La situación en Cataluña es compleja pero, en el conjunto de España, la cosa también está complicada. Tenemos una repetición de elecciones el próximo 10N. ¿Qué espera que suceda?¿Cómo cree que debe enfocarse el futuro?
Eso va a depender de lo que digan los ciudadanos, como es natural. Pero creo que se está produciendo una cierta asunción de que no es asumible que siga una situación de bloqueo político que impida formar gobierno. Repetir las elecciones es un fracaso y ha generado frustración entre la ciudadanía. Vamos a ver cuál es su reacción. La abstención no es un fenómeno español. Lo acabamos de ver en las elecciones portuguesas, que han reflejado una abstención masiva. Hay un cansancio en la ciudadanía que obliga a las organizaciones políticas a reaccionar y a asumir que no es aceptable que siga el bloqueo. Se tienen que producir acuerdos que permitan la gobernabilidad, que permitan constituir un gobierno estable, sólido y coherente con nuestros compromisos internacionales. No podemos seguir con otros cuatro años de absoluta interinidad, de inacción, de falta de decisiones sobre reformas que el país necesita. De hecho, desde la reforma laboral ya han pasado siete años y ningún gobierno, ni del PP ni del PSOE, ha tomado ninguna decisión relevante en términos de reforma estructural. Y tenemos demasiados problemas como para permitirnos ese lujo.
Hay que abordar, además, una reforma integral de la educación. Ligarla con las nuevas tecnologías y con las exigencias de la digitalización. Necesitamos una reforma fiscal. Y reformar nuestro sistema público de pensiones. Por no alargame, necesitamos muchísimas cosas que solo son posibles con una mayoría parlamentaria sólida e incontestable.
Cuando se da ese debate entre desaceleración y recesión, la desaceleración ya no es discutible. Es evidente que está ahí.
Parece ser que hay riesgo de que todo eso que necesitamos se tenga que abordar a las puertas de una nueva crisis económica o, por lo menos, con una evidente desaceleración, que ya se está produciendo. Se ha hablado mucho sobre que el presidente Sánchez no ha llegado a pactar con Podemos bien por la situación en Cataluña, bien por estos problemas económicos que se ven en el horizonte. ¿Cómo ve usted el futuro económico del mundo occidental y, en particular, de Europa y España?
Desde mi perspectiva liberal y europeísta, me preocupaba esa eventual coalición porque hubiera generado medidas programáticas y de aplicación en términos de política económica que, probablemente, irían en la dirección contraria de lo que necesitamos en la actual coyuntura. España tiene pocos márgenes de maniobra. Por definición, al igual que el resto de países de la unión monetaria, no controlamos la política monetaria. Y, además, ésta ha agotado ya sus márgenes. Tenemos, por otro lado, poco margen fiscal porque no hemos reducido suficientemente el déficit y desde hace años mantenemos el nivel de deuda pública sobre el PIB prácticamente estancado en el 100%. Por lo tanto, nos quedan las reformas estructurales en los mercados. Y, sobre todo, nos queda inspirar confianza.
Cuando se da ese debate entre desaceleración y recesión, la desaceleración ya no es discutible. Es evidente que está ahí. Pero, si miramos los fundamentales de la economía, las cosas solo justificarían una eventual recesión si siguiera una reducción del consumo privado y de la inversión. Y eso sí que va directamente ligado al grado de confianza y de certidumbre que pueda existir. La inexistencia de gobierno, la ausencia de estabilidad política, lleva a que mucha gente, por definición, posponga sus decisiones. Y eso es la máxima expresión de lo que a veces se llama una especie de profecía autocumplida, ¿no? Estamos en desaceleración pero nosotros mismos podemos provocar la recesión si creemos que ésta puede venir. En esa creencia tiene mucho que ver la ausencia de estabilidad.
Desde un punto de vista económico, el PSOE y su presidente han anunciado varias veces una contrarreforma o una nueva reforma o una matización de la reforma laboral. Parece que en Europa, en general, existe una gran preocupación, muy loable, por la protección. En cambio, hay menos preocupación por la creación de empleo. Aquí, en momentos buenos, estamos en tasas de paro del 11 y el 12%. En EEUU, del 3,5%. ¿No cree que, aunque la protección está muy bien, es mejor dar trabajo a la gente? Si es así, ¿qué medidas se pueden tomar para incentivar realmente la creación de empleo? Una creación de empleo que puede ser de las administraciones públicas pero que, lógicamente, debería partir de las empresas. Sobre todo de las pequeñas y medianas, que, en mi opinión, están bastante maltratadas por la presión fiscal, las cuotas a la Seguridad Social… No hay una focalización real en el objetivo de crear más empleo.
Es verdad que muchas se veces se pone el énfasis en medidas de protección que, en ocasiones, acaban siendo contraproducentes, y no en la generación dinámica de empleo. Pero, como se suele decir, no hay mejor política social que conseguir que la gente trabaje. Y, cuanta más, mejor. Es cierto que la reforma laboral ha ayudado a crear empleo. Es cierto que ha introducido dosis altas de flexibilidad, que es lo que necesita un mercado de trabajo que quiera ser competitivo. Pero también es cierto que España tiene un mercado de trabajo que funciona mal desde hace muchos años. Tenemos unas tasas de desempleo inasumibles. En buena medida, van ligadas a un grado de economía irregular también muy alto. Tenemos un nivel de precariedad y, en estos momentos, de bajos salarios que, más tarde o más temprano, estaremos obligados a corregir. Al final, la prosperidad de un país pasa también por las rentas de los trabajadores, por su mejora y por la seguridad de cara al futuro.
Estamos en desaceleración pero nosotros mismos podemos provocar la recesión si creemos que ésta puede venir.
Las primeras que quieren seguridad son las empresas. Pero, en el mundo globalizado, eso de que una empresa nace y dura 50 años es un caso raro. Los cambios que se están generando en el mundo exigen mayor flexibilidad.
Nos tenemos que ir acostumbrando a eso. Es esa combinación que se utiliza mucho en la terminología europea de flexiseguridad. Es verdad que la temporalidad del trabajo podría ser más asumible si se crearan empleos constantemente. Yo pierdo un empleo pero, inmediatamente, tengo la oportunidad de conseguir otro. Eso sí es flexibilidad. Otra cosa es que estamos transmitiendo, sobre todo a los jóvenes, que van a tener que vivir con salarios bajos, con contratos precarios y que la globalización no nos exige otra cosa. Creo que se pueden hacer las cosas de manera distinta. Porque, si no, al final la reacción es la que estamos viendo en muchos sitios de ir en contra de la globalización porque se percibe que es perjudicial para los intereses concretos de las personas afectadas. Y eso es el alimento de los diferentes populismos que estamos viviendo.
Hay un problema añadido que es la crisis de Europa. Todo hay que hacerlo siendo capaces de ser competitivos. Es decir, la cosa no es tan sencilla.
La palabra clave es esa porque, si no eres competitivo, simplemente vas a desaparecer. Por más contrato de trabajo indefinido que tú tengas, si la empresa desaparece, te quedas sin contrato de trabajo. Pero también hemos de ser conscientes de que no podemos romper con el contrato social que Europa ha sabido construir desde el final de la II Guerra Mundial, que ha sido inclusivo y que ha hecho que hubiera un consenso alrededor de las instituciones democráticas. Consenso que ahora está en riesgo. Por eso creo que siempre hay que ser prudentes. Pero no hay que olvidar el tema de fondo: o se es competitivo o se desaparece. Aun así, buscando esa competitividad, tenemos también que dar respuesta a las preocupaciones de las personas.
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