España

Elena Salgado se explica en privado: “ella sabe que esto se cae; que no aguanta”

Pocas veces como esta semana tuvimos los españoles la sensación de pertenecer a un país convertido en balsa de piedra, que dijo Saramago, navegando a la deriva. Esa impresión de extrañamiento y vulnerabilidad; esa sospecha de que nuestro destino se estaba jugando sobre tapete ajeno, sin que a ninguno de los tahúres que repartían baraja le importara un pito nuestro destino porque nuestros teóricos representantes, final de pesadilla el suyo, solo esperan a que pasen los días para ceder los trastos. Nadie ha defendido de verdad nuestros intereses.

Pocas veces como esta semana tuvimos los españoles la sensación de pertenecer a un país convertido en balsa de piedra, que dijo Saramago, navegando a la deriva. Esa impresión de extrañamiento y vulnerabilidad; esa sospecha de que nuestro destino se estaba jugando sobre tapete ajeno, sin que a ninguno de los tahúres que repartían baraja le importara un pito nuestro destino porque nuestros teóricos representantes, final de pesadilla el suyo, solo esperan a que pasen los días para ceder los trastos. Nadie ha defendido de verdad nuestros intereses. Al final ha resultado verdad que, al margen de Grecia, que se lo ha ganado a pulso, España ha sido la auténtica pagana de la farra que en Bruselas se han corrido los líderes europeos, con Zapatero mendigando un hueco en la barra del bar para pedirse un tinto de verano.

Al aceptar una quita del valor de la deuda pública que la banca tiene en cartera y elevar el ratio de capital de mayor calidad, el Gobierno ha colocado la soga al cuello de un sistema financiero que ya circula medio entornado por el peso de la resaca inmobiliaria. Con el mercado de capitales cerrado, ¿dónde encontrar esos 26.000 millones largos que necesitan? Y, ¿qué hacer con el resto de entidades no “sistémicas”? ¿A cuánto asciende las necesidades totales de bancos y cajas? No es exagerado pensar que el nuevo Ejecutivo podría verse en la tesitura de tener que nacionalizar, vía inyección de fondos públicos, la mitad del sistema financiero español. Lo peor, con todo, es que al admitir esa depreciación hemos enviado a los mercados el mensaje de que nuestra deuda es potencialmente insolvente, de manera que cada vez será más difícil colocarla y, en caso de lograrlo, estaremos obligados a pagar por ello un interés muy alto y desde luego insostenible en el medio plazo.

Consecuencias de lo ocurrido, nuestra economía se va a ver sometida a un cerrojazo adicional del crédito de graves consecuencias para un país instalado en la montaña de los 5 millones y pico de parados. Imposible pedir un crédito. Todo el dinero nuevo que entra en la banca va derecho a taponar sus propias vías de agua. El BBVA intentó esta semana colocar una emisión de bonos senior a 18 meses, pero de los 1.000 millones pretendidos solo logró adjudicar 750 y a costa de pagar un diferencial de 250 puntos básicos sobre el tipo de referencia. Ventanillas cerradas a cal y canto; cuerpo muerto de una economía carente de esa liquidez que es sangre por la que circula calor y vida. No crédito equivale a crecimiento cero. Es paro, miseria para miles de familias, desesperanza. Negro 2012.

Alguien ha dicho que es la venganza de Zapatero: “yo no tuve que ir de rodillas a pedir ayuda al FMI; Mariano Rajoy, sí”. La alternativa que se baraja en las zahúrdas de Génova habla de un pacto secreto Rajoy-Merkel, cuya esencia consistiría en poner a España bajo una suerte de “protectorado” alemán durante la primera parte del Gobierno Rajoy: “écheme usted una mano, Frau Merkel; manténgame abierta la barra de liquidez del BCE para que bancos y cajas puedan servirse a gusto, y yo me comprometo a poner en marcha de inmediato esas reformas en profundidad, sin anestesia incluso, que colocarán a España fuera de la lupa de los mercados”.

Intereses políticos sobre criterios económicos

Una vez más, los intereses políticos han prevalecido sobre los criterios económicos. Nadie en esas cumbres ha hecho una sola mención a la necesidad de crecer que mantiene en vilo a sociedades como la española, asediada por el desempleo. Y sin que ello haya servido para solventar las angustias que atenazan al euro ni para despejar la crisis de deuda de los países del sur. Al euro, como a España, le pasa lo que al protagonista del cuento de Borges titulado El Inmortal, que opinaba que “prolongar la vida de los hombres es dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes”. Cumbres y más cumbres, soluciones espectaculares que a la semana se desinflan cual suflés, y vuelta a empezar. En un tiempo de míseros liderazgos como el que vivimos, los problema de Europa solo parecen tener solución con “más Europa”, es decir, más política económica común y sobre todo, una misma política fiscal, envite que demandaría a los Estados-nación del viejo continente ceder parte sustancial de su independencia y autonomía decisoria, lo cual se antoja mucho arroz para una élite en verdad solo preocupada por el corralito del voto a corto plazo.

