“La cuestión ahora mismo es saber si vamos a llegar vivos al 20-N”, aseguraba el viernes un economista madrileño con pedigrí. Como en tantas ocasiones en los últimos tiempos, como aquel infausto fin de semana del 8 de mayo de 2010, de nuevo la suerte de España se juega en campo ajeno, se libra en Bruselas donde, entre este fin de semana y el miércoles 26, los ministros de Economía de los 27 y el Eurogrupo (los 17 de la zona euro), bajo la experta vigilancia de Mme Lagarde (FMI), deben dictaminar, por lo que a España respecta, la calidad de nuestra deuda externa y la carga a imponer a los grandes bancos tenedores de la misma (“banca sistémica”), en sus balances y en sus ratios de solvencia. De nuevo asomados al precipicio; otra vez en el filo de la navaja. Alguien, con poder bastante, parece interesado en llevarnos de la mano por el camino de perdición que supondría tener que llamar a las puertas del FMI para pedir esos 60.000 millones de euros que necesitarían nuestros bancos, en caso de tener que asumir una merma del valor de los bonos españoles que tienen en su cartera y además elevar su capital básico de máxima calidad hasta el 9%.
Esas necesidades de capital no podrán ser atendidas por el FROB ni resueltas en un mercado cerrado a cal y canto; podrían, al menos en parte, encontrarse en el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y, desde luego, en un FMI que, a cambio, impondría su control sobre las finanzas públicas españolas a base de una dura dieta de adelgazamiento del sector público que dejaría en amable prédica de páter las admoniciones de Bruselas. De ser este el guión, a Mariano Rajoy no le quedaría otro discurso que el de mero gestor de ese ajuste brutal impuesto desde fuera. ¿Supondría ello adentrarnos en una Europa de dos velocidades? Consciente del peligro, el líder del PP ha salido rotundo a afirmar que sería “inaceptable” poner en duda la solvencia del Tesoro Público para pagar la deuda española. Por desgracia, nuestro futuro se dilucida con un Gobierno solo interesado en que pasen los días para ceder los trastos cuanto antes, es decir, sin Gobierno, sin prestigio y con una capacidad de negociación próxima a cero.
En este sombrío panorama, cuyas tintas podrían cargarse –nula actividad, atonía del consumo, pésimos datos de empleo que adelanta octubre, etc.- hasta componer un cuadro de la mejor escuela tenebrista española, no son pocos los que empiezan a ver la luz al final del túnel, un faro en medio de la tormenta. La mejor noticia es que queda ya menos de un mes para decir adiós a esa pesadilla apellidada Rodríguez Zapatero. Los españoles se equivocaron gravemente entregando el Poder a un individuo claramente incapacitado para el desempeño del cargo. Quienes colaboraron activamente con él, están contaminados. ¿Han escarmentado quienes le votaron? Los españoles de uno y otro signo aceptamos ahora que hemos dilapidado una serie de años [incluidos los dos últimos de Aznar] instalados en el idílico jardín de dinero fácil; que hemos hecho mangas y capirotes con el ahorro alemán, y que es el momento de apretarse el cinturón. A punto de embocar el quinto año de crisis, vivimos en plena resaca de aquella verbena de corrupción y dispendios, y sabemos que ha llegado la hora de pagar la fiesta.
Sangre, sudor y lágrimas
Pero no estamos dispuestos a que nos saquen de la Unión Europea por la puerta de atrás. Tras casi dos siglos de penoso aislamiento, para el español medio resulta inaceptable la idea de abandonar tan selecto club, de modo que aceptaremos los sacrificios pertinentes con tal de continuar en él. Este es, en mi modesta opinión, el cambio fundamental operado en el “inconsciente colectivo”, en terminología de Jung, de los españoles: el sentimiento de que la borrachera ha sido tan notoria que ha llegado la hora de la abstinencia. Es la lección que ahora mismo cabe extraer de las encuestas de opinión: el convencimiento mayoritario de que hay que votar a un señor cuya capacidad de liderazgo no encandila, y a un partido en el que conviven jóvenes talentos del centro político con viejos dinosaurios de la derecha más rancia , asunto que sin duda obligará a muchos a taparse la nariz a la hora del voto. Un cambio de mentalidad muy acusado. Y porque está dispuesto a sacrificarse, el español medio quiere ceder el Poder a quien cree más capacitado para llevar a cabo el ajuste, está dispuesto a votar conservador porque piensa que la derecha va a ser capaz de poner orden en el lío dejado como herencia por el socialismo.
