Pero lo más preocupante, son determinadas dinámicas que subyacen tras los datos. Los datos sobre el empleo correspondientes al mes de septiembre, según los registros del servicio público de empleo estatal, han sido peor de lo esperado, con un aumento en el número de desempleados en septiembre en 95.817 personas, hasta situarse el paro registrado en 4.226.744 personas. Pero lo más preocupante, son determinadas dinámicas que subyacen tras los datos. Por un lado, la tasa de incremento interanual del paro se ha acelerado desde +4,6% en agosto hasta un +5,2%. Por otro lado, el número de contratos registrados apenas se incrementan respecto a hace un año, tanto en el dato del mes de septiembre, +0,25%, como en el acumulado en los nueve primeros meses, +1,24%. Analizando la composición de los contratos registrados, aumentan los temporales, tanto en el mes (+1,64%) como en el acumulado (+1,82%), y descienden los indefinidos, -14,23% en el mes, y -4,97% en el acumulado del año. Finalmente, la cobertura del sistema de protección por desempleo se sitúa en el mes de agosto de 2011 en el 71,1% frente al 79,9% de 2010, lo que supone un descenso en la cobertura del 10,1%. Resumiendo: más paro, menos generación de empleo, empleo más precario, y menor protección social, todo un coctel de por sí explosivo.
A la hora de analizar las causas, y frente a una visión mayoritaria de la ortodoxia de que el problema obedece a la rigidez de nuestro mercado laboral, conviene hacer una serie de apreciaciones. En primer lugar, los países occidentales con los mercados laborales más flexibles están siendo incapaces de generar empleo, véase Estados Unidos, cuya tasa de paro, siguiendo patrones europeos, se sitúa en el 16,1%, con una mejora marginal en los dos últimos años. Algo parecido ocurre con Reino Unido. En segundo lugar, solo en aquellos países donde creció la demanda efectiva se ha reducido la tasa de paro, véase Alemania, Austria, o Dinamarca. En estos tres últimos países, por cierto, la reforma del mercado laboral no se limitó solamente a un abaratamiento del despido y del salario, que se produjo, sino que hubo mecanismos de compensación, tales como la subida del salario mínimo, como en Dinamarca; inversión en capital social, especialmente en educación; e inversión en consumo social, como viviendas de protección social o guarderías infantiles.
Lo que nos dicen los datos, por lo tanto, es que si no hay demanda, por mucho que rebajemos el coste relativo del factor trabajo no se generará empleo. Estamos aplicando el principio de demanda efectiva, que atribuye un mayor peso al efecto renta (la evolución de los diversos agregados se explica mejor y en mayor medida por las fluctuaciones de los ingresos y los cambios técnicos), que al efecto sustitución (marcado por la evolución de los precios o salarios relativos). En el actual contexto de crisis por endeudamiento privado, por ejemplo, la flexibilidad de precios y salarios es desestabilizadora. Mientras que la ortodoxia sostiene que la caída de los salarios nominales y reales contribuye a enderezar la economía hacia el pleno empleo, en realidad la flexibilidad de salarios nominales y reales empeora la situación al reducir la demanda efectiva.
Teniendo en cuenta que desde principios de verano asistimos a una fuerte revisión a la baja en las perspectivas de crecimiento económico global, tanto en los países occidentales, como en las principales economías emergentes, la situación del mercado laboral español no va a mejorar, pudiéndose superar en 2012 los 5 millones de parados. Pero por qué el brutal empeoramiento en las expectativas de crecimiento futuro. Simplemente porque las recetas impuestas desde la ortodoxia académica, económica, y política han fracasado. La misma “ortodoxia económica” dominante, que fue incapaz de prever la actual crisis económica y financiera, forzó su receta para salir de la crisis: una combinación de política fiscal restrictiva, política monetaria expansiva (expansión cuantitativa de la FED), y deflación de salarios, tremendamente deflacionista.
Si la causa de la crisis es una brutal acumulación de deuda privada y pública, en torno a un activo que cada día vale mucho menos, existe una clara alternativa a las recetas propuestas, que forzosamente pasaría por una reducción del tamaño del sector bancario, obligando a que la mayor parte del coste del ajuste del sistema financiero global recaiga sobre los acreedores, siguiendo la experiencia del rescate sueco de 1992 o la experiencia islandesa 2008. Como consecuencia del reconocimiento del menor valor del activo del sistema bancario, y su ajuste en el pasivo a través de los acreedores, se produciría una reducción de la deuda privada y pública mediante quitas de deuda para familias y empresas.
Para la evolución futura del empleo en España va a ser mucho más importante la labor de Banco de España a la hora de supervisar e intervenir lo que hay de insolvente en el sistema bancario, que es su labor, que su consabida manía de, junto a la ortodoxia, pedir una mayor flexibilidad del mercado laboral español. Y eso lo saben los mercados financieros.