Además de editor de Letras Libres y colaborador en El País o The Objective, Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es autor de La verdad de la tribu (Debate), un ensayo en el que defiende al tiempo que critica la corrección política y que constituye una práctico manual para orientarse en las guerras culturales contemporáneas. Pese a que Dudda cuestiona tanto a la derecha populista como a la izquierda identitaria, no olvida el papel clave de la política para, en palabras de Judith Shklar, “reducir la crueldad”.
En el arranque del libro, señala un cambio de paradigma propiciado por la corrección política: hoy la derecha es punki y la izquierda, puritana.
Creo que tiene que ver con la victoria de la socialdemocracia. Muchos de sus valores están asentados en nuestras democracias liberales. Por eso el socialdemócrata hoy suele ser relativamente conservador: quiere conservar los logros del Estado de bienestar frente a una insurgencia populista. Se han invertido los roles y ahora la derecha es proactiva y la izquierda reactiva. Tenemos una derecha que viene a sacudir consensos de manera abrupta y a una izquierda que usa el lenguaje de la caridad y la empatía —a veces de manera cursi e inefectiva— para proteger esos consensos. En general, no se atreve a ir más allá. Hay una parte de la socialdemocracia occidental que sigue pensando que ante el populismo hay que insistir en el neoliberalismo progresista, que combina la desregulación con la guerra cultural de izquierdas identitaria.
Se han invertido los roles y ahora la derecha es proactiva y la izquierda reactiva
Sostiene que “el tribalismo existe porque nos creemos las mentiras que nos contamos”. ¿Nos lo explica?
Es una idea de la psicóloga Christine Brophy, que ha estudiado cómo nos creemos los estereotipos de los demás. Ha demostrado que las personas más conservadoras se creen a pies juntillas el estereotipo de los de izquierdas, y que las personas más de izquierdas se creen a pie juntillas el estereotipo de los de derechas. Es un juego especular. No sabemos lo que pensamos, y nuestra identidad política e ideología no se construye del todo, hasta que no identificamos —aunque de manera inexacta— lo que piensa nuestro adversario. Alguien de ultraderecha necesita creerse la idea de que la izquierda manipula a sus hijos con marxismo cultural para así reafirmarse en sus ideas; alguien de ultraizquierda necesita creerse la idea de que la derecha es golpista y fascista para así poder luchar contra algo. Por eso durante tanto tiempo ha existido antifascismo sin fascismo: había que inventarse al enemigo para poder inventarse a uno mismo.
Según el ensayista Daniele Giglioli, la víctima es el héroe de nuestro tiempo. ¿Es así?
La condición de víctima, que es pasiva, se ha convertido en un blindaje. Te garantiza no estar equivocado. No es que la víctima sea arrogante o se considere superior sino que hay movimientos políticos que la idealizan. Con el Me Too, una parte del feminismo extendió la idea de que ser víctima te da automáticamente la razón. Pero como recordaron varias mujeres, lo importante del Me Too era que se escuchaba a las mujeres que habían sufrido acoso, no consistía en darles la razón automáticamente, algo que resulta condescendiente.
En la derecha en España el estatus de víctima del terrorismo te garantiza también una posición privilegiada en cuestiones como la reinserción, los beneficios penitenciarios o el debate sobre la prisión permanente revisable o cadena perpetua. Es normal que una víctima exija mayor reparación, a veces incluso venganza. Es humano. Pero escuchar, respetar y compensar a las víctimas no debería significar siempre hacerles caso.
La condición de víctima, que es pasiva, se ha convertido en un blindaje
Por su lado, los que se autodenominan “políticamente incorrectos” también se sienten víctimas, pero en su caso del statu quo. ¿Son estos falsos rebeldes?
Como vivimos una época antiestablishment, o populista, todos los líderes y políticos quieren ser insurgentes, quieren tener la épica de la disidencia. Los autodenominados “políticamente incorrectos” se venden como víctimas del statu quo —normalmente un statu quo progresista— y a la vez como héroes de la resistencia. Pero a menudo lo que ocurre es una batalla entre élites: el brexit no fue el pueblo contra las élites sino una batalla entre élites de Oxbridge, Vox es la escisión friki del PP de Madrid, Trump no es más que la cara oligarca de la política estadounidense, cada vez más una plutocracia.
Según Mark Lilla, las políticas de la identidad impiden el debate porque levantan un muro contra el cuestionamiento. ¿Qué puede hacerse para derribar ese muro?
