El subdirector del diario Ara, David Miró, descubre algo que no es fácil de ver a primera vista: "Torra apuesta y gana". Si bien la legislatura estaba condenada a un fin anticipado y el presidente de la Generalitat ya había anunciado que convocaría elecciones, la pandemia parece haberle dado una nueva oportunidad.
"La unidad del Gobierno se ha recompuesto de cara al exterior, las elecciones ya no están en el horizonte y Torra, con una apuesta de alto riesgo, ha conseguido un relieve político y una autoridad interna, tanto dentro del Gobierno como en JxCat, que no había tenido en toda la legislatura".
El momento decisivo fue el 13 de marzo, cuando «decidió hacer suyas las tesis del infectólogo Oriol Mitjà, que llevaba un mes clamando en el desierto, y exigir las medidas más restrictivas».
La voluntad clara de generar mensajes que contradigan los del gobierno central y la confusión consiguiente es vista entonces, no como algo negativo, sino como una táctica para ganar espacio político para alguien que ya parecía amortizado.
Los errores de gestión del Gobierno de Sánchez y el apoyo encontrado en otras comunidades autónomas han contribuido a este afianzamiento de la figura presidencial. Incluso, "estos días es más fácil encontrar críticas a Torra en sectores del PDECat que entre los republicanos".
El caso Àlex Pastor
Jordi Galves, en laRepublica.cat, hace leña del alcalde de Badalona caído. Afirma que "en realidad es el Partido de los Socialistas de Cataluña y, concretamente, el PSC que gestiona Miquel Iceta como una gestoría, el partido que realmente está haciendo crecer la ultraderecha", no los independentistas, como creen algunos.
Toda una filípica contra los socialistas catalanes, sobre quienes hace recaer la responsabilidad de la actuación al volante de Pastor:
"Como representante de los intereses de Pedro Virusánchez, del farsante presidente Farsánchez, Miquel Iceta hoy es el masovero territorial de un socialismo decadente que ya ni es mayoritario ni pretende mejorar la sociedad. Un socialismo nostálgico, el de los viejos votantes que quedan de aquel fenómeno electoral llamado Felipe González y del españolismo de las grandes emigraciones en Cataluña que rechazan integrarse en la sociedad catalana. Pues este mismo Miquel Iceta y el ministro de Sanidad, Salvador Illa, partidarios radicales de ellos mismos, son los responsables políticos, los que permitieron que un personaje como Àlex Pastor, fuera alcalde de Badalona, la cuarta ciudad del país. Un político perfectamente oportunista, lo que se llama un vividor, un irresponsable que [anteanoche] decidió no sólo que el confinamiento no le afectaba, sino que podía llevar un coche completamente ebrio y que podía enfrentarse con los Mossos de Escuadra a mordiscos. Les dijo que no sabían con quién estaban hablando, que él era muy importante. Como una Pilar Rahola cualquiera".
Y añade, de propina, el caso del subdelegado del Gobierno en Girona, Albert Bramon, a quien vieron, al parecer, comprando fruta sin los preceptivos guantes de plástico y se burló de alguien que se lo reprochaba. "No consta que mordiera a nadie pero la actitud es la misma, la de la infinita superioridad de la casta política".
Joan Serra, en Nació digital, expone que el incidente protagonizado por el alcalde "genera indignación porque desnuda al representante público de los valores que se le presuponen" e "inhabilita a Pastor para volver al ejercicio de la política".
Además, presupone que la reacción inmediata de la dirección socialista "constata conocimiento de la situación personal del dirigente"; una reacción inmediata, en casos como éste, suele tener buena prensa, pero aquí es vista como indicio de que se lo veían venir.
Y encuentra un culpable donde menos se esperaba: "Pensando sólo en él y su futuro, Xavier García Albiol empujó a la alcaldía a un adversario que ahora lapida sin miramientos". Parece que uno no puede ganar elecciones en Badalona sin que le acusen de los líos en que se meten los que las han perdido.
La democracia no existe
Ladirecta.cat entrevista a Santiago López Petit, profesor de filosofía, sobre cómo saldremos de la presente crisis, y presenta un panorama terrorífico:
"La epidemia actual servirá ciertamente para aumentar el autoritarismo. Pero esta palabra aplicada a nuestra sociedad siempre me ha parecido blanda y confusa: revela una nostalgia de una idea de democracia ilusoria. La democracia no existe; existe “lo democrático”, que es un continuo que va desde un fascismo postmoderno hasta un estado-guerra. El primero gestiona las diferencias, el segundo identifica el enemigo".
Nos están controlando y no nos enteramos, y lo van a hacer cada vez más. Al parcer el autoritarismo es la fase superior del capitalismo. Y hay que hacer caso omiso de todos los avances en cuanto a las condiciones de trabajo y a las libertades públicas que han tenido lugar dentro del sistema capitalista:
"El capital, en contra de su voluntad, construyó —dentro de la fábrica— la comunidad de las trabajadoras [sic; probablemente no se refiere sólo a las mujeres]. Para controlarla, usó las disciplinas, la vigilancia panóptica y, en particular, el secuestro de los tiempos de vida. Ahora, gracias al coronavirus, el capital tiene la posibilidad de deshacer lo que aún quedaba de esta comunidad. El dispositivo de control ya no es el secuestro, es el teletrabajo".
Esta clase de filósofos —nos lo presentan «influido por la tradición de Deleuze y Foucault, así como por el marxismo heterodoxo italiano de Negri, Panzieri y Tronti— no tendría mayor relevancia si no sirvieran para generar lugares comunes que luego infectan la política y llegan incluso a puestos de gobierno.
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