Elena Salgado ha intentado este fin de semana justificar su pobre desempeño en Bruselas entre sus amistades: “¿qué podía hacer yo frente a franceses, alemanes, BCE y FMI juntos…?” Triste broche de hojalata para una legislatura de hierro. Volvamos a Borges y su Hombre en el umbral, donde se relata la peripecia de un pueblo que decide rebelarse contra un juez venal y someterlo a juicio: “Es fama que no hay generación que no incluya cuatro hombres rectos que secretamente apuntalan el universo y lo justifican ante el Señor: uno de esos barones hubiera sido el juez más cabal. Pero, ¿dónde encontrarlos, si andan perdidos por el mundo y anónimos y no se reconocen […] Alguien entonces discurrió que si el destino nos vedaba los sabios, había que buscar a los insensatos. Esta opinión prevaleció…” Como en 2004 prevaleció entre una mayoría de españoles la idea de situar al frente del Gobierno a un insensato sin formación.

En Bruselas ha puesto broche de piedra al desastre de estos ocho años. Salgado, también entre amigos, dice que no le preocupan tanto los 26.000 como evitar el “efecto escénico” de que España está intervenida. Ella sabe que esos 26.000 se convertirán en 50.000 si metemos en el saco del 9% de core capital al resto de cajas y bancos. Y si el Tesoro no puede con ese listón, que no podrá, no quedará más remedio que acudir a la European Financial Stability Facility (FEEF, en español), es decir, al BCE y, en última instancia, al FMI, que naturalmente impondrá sus condiciones. “Ella sabe que esto se cae; que no aguanta”, dice un amigo cercano (vencimientos de deuda bancaria del entorno de 120.000 millones a lo largo de 2012). Ese es el norte que parece guiar el fin de fiesta zapateril: puesto que vamos al FMI de cabeza, que sea Rajoy y el PP quienes se coman el marrón.

El silencio del Banco de España

Políticos mediocres y banqueros medrosos. ¿Será posible encontrar “cuatro hombres rectos” en nuestro país? Instalados en la miseria, ni el Gobierno ha sabido defender nuestros derechos en Bruselas, ni los banqueros, grandes o pequeños, se han atrevido a criticar las decisiones allí adoptadas. Como mucho, leves gestos de protesta en privado, siempre con sordina incorporada. No hay crédito para nadie, excepto para los padrinos de siempre, que cuando se trata de salvar el culo de alguna de las grandes fortunas, la banca, con el ICO –el Gobierno- a la cabeza, acuden en masa: Es el caso de BBVA, Bankia, Caixa e ICO, que esta semana renovaron un sindicado de 602 millones que ACS (Florentino Pérez, familia March et altri) firmó en 2007 al inicio de su desembarco en Hochtief.

Más llamativo está resultando el silencio del Banco de España (BdE) y su gobernador, ese definitivo desastre que responde al nombre de Fernández Ordóñez. Perdida la batalla en todos los frentes, el banco y sus gestores se han escondido, dispuestos a soportar en silencio el aluvión de críticas que ahora les llueve desde cualquier punto cardinal. Quien esto suscribe describió en noviembre de 2008 (“Zapatero en las exequias del capitalismo”) el horizonte de un banco central donde se estaba gestando el drama que hoy aflige a nuestro sistema financiero. Tres años han pasado de eso y nada ha mejorado, sino al revés. Como en el dicho gallego, la consigna del momento consiste en "verlas venir, dejarlas pasar, y si te mean encima decir que llueve". Y ser el cómplice necesario en todo tipo de componendas, caso de de la compra del Pastor por el Popular:

-Que tienes que zamparte el Pastor, macho. Lo siento, pero te ha tocado.
-Y, ¿qué me das a cambio?
-Nada, que hagas lo que tengas que hacer con las cuentas, los enjuagues que te vengan en gana.
-¡Pero si ya lo hago!
-Más todavía…

Algún día habrá que hablar no de Ordoñez, a quien hoy pone a caldo cualquier destripaterrones, sino del verdadero responsable en la sombra del desastre de esa institución antaño prestigiosa y temida que era el BdE. Me refiero al subgobernador Javier Aríztegui (en marzo 2008, plena campaña electoral, el nota criticaba duramente al PP por “sembrar, sin ninguna base, una inquietud injustificada sobre la salud de las entidades financieras españolas, que están en una posición sólida para superar la actual coyuntura”) culpable de haber dejado la dirección general de Supervisión (el famoso cuerpo de inspectores) reducida a escombros. Mientras eso llega, crucemos los dedos e imploremos humildemente a los dioses: se trata de llegar vivos al 20-N.

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