Hablar de políticas en vez de política. Cas Mudde escribe en The far right today que hace años los partidos que hablaban de identidad y cuestiones culturales, como la ultraderecha, eran de nicho, pero hoy es al contrario; son los partidos que hablan de cuestiones socioeconómicas los que son de nicho. Creo que hay que hablar de cuestiones socioeconómicas, de políticas públicas, de desigualdad, de pobreza, de redistribución, de políticas fiscales. Claro que se habla de esto, pero dudo que sea algo que movilice.
Lo peor que le puede pasar a la política es convertirse en un teatro superficial sobre cuestiones culturales, donde solo importan los posicionamientos y alineamientos estéticos o identitarios y donde las cuestiones materiales o de políticas públicas no explican nada. Decir hoy que eres de izquierdas o de derechas no explica nada. La ideología no debería ser una identidad sino un conjunto de recetas.
La ideología no debería ser una identidad sino un conjunto de recetas
El brexit acaba de entrar en vigor. ¿Cuánto ha tenido que ver en su éxito la corrección política?
El brexit empezó como una crisis dentro del partido tory pero ha acabado tocando temas que realmente se estaban fraguado desde hace décadas: quizá el más importante es el desplazamiento de un voto obrero tradicionalmente laborista hacia posiciones nativistas. El resultado de Boris Johnson en las últimas elecciones en antiguos feudos laboristas es asombroso. Boris ha conseguido combinar el discurso cultural antiestablishment —a pesar de venir de un entorno ultraprivilegiado— con políticas más proteccionistas y antineoliberales, o al menos contrarias al partido tory bajo Cameron y George Osborne. Si entendemos corrección política como ceguera de algunas élites, entonces sí que ha tenido un papel importante: el blairismo y el partido tory neoliberal no se dieron cuenta de lo que estaba pasando.
¿Y en el auge de un partido como Vox?
Es diferente porque en Vox lo importante es Cataluña, como se ha dicho a menudo. Creo que aunque hablan a menudo contra la corrección política, es un discurso demasiado traído de fuera. Aquí no moviliza tanto el discurso de la mayoría silenciosa, que tiene mucha historia en EE. UU., desde Nixon o Goldwater. A veces Vox se cree que su votante es un tipo con armas del Medio Oeste. Pero eso parece que está cambiando a medida que el partido se proletariza. Sus resultados en Murcia o Andalucía son muy buenos, en los municipios con la menor renta media de España.
Como vivimos una época ‘antiestablishment’, todos los políticos quieren ser insurgentes y tener la épica de la disidencia
¿Cómo se explica que un movimiento en principio reaccionario como el nacionalismo catalán sea considerado políticamente correcto?
Porque ostenta el poder. El independentismo catalán está en una situación ideal, al menos desde el punto de vista del discurso, porque es establishment y antiestablishment a la vez. Convergencia y el espacio posconvergente llevan gobernando Cataluña décadas. Pero pueden considerarse rebeldes porque van contra el statu quo —al menos desde el Estatut— del Estado.
La nueva directora de Igual de trato y Diversidad Étnico Racial presentó su renuncia por no pertenecer a ningún colectivo racializado. ¿Fue una decisión atinada?
Lo que no entiendo es por qué toma el cargo para luego abandonarlo. ¿Era intencionado? ¿Era un gesto de visibilización? Parece un gesto paternalista. En todo caso algo que tienen en común todas las direcciones generales y secretarías de Estado, e incluso ministerios, de Podemos en el nuevo gobierno es que son floreros sin apenas capacidad de acción. Pedro Sánchez ha vuelto a humillar a Iglesias pero este no quiere o no le conviene darse cuenta.
En el último capítulo del libro, realiza una “defensa parcial” de la corrección política. ¿Qué parte merece reivindicarse?
La que tiene que ver con la convivencia en una sociedad abierta y la idea liberal, como dice Judith Shklar, de que la política es una herramienta para reducir la crueldad. Creo que es reivindicable como un ideal regulativo y como un acuerdo mínimo de convivencia. Más allá de eso, creo que el concepto tiene poco recorrido. La izquierda cultural, que podría encajar en la definición de políticamente correcta, defiende una pluralidad selectiva: es una pluralidad racial y de género pero no de ideas. Y en España claramente la izquierda se apoya en partidos nacionalistas que tienen una visión muy homogénea de sus regiones.
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