El escritor Raúl Guerra Garrido llegó al País Vasco en 1960 para trabajar como farmacéutico comunitario. Desde ese entonces, y a pesar de presenciar la muerte de los suyos –su amigo, el periodista José Luis Lópezde Lacalle fue asesinado a manos de ETA-; a pesar, también, de ver arder su farmacia y de sufrir en carne propia la presión de la Kale Borroka debido a sus críticas contra el nacionalismo... A pesar de todo eso, Raúl Guerra Garrido ni se marchó de San Sebastián ni dejó de escribir las páginas que más vivamente han retratado a Euskadi.
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Su primera novela fue Ni héroe ni nada, a la que siguió en 1970 Cacereño, de corte autobiográfico, en la que se refiere al tema de la emigración al País Vasco. En 1976, ganó el Premio Nadal, por su novela Lectura insólita del capital. En ella, un industrial vasco es secuestrado por un grupo abertzale de ultraizquierda y para soportar su encierro dispone tan solo de un único libro: una versión resumida de El capital de Karl Marx. En 1990, publicó la que, para muchos, es la novela esencial del drama vasco: La Carta.
En ella, Guerra Garrido narra la historia del industrial Luis Casas, “vasco por decisión personal”, quien el día de su 50 cumpleaños recibe una carta de una organización terrorista en la que se le exige el pago de cincuenta millones de pesetas. Premio Nacional de las Letras 2006, Guerra Garrido fue uno de los fundadores del Foro Ermua y activo articulista, además de autor de una prolífica obra que mutó hacia la novela negra y que ahora se recrea en otros paisajes sentimentales más remotos.
Al hablar con Raúl Guerra Garrido sobre Euskadi, una rara pesadez se apodera de su tono de voz. No es hastío. Tampoco indiferencia. Parece, por el contrario, un peso que ni puede ni desea llevar en sus hombros. Se abalanza sobre las preguntas incompletas, sale dando empujones y manotazos de escepticismo. No cree en el fin de ETA, tampoco en las supuestas buenas intenciones de una desaparición de la banda terrorista. Cree, dice, en los palíndromos y en sus ganas, inmensas, de volver a escribir sobre su más tierna infancia.
-La Carta es una radiografía del miedo, tanto, que entiendo, cuando salió nadie quería editarla.
-El miedo es el protagonista en todas mis novelas sobre El País Vasco. Pero, con respecto a La Carta, hay una historia, mejor dicho, una novela sobre la novela misma. En aquel momento, yo estaba publicando con Mondadori, que era el buque insignia que se había propuesto Carmen Ballcels. Pero Mondadori no se atrevió publicar La Carta, eso tuvo su gracia. Hubo que buscar una sustitución. Se pudo editar por Plaza y Janés, claro, pero igual: La Carta ha sido una patata caliente que todo el mundo se ha ido queriendo quitar. Con esa novela, el miedo se hizo realidad.
-Pero si han pasado más de 30 años desde que…
-Las reediciones que se han sacado han sido casi clandestinas. También es cierto que La Carta ha tocado muy de cerca a quienes la han leído, especialmente a aquellos que han vivido de cerca ese miedo.
-Pero, permítame, cuando han pasado 30 años en un país que ya estaba embarcado en un proceso democrático y persisten, sin embargo, situaciones como ésa. ¿Dónde queda el lado humano del escritor y del ciudadano?
-Afortunadamente ha ido extendiéndose una cultura democrática en todo el país, con sus particularidades sí, pero podemos decir que España es una sociedad democrática. Y en ese sentido, con respecto al compromiso, yo creo firmemente en el compromiso del escritor. Eso sí, cuando hablo de compromiso, me refiero al compromiso con lo que se siente.
-¿Y con lo que se escribe?
-Si bien es cierto que no puedes ir en contra de tus sentimientos, tampoco puedes supeditar tu obra a esos sentimientos. Sí es cierto que, en unos casos más que en otro, en unos autores más que otros, sí existe un cierto liderazgo de opinión en el que es necesario opinar y participar pero eso no tiene porqué vehicular lo que escribes.
-Usted ha sido muy activo en sus intervenciones en el país Vasco. Fue uno de los fundadores del Foro de Ermua.
-Lo habría hecho igual si en lugar de escritor hubiese sido fontanero.
-Es usted bastante pesimista con el País Vasco. ¿Por qué?
-Porque las raíces del problema no se han resuelto.
-¿A qué se refiere?
-Pues muy simple, que la raíz de lo que ocurre en el País Vasco es ésta: hay una masa muy importante de la población que no se siente cómoda en España. Ésa es la raíz del problema. Dentro de ese proceso, ETA ha sido un accidente, pero las raíces del problema vasco son anteriores. Cuando Sabino Arana, por ejemplo, no existía ETA.
-Sin embargo, ¿no se puede aspirar…?
-Sí, se puede aspirar a estar relativamente cómodos. Se puede, claro. Pero sigue persistiendo el problema, que además es un problema de origen en este país: hay muchos españoles, demasiados, que no quieren ser españoles.
-¿Por qué no desea volver a escribir una novela sobre el País Vasco?
-Porque todo lo que tenía que escribir sobre el País Vasco ya lo escribí: la inmigración, la industrialización, el miedo. Ahora, por razones instintivas, me apetece volver al paisaje de la infancia. A mis palíndromos.
-¿Cree usted en la desaparición de ETA?
- Pues voy a responder a esa pregunta haciendo lo que un novelista. ¿Qué hace un novelista? Usar una anécdota y contarla a través de una metáfora. Pues bien, yo voy a usar mi anécdota y mi metáfora para hablar del País Vasco. La metáfora es la siguiente. Vives en un edificio y coges el ascensor. Allí te encuentras con el vecino del quinto piso, quien te dice: “Hoy no te voy a matar” ¿Esa es una buena o una mala noticia? En principio es buena: no te van a pegar un tiro. Pero cuando vas saliendo, ese mismo vecino te dice: “Oye, hay una reunión hoy. ¿No te importa que vaya con la pistola verdad?". Ésa es la situación en el País Vasco.
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