Si fueran buenos los 16 puntos de ventaja del CIS, Rubalcaba hubiera necesitado ganar por K.O. Seguramente lo consiguió para sus fieles, ese 29% de leales que le garantizan al PSOE un suelo digno, pero no para los tres millones largos de indecisos que podrían poner en riesgo la mayoría absoluta de Mariano Rajoy. Muy probablemente, el debate haya tenido en ellos un efecto neutro, de empate, como temía el comité electoral socialista. Asuntos tan sensibles como el alcance de la crisis de la deuda, la inestabilidad del sistema financiero, el presunto cobro de comisiones que ahora salpica al portavoz del Gobierno, José Blanco, o el auténtico trasfondo de la agonía de ETA, quedaron fuera del perímetro de un duelo que finalizó en tablas y, por tanto, terminará beneficiando al candidato mejor colocado en las encuestas.
Lo más novedoso de Rajoy fue su anuncio de que si gana las elecciones convocará al líder de la oposición y a los agentes sociales a un gran acuerdo nacional para afrontar las grandes reformas pendientes, entre las que incluyó la de la ley de estabilidad presupuestaria que deriva del reciente cambio constitucional, así como todas las iniciativas que cuelgan de la modernización y simplificación de las administraciones públicas.
Lo más impactante de Rubalcaba descansó en su propuesta de congelar los ajustes del gasto hasta 2015 a nivel comunitario, acompañada de un plan Marshall para Europa financiado, en parte, con cargo al Banco Europeo de Inversiones que vicepreside la ex ministra Magdalena Álvarez.
El candidato socialista tomó prestados algunos de los lemas de los ‘quincemeros’ y se esforzó en vincular a Rajoy con los intereses adosados a la banca y a la patronal CEOE. De ahí que Rubalcaba arrojara su luz particular sobre lo que considera esconde el programa electoral del PP en dirección hacia una supuesta rebaja de las prestaciones por desempleo, la absorción por parte del Estado de los activos tóxicos de la banca ligados al inmobiliario, la exclusión de las pymes de los beneficios de la negociación colectiva o la ola de privatizaciones en la sanidad y la educación públicas. Y hasta llegó a proponer también un “replanteamiento” del gasto en las Fuerzas Armadas, otra de las reivindicaciones que los ‘indignados’ arrojaron hace meses en la madrileña Puerta del Sol.
Rajoy salió de la emboscada que Rubalcaba intentó tenderle con su propio programa electoral denunciando las “mentiras” y las “insidias” con las que, en su opinión, el PSOE trata de contaminar una acción del futuro Gobierno que, según avanzó, tendrá como eje principal la creación de empleo. De este objetivo dependerán todas las políticas sociales que promueva el PP, incluido el compromiso de subir las pensiones, explicitado por Rajoy.
Salir del hoyo
El rifirrafe económico no se separó mucho de lo que han sido las trifulcas parlamentarias mantenidas durante la legislatura entre Rajoy y Zapatero. Por esta razón, los ciudadanos se quedaron sin una actualización de lo que opinan ambos candidatos sobre la crisis de la deuda o sobre la inestabilidad que sacude al sistema financiero o sobre las dudas que recaen sobre las finanzas de las comunidades autónomas. El primero, lo aprovechó para dejar claro que será “difícil” salir del “hoyo”, pero que confía en hacerlo con un Gobierno competente, poco amigo de las ocurrencias y transmisor de confianza. Rubalcaba, con la prima de riesgo de España de nuevo en la frontera de los 400 puntos, vino a culpar de las desgracias domésticas a Estados Unidos y a Grecia, pero dejó curiosamente a salvo a la Italia de Berlusconi. Ni una sola autocrítica salió de su boca a la incompetencia de las instituciones europeas para encarar la crisis económico e institucional que sacude a la eurozona.
Si el debate hubiera sido visto por un corresponsal extranjero recién aterrizado en España, posiblemente hubiera confundido a Rubalcaba con el jefe de la oposición y a Rajoy con el presidente del Gobierno. El primero se mostró agresivo con el candidato del PP en el terreno de lo previsible cuando se busca polarizar la campaña –políticas sociales, matrimonio homosexual, aborto, muerte digna, etcétera – mientras el segundo rehuyó cualquier comentario sobre el presunto caso de corrupción que ahora compromete al ministro de Fomento y portavoz del Gobierno, un asunto que quedó, finalmente, fuera del perímetro de un enfrentamiento que, en su segunda parte, adoptó un tono institucional y aburrido, con fuerte olor a debate amañado.
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