Aprovechando que Eslovenia es el primer país europeo que ha declarado oficialmente el final de la epidemia, Joan Puig se insurge contra el error de abandonar la vía eslovena.
En medios independentistas catalanes, llámase “vía eslovena” al acceso a la independencia mediante un breve conflicto bélico con pocas bajas. Recordemos que la República Socialista de Eslovenia defendió su secesión en 1991 enfrentándose durante diez días a la República Federal Socialista de Yugoslavia. Hubo aproximadamente unos 60 muertos y unos 300 heridos.
Joan Puig lamenta que "nosotros, y por decisión del “estado mayor” del proceso, decidimos detenernos, abandonar nuestra vía eslovena, y hoy seguimos parados, sin capacidad de decidir y sibilinamente intervenidos con la excusa del estado de alarma".
Y añade, como si hubiera una relación causa efecto, que "pasaremos a la historia como una de las regiones del mundo con más muertes por millón de habitantes".
Sin tener en cuenta otras circunstancias, como la densidad de población o los desplazamientos de viajeros, está convencido de que en una Cataluña independiente (más de 7 millones y medio de habitantes) "hubiésemos tenido unas cifras de muertos similares a las de este pequeño pero orgulloso y libre país" (de poco más de 2 millones).
En cuanto a la pequeña guerra eslovena, hay detalles que nuestros delirantes estrategas prefieren ignorar. Por ejemplo, que no hay continuidad territorial entre Serbia y Eslovenia, y que en medio está Croacia; en aquel momento, la prioridad para Serbia era la guerra contra Croacia. O que la minoría serbia en Eslovenia era insignificante. O que Eslovenia, como todas las repúblicas yugoslavas, ya disponía de unas fuerzas de defensa territorial con las que pudo enfrentarse al Ejército Popular Yugoslavo.
Si realmente aquí se decidió "abandonar nuestra vía eslovena", significa que los que tomaban las decisiones estaban pensando en conseguir un puñado de muertos como primer paso de una escalada hasta quién sabe dónde.
Arde Madrid, y pronto Cataluña más
Vicent Partal está entusiasmado con lo que llama "el ascenso del golpismo en las calles de Madrid": Madrid estallará: preparémonos para utilizar su ira.
Todo se debe a "la locura irresponsable de los socialistas en 2017", que apoyaron el restablecimiento del orden constitucional en Cataluña: "Los demócratas no tenemos la culpa de serlo y de haber intentado resolver el conflicto de manera democrática, no somos nosotros los que hicimos “despertar el fascismo”. El fascismo estaba, ha estado siempre, y en todo caso el PSOE lo legitimó. Si aceptas las formas de actuación del fascismo como válidas, aceptas la legitimidad del fascismo. Y esto no sólo no lo han corregido con el tiempo, sino que ahora lo han multiplicado por mil, destruyendo durante la pandemia del coronavirus el edificio institucional construido en su transición."
Pero ¿de dónde viene el malestar que se manifiesta en las calles de Madrid? "Los datos científicos empiezan a hacer indiscutible que la gravísima crisis sanitaria tiene origen en Madrid y en la obsesión nacionalista de no cerrarla. ¿Y cuál es la reacción que tienen ahora estos madrileños? Sentirse agraviados y discriminados cuando el paso del tiempo y las muertes ponen de relieve la realidad. Y reaccionar airados y violentos".
Tenemos pues un gobierno cómplice del fascismo contra el que se levantan unos fascistas violentos esgrimiendo banderas fascistas: "La bandera y el himno impuestos por Franco, contra la tricolor y la cancioncilla de Riego son y serán siempre la bandera y el himno del fascismo. Y la izquierda que ha intentado limpiarlos no hace más que limpiar el fascismo. Blanquearlo. Adecentarlo".
Que la bandera bicolor y la Marcha Real se remonten al siglo XVIII y que hayan sido oficiales excepto durante el trieno liberal (1820-1823) y las dos repúblicas, no importa: ¡todos fascistas!
El fascismo y la violencia —"Madrid estalla y lo hará de una manera muy violenta"— pueden ser una oportunidad —otra, ¿cuántas van?— para conseguir la independencia de Cataluña: "¿Estamos preparados para esta nueva fase? ¿Preparados no sólo para aguantar lo que vendrá, sino para contraatacar de manera definitiva, nosotros que sí sabemos cuál es la solución que necesita nuestra sociedad?"
Como siempre, con nuevos políticos, porque los de ahora "no están preparados", y sabiendo que "la nueva fase de la independencia no se resolverá civilizadamente en el parlamento y con referéndums como nosotros queríamos y nos esforzamos tanto en hacer. Por eso esta vez la calle tendrá un papel mucho más central que las instituciones".
En otros tiempos había quien vivía con una revolución pendiente, ahora el ánimo de los independentistas se recrea en la inminencia de una revuelta callejera. Desde hace años.
El balcón es imprescindible
Durante las largas semanas de confinamiento, los balcones han sido refugio, válvula de escape y escenario. Pero no en todos los edificios se puede disfrutar de balcón o terraza, incluso parecía que era un concepto superado por una arquitectura demasiado funcional.
Regio7 informa que los arquitectos de la Cataluña Central apuestan por pisos más grandes y más exteriores.
Opinan que se han perdido "elementos que eran consensuados, como galerías, tribunas o balcones, porque las normativas se han llevado al límite y cada metro cuadrado debe tener una función muy concreta", y que "deberíamos intentar que se modifiquen las legislaciones para que pueda haber habitaciones más diáfanas (…) y además cada vivienda debería tener una salida al exterior como un balcón o una terraza".
La tendencia al teletrabajo y a pasar más tiempo en casa no vienen de ahora, pero la pandemia la ha acelerado. Se impone la necesidad de viviendas más amplias y más confortables. En cambio, la idea que alguien apunta de edificios con espacios compartidos entre los vecinos encontrará serias reticencias por los conflictos que pueden generar.
¿Puede haber un nacionalismo catalán?
Jordi Barbeta discrepa del nombre escogido por los disidentes de Convergència: No es tiempo de un “partido nacionalista”, y menos en Cataluña".
"Interpreto que quieren trasladar la idea de ser y de hacer como el PNV, lo que es imposible mientras Catalunya no disponga del concierto y de la misma cuota que los vascos".
No es eso. En realidad, se trata de guardar las formas. Después de haber acompañado el proceso hacia la independencia, no pueden hacer marcha atrás y llamarse de un día para otro, por ejemplo, Lliga Regionalista.
Tampoco le gusta que se llame “partido”: "Queda claro que el concepto “partido” es muy anticuado y lo es porque ahora las formaciones políticas nacen con una vocación más abierta y transversal y no como un nicho ideológico".
Es cierto que en el lenguaje de hoy día los partidos gustan de llamarse “espacios”, y a las coaliciones las llaman “confluencias”, y a la incorporación de tránsfugas, “transversalidad”, pero eso no engaña a nadie. Sabemos que son partidos.
Cree que "declararse nacionalista obliga a desmentir continuamente cualquier coincidencia con los ultras pero hacerlo justamente ahora en Cataluña es alimentar la confusión que pretende el nacionalismo español y todo su aparato propagandístico y mediático".
Desde luego, nacionalista o no, uno puede estar sumergido en la confusión sin que medie la contribución de nadie de fuera.