La mayoría silenciosa de Cataluña ha vuelto este domingo a la calle para expresar su rechazo a la amnistía. El 8 de octubre ha mantenido su mística seis años después. Centenares de miles de personas han colapsado Barcelona en un grito rotundo a favor de la libertad y la unidad de España.
Muchas cosas han cambiado del 2017 al 2023, pero hay una que sobresale por encima de todas. La gasolina que encendió la indignación ciudadana hace seis años fue el desafío de las autoridades independentistas de la Generalitat. Ahora, los catalanes han inundado el Paseo de Gracia por una decisión personal del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez: amnistiar al prófugo Carles Puigdemont a cambio de los votos que necesita para seguir en La Moncloa. Y eso genera mucha incredulidad y confusión, porque no está en el adn de estos manifestantes protestar contra el Gobierno central, que ha sido su único dique contra el separatismo en los peores años del procés.
Vaya por delante que es imposible comparar el contexto del 8 de octubre del 2017 al de este 8 de octubre. El independentismo tenía entonces el monopolio casi exclusivo de las calles de Cataluña. Y sus Diadas y referéndums eran una demostración de fuerza constante. Por eso, el 8 de octubre de hace seis años fue un punto de inflexión, porque por primera vez se vio un estallido descomunal de la llamada Cataluña silenciosa. Ésa a la que tanto se apelaba pero que nadie veía. Y que efectivamente era silenciosa pero mayoritaria.
Aviso al PSC: con amnistía no habrá Generalitat
La situación de este domingo era muy diferente. No hay un desafío a la vista del separatismo catalán, cuyo poder de movilización y credibilidad duerme el sueño de los justos. Quizá por esa razón el éxito de este domingo es doble. La sociedad catalana rechaza de forma abrumadora la amnistía. Y ha dado un aviso.
Un aviso que tiene un destinatario claro en Cataluña: el PSC. Con amnistía no habrá Generalitat. El partido que ahora dirige Salvador Illa ha sido el principal beneficiado del hundimiento de Ciudadanos. Y ese votante constitucionalista, mayoritario en Cataluña en todos los procesos electorales desde 2017, ha dejado claro este domingo que el numerito de amnistiar a Puigdemont y a los que rompieron la convivencia durante el procés es un aro por el que no van a pasar.
Illa, que estuvo en las manifestaciones de octubre del 2017 cuando era el segundo de Miquel Iceta, ha dicho que no es bueno alterar la convivencia, que la amnistía no rompe nada y que el PP agita el miedo y la crispación con la ultraderecha. Illa ha tenido el problema de no estar este domingo junto a aquellos a los que sí acompañó hace seis años.
Es lo que pasa cuando no se pisa la calle y se hurga demasiado en las moquetas de La Moncloa. Si alguien le hubiera informado bien, Illa habría entendido lo lejos que están sus comentarios del espíritu que había en el Paseo de Gracia este domingo. Y del daño electoral que va a sufrir su partido por traicionar a los que le han confiado masivamente su voto para reagrupar al constitucionalismo y expulsar a los separatistas de las instituciones catalanas de una vez por todas.
El PP crece en Cataluña
La amnistía es un punto de no retorno para ese votante. Y el principal receptor de ese apoyo que avisa con abandonar al PSC es, según lo visto en la calle, el PP. El cambio de siglas dentro de la propia manifestación es quizá de lo más llamativo entre ochos de octubre.
El PP, en el Gobierno hace seis años, estuvo desaparecido de las calles de Barcelona. Tampoco estaba representado el PSOE, que dudaba sobre cómo responder al desafío del 1 de octubre. Vox no contaba entonces. Y los que se llevaron el gato al agua de aquella protesta fueron Albert Rivera e Inés Arrimadas.
Este 8 de octubre ha demostrado lo rápido que cambia todo. No para todos. El PSOE ni está ni se le espera. Pero en el otro lado del espectro, el verde de Vox ha ocupado este domingo bastante más espacio que el corazón tribandera de Ciudadanos. Y el PP, gran ausente en 2017, se ha volcado con todos sus líderes en respaldar esta protesta. Alberto Nüñez Feijóo y, sobre todo Isabel Díaz Ayuso, han experimentado el calor de los catalanes en la calle.
Éxito de Sociedad Civil Catalana
Para Sociedad Civil Catalana, de nuevo organizadores, ha vuelto a ser un día de gloria. Es imposible que les haya quedado un solo paraguas o bandera de España por vender en sus carpas. Una alegría para ellos que deben compartir con otras asociaciones civiles del constitucionalismo que están al pie del cañón desde tiempos inmemoriales. Son pocos pero fieles al Resistiré pinchado a modo de himno al final de la marcha.
Todas estas organizaciones son determinantes para que decenas de miles de ciudadanos sin carnet de partido se sumen a estas manifestaciones. Y que en las calles de Barcelona no solo se vea a Feijóó o Santiago Abascal, sino también a Nicolás Redondo Terreros, José María Múgica y Begoña Villacís, entre otros muchos.
Ha sido un 8 de octubre diferente. Grande, pero diferente. Había muchas similitudes pero todo era diferente al mismo tiempo. Todo menos Sánchez y Puigdemont, que ahí siguen pero con sus roles intercambiados con respecto al 2017. Una cosa no ha cambiado: los corrillos de barceloneses y catalanes que analizan la jugada en la calle. Había comentarios de todo tipo. Que si nos han engañado, que si otra vez somos fachas, que lo de Puigdemont es indignante.
La palabra era decepción. Una decepción lo suficientemente grande como para volver a la calle de forma masiva.
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