lord mientras te arrea con el cayado. Yo ya los tengo calados. Es el mismo lenguaje del editorial único de la prensa catalana, que era una larga lista de amenazas y chulerías barriobajeras camuflada bajo una retórica de víctima indefensa que sólo pide privilegios medievales para el pueblo.

No, mira, esto no tiene secreto: el nacionalismo necesita un enemigo exterior, equivalente, para justificar su existencia. Y para ello se ha inventado un nacionalismo español que es hoy en día residual y que, cuando existe, no llega en ningún caso y ni de lejos a las cotas de supremacismo del nacionalismo vasco y catalán. Yo no defiendo la soberanía nacional porque crea en la caricatura de una España eterna, imperial, gloriosa e invencible, sino porque creo en la igualdad de derechos de todos los ciudadanos de España. Yo vivo en el siglo XXI y esta gente vive en el XIII.

Me fascina el rollo pasivo-agresivo del nacionalismo, ese insultarte con buenas formas

¿Se puede gobernar España apoyándose en un partido que afirma que su gobernabilidad le “importa un comino?

Por poder, se puede, y lo estamos viendo hoy. Otra cosa es lo que vaya a salir de ahí. Veremos quién es el primero en traicionar al otro y cuántas cosas importantes se rompen por el camino.

¿Y qué le parece la apuesta del nuevo Ejecutivo por "desjudicializar la política"?

Una más de las motos que ha vendido este Gobierno. Lo primero que ha hecho Pedro Sánchez cuando las autoridades murcianas han anunciado el pin parental es amenazar con llevar el caso a los tribunales. Pero claro, los murcianos no son catalanes. A ellos sí que se les puede judicializar. Además, cuando se pide desjudicializar la política, lo que se está pidiendo en realidad es que determinados delitos contra la democracia queden impunes cuando estos han sido cometidos por los socios del presidente de Gobierno de turno.

La democracia lleva en sí el germen de su propia destrucción

En el último capítulo, señala que el conflicto del que se ocupa el libro aún no ha llegado a su fin. ¿Veremos algún día ese fin?

Yo soy muy pesimista al respecto. Podremos vivir periodos de relativa calma, pero la tendencia general no es halagüeña. El problema nacionalista en España es sólo el síntoma de un problema mucho mayor y que afecta a Occidente en general: la incapacidad de la democracia para defenderse de aquellos que quieren acabar con ella no por la vía revolucionaria estricta —mediante un golpe de Estado o un levantamiento popular con sangre en las calles— sino aprovechándose de sus propios garantismos. La democracia lleva en sí el germen de su propia destrucción y el fascismo, el verdadero fascismo, que hoy en día son el socialismo y el nacionalismo, como lo fueron en los años treinta del siglo pasado, se ha dado cuenta de ello. Ellos también aprenden.

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