Algunas señales adicionales parecen acompañar ese futuro de esperanza: el final de ETA; el reciente pacto constitucional entre PP y PSOE, que ha contribuido a asentar en Europa el mensaje de que España, al contrario de Italia, es capaz de llevar a cabo las reformas; la paz social que se respira en la calle a pesar de esos ominosos 5 millones de parados, etc. Queda por despejar la incógnita del comportamiento sindical a futuro y queda por desvelar, en fin, la gran pregunta: si el pueblo español está listo, ¿lo está nuestra clase política? ¿Será capaz Mariano Rajoy de estar a la altura de las circunstancias? Salvadas todas las distancias –tal que los 66 impagables años de paz de que disfruta Europa desde 1945-, cabe recordar aquí el conocido alegato pronunciado por Churchill en los Comunes el 13 de mayo de 1940. “Tenemos ante nosotros una prueba de la más penosa naturaleza, muchos largos años de combate y sufrimiento. Me preguntáis, ¿cuál es nuestra política? Os lo diré: hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia […] Me preguntáis, ¿cuál es nuestra aspiración? Puedo responder con una palabra: victoria, victoria a toda costa, porque, sin victoria, no hay supervivencia […] No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor […] Venid, pues, y vayamos juntos adelante con nuestras fuerzas unidas”.
No caben los milagros. Cabe, sí, esperar del futuro Gobierno voluntad política suficiente para enfrentarse a la tarea de titanes que le espera. Empezando por abordar el saneamiento definitivo del sistema financiero, capitulo en el que tanto ZP como Fernández Ordóñez (BdE) han perdido unos años preciosos. Si el FEEF, es decir, Alemania, no tiene a bien socorrernos, el Estado podría verse en la tesitura de tener que inyectar capital a la banca, despedir a sus gerentes, qué menos, y volver a privatizar. Intervenir, sanear y vender. Siguiendo por llevar a cabo una reforma laboral de verdad, que acabe con la rigidez estructural de nuestro mercado del trabajo. Continuando por emprender una reforma del sector público (¡ay, el déficit!), porque no es posible seguir tolerando la presencia en el escenario de cuatro administraciones tocando el violón en paralelo. Sin olvidar una reforma educativa –entre otras- que nos permita volver a ser competitivos. Y una Justicia digna de una sociedad y una economía modernas. Y dar un tajo a la actual maraña legislativa, con la vista puesta en reforzar la unidad de mercado. La clave se llama crecer. Crecer para poder generar riqueza y empleo. Y todo ello sin aludir siquiera a esa aspiración tan vivamente sentida hoy por millones de españoles que hemos dado en llamar “regeneración democrática”.
Tierra de siervos y vasallos
Los males están identificados. Seguimos negociando salarios de igual forma que lo hacíamos antes de entrar en el euro; hemos agudizado comportamientos colectivos equívocos en los años del dinero fácil, y hemos perdido un tiempo precioso una vez detectada la crisis, pensando que refinanciando deuda podríamos seguir instalados en la nube. Todo se ha venido abajo. ¿Hemos aprendido la lección? Pienso que sí. Hemos dejado de ser aquella “tierra de siervos y vasallos sujetos a la razón, o a lo que por razón se entendía, más por temor a carceleros y verdugos que por amor a la justicia”, de que hablaba Lucas Mallada en 1890. No queda rastro de aquella España indolente, inculta y cerril, capaz de soportar reyes absolutos y Gobiernos despóticos tipo Carlos IV, o el liberticida Fernando VII, o el ágrafo putón desorejado de su hija, doña Isabel II, y sus hijos y nietos, Alfonsos ellos todos. La española es hoy una sociedad moderadamente rica, aceptablemente culta y, en contra de los tópicos al uso, muy trabajadora, cuya laboriosidad es ensalzada en cualquier latitud donde un español se gana la vida.
Queda por saber, repito, si la clase política va a estar a la altura de este pueblo en el tiempo crucial que se avecina. Tal vez la tarea esencial de un hipotético Gobierno Rajoy consista, más que en hacer milagros, en lograr encarrilar al país por la senda correcta, que no puede ser otra que la del progreso material y la concordia moral, cerrando las heridas tan grosera como innecesariamente reabiertas por el zapaterismo ramplón que hemos padecido. “Formaré un Gobierno de gente que esté dispuesta a incinerarse conmigo”, ha manifestado estos días en privado el líder del PP, lo que quiere decir un Gobierno de gente que llegue con los deberes hechos, dispuesta a servir y no a servirse. ¿Voluntario ejercicio de optimismo? Alguien dijo que sólo el silencio es pesimista. Desde Vozpopuli no escatimaremos esfuerzos para favorecer la recuperación económica y la concordia entre españoles. Ojalá que, como Churchill en su día, Rajoy sea capaz de “asumir su tarea con ánimo y esperanza”. Las futuras generaciones se lo agradecerían.
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